Mientras esperamos

© Aron Wiesenfeld

 
 

Son las 2 de la mañana y yo sigo encerrado en mi apartamento, en los pasillos los sonidos tiene ya rato que cesaron, los gemidos, los arañazos en las puertas, los gritos de sus ocupantes, humanos o no, ya no se escuchan. Y pensar que hasta hace unas horas estaba esperando que Joaquín trajera la siguiente ronda de chelas, mientras Mónica, Dulce y yo jugábamos póker de prendas, yo perdiendo… no, les estaba dejando ganar. Qué típico, irónico y simplista resulta ahora este juego, de haber sabido estaría con mi familia… de haber sabido…

Repasando… A ver…

Joaquín nunca regresó, nadie sabe qué lo detuvo, qué le pasó, a quién se encontró, o QUÉ se encontró con él; yo tengo mucho miedo de salir y el cuerpo de Mónica sigue en el piso, la sangre ya dejó de escurrir de su cabeza, yo aun en posición fetal en el sofá, paralizado, su cadáver hipnótico, semidesnudo, semierótico, y yo pensando en tales cosas en estos momentos. No quiero ni asomarme por la ventana, aunque ya no se escuchan ni sirenas ni gritos ni gente corriendo.

*Shock*

Pero… vámonos por partes, despacio, aprovechando este lapsus de lucidez trataré de recapitular los hechos como han sucedido, como los he experimentado.

Aproximadamente a las 10 de la noche escuché un reportaje de una enfermedad, una rara y desconocida enfermedad —Otra cortina de humo —dije yo en el Oxxo a la señorita que amablemente me aten•día sin mostrar mucho interés en mis palabras, y lo hizo evidente al subirle el volumen a la televisión. —Usted no cree en esas cosas joven, pero uno ve muchas cosas estos días, cosas que uno entiende. “Sí, cómo no”, pensé para mis adentros, “¿qué clase de cosas van a ser?”

Mientras me subí a la troca recibí una llamada de mis tíos, querían que pasara la noche en su casa el día de hoy, con mis primos y esas ondas familiares. —Este…. no tío… yo creo que será en otra ocasión —le dije lo más naturalmente que pude, pero el sonido de las chelas en el asiento del pasajero me delataron, lo cual fue seguido de un largo y frio silencio que asemeja más a la decepción que al enojo. —stá bien, descuida, será en otra ocasión, que te diviertas, y cuída•te, sabes que te queremos —*click*. Sin decir una palabra más me cortaron la llamada. *Sin servicio*… Demonios, nunca sabré si me colgó o se fue la señal. Apagué y encendí el mugroso Smartphone pero no dio señal; lo dejé por la paz… “cosas que uno no entiende” ¿eh…? Cosas…

Era una noche de sábado tan cualquiera como todas las demás, sin ninguna celebración nacional en particular, el ambiente festivo a todo lo que da, la juventud en éxtasis, el espíritu fiestero, qué cosas, y yo rumbo a mi depa con las chelas como copiloto, me esperaban unas pelis y unos juegos, nada especial, prefería estar solo que mal acompañado, ja, mal acompañado… de haber sabido.

Al doblar la esquina me encontré con Joaquin, ahí en la calle 20 donde los perros se sientan en los sillones junto a los cholos que to•man cerveza y fuman marihuana como si Dios fuera otro residente del barrio y ellos los dueños de todo lo que la vista toca, ah… este cabrón ha de querer lana otra vez.

–¡Qué onda carnal! –me dijo al paso, mientras botaba el cigarro a la avenida con un gesto de nula humildad y se acercaba a mi asiento–. Cámara con las morras, ¿qué se va a armar? –me delataron las che•las en mi asiento… ¡de haber sabido!

–Pues nada wey, nada hoy, chambeo mañana –le mentí–; y pues, no hay morras, voy a echar la chela un rato de a soltero en mi depa, ¿no gustas? –mierda.

–Mmmmmhh…. Deja ver wey –oh no– le hablé hace rato a unas morras pero no hay a dónde caerle –no por favor– deja ver si me las topo y le caigo a tu cantón ¿no hay bronca? –muy tarde–. ¿Vas a estar ahí o te vas a lanzar a otro lado? –sip, era ya muy tarde.

– Pues… no wey, te digo que trabajo temprano, ahí voy a estar un rato –ya ni para qué lamentarme… esta noche no sería tan tranquila de todos modos.

