© Aec Interesni Kazki

Grandeza del relato breve

Arturo Garmendia

Las grandes obras de la literatura universal son, sin duda, grandes. Quiero decir, no sólo grandes en el sentido de excelentes, sino también en sus dimensiones, en su extensión. Piensen por ejemplo en la Ilíada, poema en el que Homero quería relatar la guerra de Troya que duró diez años, pero que en lo que se conserva actualmente de su obra sólo abarca el sitio a esa ciudad por 51 días, narrado en 15 mil 693 versos. La divina comedia nos ofrece un recorrido por infierno, purgatorio y paraíso en 14 mil 333 versos; La guerra y la paz narra más de cincuenta años de historia rusa, desde las guerras napoleónicas hasta mediados del siglo XIX, en cuatro volúmenes y un epílogo en dos partes. Balzac se propuso escribir La comedia humana, que constaría de 137 novelas interconectadas que retratarían a la sociedad francesa, desde principios del siglo XIX hasta 1830. Desafortunadamente sólo alcanzó a escribir 87 novelas completas, que abarcan más de diez mil páginas.

 

Desde luego, no todos los autores tienen esas aspiraciones colosales, y siempre han existido volúmenes de relatos con menores proporciones (lo que no quiere decir menos importantes). Por ejemplo tenemos las Novelas ejemplares de Cervantes, La metamorfosis de Kafka, El viejo y el mar de Hemingway, El principito de Saint Exupéry, Aura de Carlos Fuentes y un largo etcétera.

     Las dimensiones de estas novelas cortas no son precisas, puesto que cada obra literaria se escribe sin predeterminar qué extensión debe tener (a fin de cuentas, dura lo que tiene que durar y nada más); pero de acuerdo a criterios editoriales, o los que rigen algunos concursos literarios, su extensión no debe ser menor a 60 cuartillas (la relatividad del dato se muestra si se piensa que La metamorfosis tiene 48 cuartillas, Aura 50 y Las batallas en el desierto 30 cuartillas).

     Viene a continuación otro género literario, el cuento corto, que practicó magistralmente y sobre el que teorizó con particular acierto Edgar Allan Poe. Opinaba que ya fuera en prosa o en verso las obras debían ser necesariamente cortas (nunca escribió una novela) porque el autor debía considerar en primer término el efecto que buscaba producir en el lector con su obra y si ésta era muy extensa el efecto se perdería en divagaciones que menoscabarían su impacto.

     Pero a dónde queremos llegar es a la apreciación del relato breve, así es que si, pongamos por caso, el cuento de marras tuviera alrededor de 60 cuartillas, para llegar a la clasificación de algo menor, el cuento breve, habría que descontar todavía muchas. ¿Cuántas? Más de cincuenta: podríamos convenir que un cuento breve es aquel que tiene como mínimo cuartilla y media; y con menos que eso estaríamos finalmente en los dominios del microrelato o microficción.

     Sin duda, podemos encontrar ejemplos de relatos breves en la literatura de todos los tiempos: en las parábolas de la Biblia, las fábulas medievales, los aforismos o refranes populares y un largo etcétera, pero su constitución como un ente diferenciado, por lo menos en la literatura española, ocurre en los inicios del siglo pasado porque, de acuerdo con el crítico español Pedro de Miguel:

 

Es en la época moderna, al nacer el cuento como género literario, cuando el microrrelato se populariza en la literatura en español gracias a la concurrencia de dos fenómenos de distinta índole: la explosión de las vanguardias con su renovación expresiva y la proliferación de revistas que exigían textos breves ilustrados para llenar sus páginas culturales. Algunas de las greguerías de Ramón Gómez de la Serna son verdaderos cuentos de apenas una línea, y también Rubén Darío y Vicente Huidobro publicaron minicuentos desde diversas estéticas. Junto a estos autores, la crítica señala también al mexicano Julio Torri y al argentino Leopoldo Lugones como decisivos precursores de la actual microficción.

