El recuerdo restaurado

George Yepes

Felipe Gaytán

24 de julio de 1715, hemos partido del puerto de la Habana, Cuba, con rumbo a España, somos once galeones con las bodegas a reventar de oro, joyas y siete millones de monedas de plata.

Mi padre Alberto Rodríguez relató el final de aquel abuelo lejano, perdido en nuestra historia familiar; nada quedó de él, en su intento por huir hacia la selva, los apaches lo alancearon quitándole el cuero cabelludo. Sus restos los llevó un hombre dentro de una caja de madera, desde la Florida hasta la Nueva España, con ayuda de tres burros y una pequeña carreta. Tuvo que sortear los peligros de la jungla, el desierto, y las fuertes lluvias, hasta llegar a la laguna y cambiar sus animales de carga por una chalupa. Cuando Mariana abrió la caja de madera, sólo vioel esqueleto con treinta flechas dentro de su tórax. Además de sus huesos, también me dieron su bitácora de navegación y dos mil monedas de oro para que cumpliera, su última voluntad. El hombre que trajo los restos me pidió como pago que le comprara otra vez los tres burros y la carreta destartalada para poder regresar hasta la Florida; cuando llegué a la hacienda que los adquirió, vi dos asnos viejos y uno joven, todos escuálidos; con mucho gusto le hubiera comprado una mejor compañía, pero aquel hombre insistió en recuperar los mismos. El primer deseo, que tuvo mi tatarabuela, según afirmó en su escritura, fue ir al nuevo Santuario inaugurado doce años atrás, allá por el rumbo de la Villa y comprar una misa a su difunto esposo para luego darle cristiana sepultura, lamentablemente no quiso cumplir la siguiente tarea; más de un siglo después, una de sus nietas de nombre Brenda encontró su diario y logró cumplir el segundo anhelo de ese navegante y mercader de inmensa fortuna.

Ambos nos pusimos frente al cuadro y uno de los restauradores nos explicó detalle a detalle cada fragmento. Se abre la gloria y descienden ángeles y querubines alrededor de una Virgen de Guadalupe, a la izquierda un arcángel toca una lira y a la derecha otro toca una flauta tambor. La virgen observa una flota de once galeones españoles que están a punto de naufragar ante una terrible tormenta, abajo, una pareja de donantes, ella de rasgos finos y un chiqueador en la sien derecha, conserva un escudo de la nobleza indígena entre sus ropas, él, un español de aspecto áspero, y pelo semicano viste una armadura de combate.

—Mi padre me aseguró: este cuadro perteneció a la familia por más de un siglo, lo mandó a pintar la bisabuela Brenda, cumpliendo así el segundo anhelo de don Arturo de Rivera. Un día, cuando ella tenía como cien años, la visitó una comitiva de hombres que le pidieron prestado el cuadro para la fiesta en honor a la virgen, cuando ella dio su consentimiento toda la casa se llenó de algarabía, en el patio se armó un retablo, y en medio de cuetones, rezos y cantos trasladaron la pintura hasta una iglesia oculta en la sierra de Morelia, al poco tiempo Brenda murió y nunca supimos que lo había prestado. Durante años se extravió la carta del préstamo que tan sólo duraría una semana. La abuela Azucena era muy pequeña, apenas de tres años, siempre recordó vagamente los hechos, y jamás pudo reclamar el tesoro, todo quedó en el olvido.

30 de julio de 1715, hemos topado con un huracán, las velas están rasgadas, las vergas se han roto, ya no hay remedio, encomiendo mi alma a la Virgen de Guadalupe y si me salva prometo 1000 monedas de oro para la Villa.

Mi madre Carmen llegó del fondo donde está la cocina con una jarra repleta de agua de sandía y unos vasos, ella completó la historia del cuadro.

—Unos restauradores lo encontraron atrás del retablo principal, la lluvia que cae sobre los galeones, no es lluvia celestial, sino el guano de los murciélagos que tenían su nido cerca, las huellas del ácido no se han eliminado a pesar del esfuerzo por restablecer la tela.

31 de julio de 1715 por la tarde, desperté en el interior de una casa rústica, con un fuerte dolor de cabeza, lo último que recuerdo es que estaba en cubierta tratando de sujetar las velas pero el vaivén de las olas arrojó mi cuerpo hacia el mar, yo me agarré de un trozo de madera para luchar con todas las fuerzas de mi alma, pero no recuerdo nada de lo que pasó después… El lugar se llama Palmar de Ayes Florida, donde hay un fuerte lleno de soldados mexicanos y cerca una misión jesuita, cuando una parte del ejército vio encallar a varias embarcaciones cerca de la playa corrieron a salvar todo lo que se pudo, ante la fuerza de los vientos, quince hombres enlazados codo a codo nos arrastraron sobre la arena.

Mi padre volvió a interrumpir:

—A casa han llegado historiadores y cronistas de la Ciudad de México para ver la pintura, es probable que ella descienda de la nobleza indígena, si tenemos suerte, tal vez nuestra gran abuela Mariana se enlace con la familia del emperador Moctezuma, de ser así, puedo asegurar que el español que fue retratado a su lado era el capitán de la armada española. El óleo fue realizado en 1830 por un pintor profesional que no firmó la obra, es de un estilo anticuado para la época, de un barroco detestable cuando México consolidaba su Independencia. Abajo tiene una cartela con una leyenda copia fiel de un ex voto extraviado durante un incendio.

Yo le pregunté:

—¿Qué te hace pensar que puede pertenecer a la casa de los Moctezuma?

Él sin titubeos me contestó:

—En el escudo que tiene pintado cerca de su retrato aparece el águila y la serpiente sobre la laguna, lo cual recuerda la fundación mítica de la gran Tenochtitlan, a pesar de que la dama ya no tiene ningún rasgo indígena y trae una golilla elegante con un tocado de fino encaje.

4 de agosto de 1715, al zarpar anoté 500 tripulantes, sólo quedamos 11, después de varios días de reposo y los cuidados extremos de los misioneros, uno de los soldados trató de rescatar los tesoros reales y nuestras pertenencias, todos tenemos prisa en marcharnos de ese lugar, otro de mis hombres de confianza navega a la mar, va por ayuda, las costas están asoladas por piratas, y sólo nos queda correr hacia la jungla para salvarnos si alguno de ellos pisa tierra firme. Existe otro peligro, uno de los frailes me ha advertido que tenga cuidado con los apaches, en cualquier momento se pueden sublevar, los misioneros no pueden convertirlos a la fe católica.

Mi madre volvió a interrumpir la charla llena de ilusiones:

—Lo interesante del asunto es que ya vino el Cardenal a pedirnos que donemos la pintura a la Villa para que aumente el número de fieles que van cada año, incluso ya nos prometió colocarla en una capillita especial. Algo más interesante aún, vinieron de Europa para revisar su iconografía y afirmaron que los arcángeles están tocando instrumentos musicales diseñados por Leonardo Da Vinci. Si la suerte está de nuestro lado el señor presidente comprará la pintura, con ese dinero nos iremos a vivir a otra casa más amplia y tú Antonio terminarás los estudios.

Antes de que ocurriera su trágico final, anotó en su bitácora que era judío, que su fortuna la había logrado asesinando a cuanto ser se le pusó en el camino… Es mejor que me olvide de su vida y de su imagen, si la Santa Inquisición se entera quemará sus restos y yo terminaré en la hoguera por hereje.

Tomado de: Leer el cuento, Endora Ediciones, México, 2010, p.21

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