Al arrancar mi camioneta y dar la vuelta a la cuadra para agarrar la avenida, me grita a lo lejos: –Wey, no*****no –y observo su silueta por el retrovisor haciendo un ademán con las manos, una señalando a la otra, no lo alcancé a escuchar, ni hice mucho esfuerzo en intentarlo, la verdad.

El resto es fácil de explicar, en realidad no es interesante, no del todo, nada en absoluto; llegué a mi departamento, los chicos llegaron a la media hora. Joaquín me dijo que no tenía señal en el celular, que eso es lo que me quería decir, qué raro… Tampoco yo tenía señal, recién había revisado mi teléfono para verificar. Nop. Muerto.

Pasaba el rato y las pobres chelas caían como moscas, pobre six no sirvió ni para el arranque. Prendimos la tele para ver algo interesante en el canal de deportes pero no pasaban otra cosa que no fuera el noticiario. Como si no importara y casi en automático, al calor de las bromas decidimos apagar la tele y jugar con la botella, pero a Joaquín se le hizo cosa de niños y sacó las cartas: –Vamos a jugar como adultos, póker de prendas —Dios mío, para un adulto su idea me resultó demasiado pueril, pero, ¿a quién le dan pan que llore?

Mi depa a grandes rasgos, tiene sólo una recámara, una mini cocina, un baño y una sala/comedor, también un pequeño balcón de ésos con puerta y ventana porque sale más barato instalar toda la estruc•tura que modificarla… pero su utilidad la descubriría más tarde.

¡Zaz!, ¡pum!, ¡pow!, ¡kaz!, balazos, madrazos ¿tan temprano? ¿Tan cerca? –No pasa nada, don Fernando ha de estar teporocho otra vez, le da por soltar balazos al aire y la banda se saca de onda –nos intentó calmar Joaquín, pero éstos no cesaban. De pronto gritos, ambulancias, policías, el desmadre se escuchaba en la avenida a un par de cuadras de aquí, y al cabo de minutos todo el tráfico cesó; las sirenas ya se oían a la lejanía, cada vez más ajenas a nuestra zona de confort, como si al paso hubieran absorbido el caos y se lo llevara consigo.

–Voy por un cartón, antes de que cierre la vinata –se aventuró Joaquín, ni la vaca pidió, así que no tuve la convicción de negarme a semejante muestra de generosidad–. A la vuelta les digo cuánto fue… –méndigo, muy bonito para ser cierto.

Y aquí empieza lo bonito, muy bonito, para ser preciso.

No escuché las noticias, qué cosas, de haber sabido.

Dulce se fue al baño, se sentía mal, comenzó a estornudar y le dolía la cabeza.

Desde el baño se oían los estornudos, después tos, después gritos, como los que habíamos escuchado en la calle hacía unos momentos.

Mónica también se sentía mal, pero sólo se agarraba la cabeza.

Dulce salió del baño con una mirada extraña, perdida y se abalanzó sobre Mónica, gruñendo y resoplando.

En segundos, jalones, estirones, greñas, ropa, piel, sangre, huesos, todo salía volando por los aires.

Dulce ya no era tan dulce, agria, sádica, horrenda, violenta… erótica .

Dio un par de pasos hacia atrás, tropezó y cayó por el balcón, con un golpe seco sobre mi troca; siempre la dejo en el mismo lugar, y yo también, en la posición en la que me encuentro, paralizado en el sofá.

No vi la hora.

No me moví.

No salí.

No me asomé.

No escuché nada más.

Son las 2 de la mañana y yo sigo encerrado en mi apartamento; en los pasillos los sonidos tiene ya rato que cesaron, los gemidos, los arañazos en las puertas, los gritos de sus ocupantes, humanos o no, ya no se escuchan.

Sigo repasando lo mismo en mi cabeza, una y otra vez, y pienso que mañana de todos modos no trabajo.

Silencio.

La duda.

Ya no hay televisión y la luz comienza a fallar.

Mónica da un suspiro, levanta los brazos y se comienza a incorporar, arrastrándose hacia mí, semivestida y bañada en rojo… Genial, no está muerta, y ahora, mientras esperamos…

*achoo*.

 

Tomado de: Antología Zombie, Endora Ediciones, México, 2012, p.26.

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