La paz
tan anhelado regalo
regresa otra vez.
Gritan las espinas del viento, ¡huérfano tonto!
Embriagan mi ventana.
Mis raíces deprimidas son frágiles:
te buscan en las sinfonías
del pasto y alguna lluvia de madrugada.
El torbellino de tu recuerdo
tan anhelada blasfemia
regresa otra vez.
Caen en mi techo
las voces de sueños ajenos.
Se mofan de mi desvelo
y me hacen escuchar su risa y adioses.
El destello de tus dientes de perla
iluminó mi rostro en la oscuridad de antaño.
El sosiego baja sus armas.
Comienzo a ceder.
Tu rostro etéreo
tan anhelado duelo
regresa otra vez.
Las espinas del viento callan sin más.
Mis raíces sucumben.
Las voces se apagan.
Tu recuerdo y tu rostro
van allá, donde se acaricia en el horizonte
una alforja de deseos y oraciones.
La soledad
tan atroz castigo
regresa otra vez.
Poco importa que cuando el
reloj marque las seis en la ciudad,
te esfumarás sin regreso
y yo quedaré pensándote en las tardes.
Poco importa que cuando las
alondras se vuelvan mudas y torpes,
no compartirás la complicidad en
las miradas ni en los silencios.
Poco importa que cuando seas de
otros versos y de otro cuerpo,
yo intentaré escribirte y querré
recordarte como te veo hoy.
Poco importa que cuando el
sol duerma, el sueño no será
nuestro ni del mar,
sino del viento que nos engañe.
Poco importa, lo sabes bien,
que el maldito reloj marque las seis
y no sepamos qué depara el destino
o las noches venideras.