Esa terca manera de ser

Elios Mitre //

Mi vida descarriada requería parámetros, necesitaba orden. Me compré un reloj, una agenda y decidí cambiar. Pronto empecé a encontrar los deleites de la sistematización. No faltaba a mis citas y con ayuda de mi agenda recordaba dónde, cuándo y sobre todo con quién debía verme tal día. Era un encanto que enamoraba a mis amantes, acostumbradas o enfadadas a mis olvidos reiterados. Ahora se sentían halagadas por tanta galantería.

Pero había un reclamo persistente, el de ella, a quien le encantaban mis desplantes tórridos y desenfrenados; decía que ése era mi encanto.

Llegué al extremo de ordenar mi ropa para cada ocasión; el Hugo Boss azul para el lunes, el Gucci Guilty para Raquel. Tanta precisión en el detalle sin duda seducía. Sin embargo, a ella la estaba perdiendo, añoraba aquellas maneras. Sus reclamos eran fuertes, pero poco insistentes.

Empecé a domesticar mis impulsos y a condicionar el ímpetu, sometiéndolo a la circunstancia, al deleite de la ocasión. Era tan fácil que la espontaneidad lo disfrazaba sin disimulo de celofán de formalidad. Pero aún me costaba trabajo adaptarme.

Después de un tiempo empecé a necesitar, imperiosamente, el vértigo y el desorden, esa improvisación que suelta las amarras sin fijar destinos. Me estaba ahogando.

Y una noche de casta prudencia regresó Ella, con su atroz desmesura y desenfado; y en el vaho de su aliento me deshice del reloj y de sus límites, para sumergirme de nuevo en el delirio de no someterme a la contabilidad del tiempo y sus eventos. Sutilmente regresó mi identidad y me besó con una bocanada de pecado.