 

     Dicen, quienes cultivan el relato breve, que una página puede ser suficiente para lograr la mayor complejidad literaria, pues debe poseer mayor capacidad de evocación. Para explicar el sentido de todo esto, Julio Cortázar se vale de la comparación entre cine y fotografía: mientras una película puede extenderse mediante episodios acumulativos hasta llegar a un clímax, en el que se resume el sentido de todo lo narrado, el fotógrafo debe elegir un fragmento de la realidad y apresarlo en un instante, de manera tal que ese recorte actúe como una explosión (el impacto del que se ha hablado anteriormente) que nos haga ver su trascendencia.

     Tal idea fue compartida por otro creador de textos breves: Jorge Luis Borges, quien se hace eco de Poe y de Cortázar al afirmar que en estas breves ficciones lo que cuenta es la esencia narrativa: “lo demás es episodio ilustrativo, análisis psicológico, feliz o inoportuno adorno verbal”.

Un ejemplo de esta economía narrativa es el cuento de José Leandro Urbina:                 

Padre nuestro que estás en el cielo

Mientras el sargento interrogaba a su madre y su hermana, el capitán se llevó al niño, de una mano, a la otra pieza…

     -¿Dónde está tu padre? -preguntó

     -Está en el cielo -susurró él.

     -¿Cómo? ¿Ha muerto? -preguntó asombrado el capitán.

     -No -dijo el niño-. Todas las noches baja del cielo a comer con nosotros.

El capitán alzó la vista y descubrió la puertecilla que daba al techo.

      

El advenimiento del internet y los modernos medios de comunicación han expandido (o debemos decir: reducido) las fronteras de la microficción. El hecho de que un mensaje de texto o tweet admita únicamente 140 caracteres ha impuesto una cota no obligatoria pero, para quienes desean expresarse en ese medio, si deseable.

Así pues, la principal característica de los microrelatos es la brevedad pero ¿qué tan breves deben ser? Se apunta que quizás una página o página y media. Pero en estableciendo una marca, nunca faltará alguien que quiera ir más allá; y como ejemplo de ello podemos citar los siguientes:

                 

 Autobiografía

                   Yo (Una sola palabra)

O mejor aún:

                   Fantasma

(Cero palabras: se supone que los fantasmas son transparentes  –o no existen.)

O con mayor objetividad: Página en blanco. (Cero palabras)

 

Todo lo cual es muy ingenioso, pero no basta para que estos ejemplos clasifiquen como relatos cortos, pues les falta algunos elementos esenciales, como los siguientes:

  • Es decir, el texto debe tener por lo menos un protagonista, inmerso en una acción o conflicto, mismo que constituye el relato. Puede tener un desenlace o carecer de él.

Exposición formal. En razón de su concisión su estructura es simple, sus personajes mínimamente caracterizados, sus espacios esquemáticos, su temporalidad condensada.

Elipsis. La brevedad obliga a omitir detalles innecesarios, pero a fuerza de suprimir detalles el texto puede resultar enigmático o ambiguo, lo que se convierte en una cualidad más, pues obliga al lector a ejercer con mayor agudeza su creatividad o imaginación. Un ejemplo de ello es el famoso cuento de Augusto Monterroso: “Cuando despertó, el dinosauro todavía seguía ahí”, que no nos deja ninguna certeza y sí muchas preguntas: ¿El dinosauro estaba ahí antes de que él se durmiera? ¿qué hacían juntos? o ¿El dinosauro salió de sus sueños? Y una vez que despertó ¿qué pasó?…

Intertextualidad. Una manera de economizar contenido estriba en hacer que el relato dependa de otros textos, presumiblemente ya conocidos por el lector, a los que se les quiere dar un giro novedoso. Citando nuevamente al maestro Monterroso está:

 

La Fe y las montañas

Al principio la Fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios.

     Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de

sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía.

     La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio.

     Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de Fe.

