Sobre Calaveritas, flamante libro y exposición plástica

Raúl Eduardo González

Nuestra descarnada esencia, nuestro mondo destino más allá de la piel y los afeites: la forma última, el severo e intrínseco destino que nos forja y que nos espera al final de nuestros días y trascendiendo las apariencias. “Gacha tu calavera”, se dice coloquialmente para pintar de un plumazo un porvenir poco grato. Y en primera persona, José Emilio Pacheco la hace hablar en su “Prosa de la calavera”, para que nos recuerde su esencia de desengaño en este mundo de fausto y grandeza aparentes: “Serena mueca, secreto rostro que te niegas a ver (arráncate la máscara: en mí hallarás tu verdadera cara), aunque lo sabes íntimo y tuyo y siempre va contigo”.

Así, esa íntima compañía de la calavera se hace evidente en las figuras de azúcar que se hacen para el día de muertos en México, y que llevan inscrito en la frente los nombres de los vivos, en una revelación juguetona del destino que nos aguarda, que subyace en nuestra esencia de seres vivos y que aparece con su afectivo diminutivo a la mexicana. Son conocidos asimismo como calaveritas aquellos versos que, de forma lúdica también, representan el momento último de un vivo a quien la Muerte se lleva en los días próximos al de los fieles difuntos. Y la calaverita es, finalmente, la dádiva que los niños piden por las calles en esas fechas, con la efigie de un cráneo representada en una calabaza de verdad o de plástico, o, al menos en mis tiempos, con una caja de zapatos calada, e iluminada con una vela.

El juego macabro y jocoso de las calaveritas se recrea en este volumen editado por AlterNativa Gráfica y presentado en la galería Tinta Bazar. La exposición reestablece las tres dimensiones de las efigies de barro que aparecen en el libro, trabajadas por 73 artistas plásticos michoacanos —individuos y colectivos—, presentadas con textos de Armando Salgado y Juan Carlos Jiménez Abarca, reproducidas en las fotografías de Iván Vázquez y Diana Maldonado, y puestas en las páginas con el ojo y el buen gusto de Celeste Jaimes. Como lo señala Juan Carlos en su texto, en esta exposición “cada artista decide libremente qué ofrendar, a quién o a qué dedicar su calavera”, para así reinterpretar a su modo los juegos que rondan la noche de muertos en nuestro país, de una manera original y diversa.

El ejercicio no es nuevo —recordamos varias exposiciones del estilo, presentadas algunas incluso con figuras monumentales en el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México—, pero no por eso deja de resultar interesante descubrir en las esculturas y en las páginas que las reproducen la gran variedad de reelaboraciones que los artistas michoacanos logran hacer a partir de la figura primigenia, sea por medio de la escritura, el diseño y la pintura aplicados en la superficie; sea con la adición de otros elementos escultóricos, con la fragmentación o reelaboración de la figura misma, o con la combinación de varios de estos recursos.

Sería prolijo y arbitrario referirme aquí en particular a algunas de estas figuras, que a fin de cuentas el espectador y el lector podrán apreciar con detenimiento. Más allá de la buena factura que en general tienen las esculturas y el libro, quisiera resaltar sobre todo el sentido implícito que esta multitud de calaveritas recreadas artísticamente puede tener en México en nuestros días —y aquí se aprecia un contraste con las referidas exposiciones para turistas montadas en el Paseo de la Reforma—, cuando el juego infantil y el divertimento poético han dado paso a la multitud de cuerpos con sus descarnados cráneos que, sin llevar nombre alguno en la frente, han aflorado por nuestro mutilado territorio, como el mudo y violento signo del tiempo que estamos viviendo.

El burdo y cruel discurso de los cuerpos aparecidos por el suelo del país parece mostrar las reglas del juego de la desesperanza, donde no se vale aspirar a una vida mejor e ir al norte, donde no se vale ser mujer, donde no se vale protestar, ni estar en el lugar y la hora equivocados… Esta realidad hoy por hoy nos rebasa, nos sobrecoge, y estas Calaveritas reelaboradas por los artistas michoacanos nos reconectan con la esencia estética y profunda de la figura que por generaciones ha colmado nuestro imaginario popular, ese “fantasma” que puebla nuestras fantasías a la manera de “un cuento inacabado”, según lo describe Armando Salgado.

Duele mucho decirlo, pero sin duda que en los años recientes los mexicanos nos hemos reencontrado con la muerte, más allá del sentido ritual de las fiestas de día de muertos, en una dimensión trágica que por desgracia ya han tenido otros tiempos de nuestra historia. Esta exposición y este volumen nos presentan formas conciliadoras de mirar las viejas calaveritas y las sempiternas calaveras, algo que, de nuevo, remite a la pluma de José Emilio Pacheco y la voz que en su “Prosa” le otorgara a la calavera: “Toda belleza y toda inteligencia descansan en mí, y me repudias. Me ves como señal del miedo a los muertos que se resisten a estar muertos, o a la muerte llana y simple: tu muerte. Porque sólo puedo salir a flote con tu naufragio. Sólo cuando has tocado fondo aparezco”, y aquí aparece en 73 singulares visiones, de una tradición añeja, y de una realidad inmediata que esperamos que pronto pueda transformarse para bien.

Por lo pronto, no queda sino festejar esta iniciativa, el esfuerzo de los artistas que se sumaron a la convocatoria, y el compromiso y la dedicación de Celeste Jaimes y AlterNativa Gráfica. Personalmente, espero que haya muchos proyectos más como este, y que el ánimo creativo y de trabajo colectivo que le dieron origen siga sobreponiéndose al desánimo y el olvido que campean en nuestro tiempo. Así, nuestra calavera podrá ser florida, pintada, grabada, intervenida… en fin, todo menos gacha.

La exposición Calaveritas puede ser visitada en la galería Tinta Bazar (José Rubén Romero 484, col. Bosque Camelinas), durante enero de 2017, de lunes a viernes, de 10:00 a 18:00 horas.

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