 

Título. En este tipo de narraciones, el título es esencial para la comprensión del relato. No es algo aparte o que puede ser omitido, tiene un peso fundamental. Por ejemplo, en este microrelato de Agustín Monsreal:  “¡Cuánto sufrí para arrojar la primera piedra!” ¿Nos estará hablando de una mujer adúltera? No, el título es Cálculos renales.

 

Exigencia de un lector activo. Como queda dicho, la concisión de estos relatos suele abrir oquedades en los textos, o plantear ambigüedades o hacer sugerencias que el lector debe interpretar o resolver. A semejanza de lo que sucede en la poesía, las palabras del microrelato deben decir más de lo que por sí mismo denotan y en ello cuenta mucho la experiencia, el conocimiento y la creatividad del lector.

En todo ello estriba la grandeza del género. A manera de comprobación, analicemos el siguiente cuento breve de Arturo Barea:

 

En la sierra

El muchacho -veinte años- era teniente; el padre, soldado, por no abandonar al hijo. En la Sierra dieron al hijo un balazo, y el padre le cogió a hombros. Le dieron un balazo de muerte. El padre ya no podía correr y se sentó con su carga al lado.

     -Me muero, padre, me muero.

     El padre lo miró tranquilamente la herida mientras el enemigo se acercaba. Sacó la pistola y le mató.

     A la mañana siguiente, fue y recobró el cadáver del hijo, abandonado en mitad de las peñas. Lo condujo al cuartel. Lo envolvieron en una bandera tricolor y lo enterraron.

     Asistió el padre al entierro. Tenía la cabeza descubierta mientras tapaban al hijo con la tierra aterronada, dura de hielo.

     Su cabeza era calva, brillante, con un cerquillo de pelos canos alrededor. Con la misma pistola hizo saltar la tapadera brillante de la

calva. Quedó el cerquillo de pelo gris rodeando un agujero horrible de sangre y de sesos.

     Lo enterraron al lado del hijo.

     El frío de la Sierra hacía llorar a los hombres.

 

Como puede advertirse, el autor se ha esforzado por proporcionar la menor cantidad posible de palabras y de conceptos para elaborar su texto. No conocemos el nombre ni la fisonomía de los protagonistas; no sabemos en qué sitio transcurre la acción, ni qué enfrentamiento bélico es el contexto. Tampoco el narrador no nos ofrece su punto de vista sobre lo que narra: sólo hay hechos, sin interpretación. ¿porqué nos conmueve esta prolija anécdota de amor paternal? Sencillamente porque la relación entre ambos protagonistas, las emociones y las consecuencias de sus acto no están dichas, sino sutilmente sugeridas.

     Ya en la primera línea nos da una pista del sólido vínculo entre padre e hijo: el joven ya es teniente, el padre sólo soldado; es decir, se ha enrolado para estar cerca de él, para cuidarlo. Pero sobreviene la tragedia: el viejo lo coge en brazos, pero no puede cargarlo y ponerlo a salvo. Prefiere matarlo en vez de dejarlo en manos del enemigo.

     La tragedia culmina al día siguiente, en el cementerio, sin que los desafortunados familiares hallan externado un lamento ni derramado una lágrima. En vez de ello, el autor nos ofrece el complemento patético faltante, en cuatro frases que podrían pasar inadvertidas. En primer lugar el título, aparentemente inocuo: En la sierra, que se relaciona con la observación del cadáver “abandonado en las peñas” y la tierra “dura de hielo” que cubrirá la tumba. Todo lo cual da paso a la frase final: “El frío de la Sierra hacía llorar a los hombres”.

     Imaginamos a un grupo de soldados que han asistido al drama y entierran a sus compañeros. Pero los hombres no deben llorar, y menos si son soldados. El autor respeta su pudor y quiere que creamos que esas lágrimas, no vistas, ni siquiera mencionadas, las causa el frío…

     Se trata de una frase inesperada y contundente, que a diferencia del grito, implosiona dentro nuestro e  impacta nuestra conciencia.