Cuentas de vidrio

Franco Lobo Reséndiz

Agustín Sarmiento 1:

Cuentas de vidrio

Franco Lobo Reséndiz

Diego Salazar, sargento del Sacro Imperio de Carlos V, quien fuese destacado en la expedición para la conquista de la gran Tenochtitlán, después de que se hubo consumada la misma, y sabiéndose uno de los vencedores de esta nuestra justa por convertir el hereje nuevo mundo en tierra cristiana, tomó como merecida recompensa el oro que en ella pudo encontrar…

La tarde caía mientras nosotros aguardábamos en una choza a la orilla de la gran laguna que rodeaba la ciudad, allí habíamos concertado una cita con un indio viejo, llamado Nube de Agua. Sabíamos que los indios eran imbéciles, por lo que pactamos un trueque, nosotros les dábamos unos cuantos espejos, y un saco repleto de cuentas de vidrio de color verde.

—Que ellos preferían sobre todos los objetos, ¡no sé por qué coños!, pero así fue —las cuentas de vidrio no eran más que meras baratijas, ¡bisutería!, a cambio ellos nos darían rocas de oro y otros objetos preciosos ¡jolines, qué tiempos aquellos!

El sargento había hecho traer la bisutería desde España, a Cuba, y de ahí de contrabando hasta Méjico. La intención era no pagar el “Quinto Real”, que en la mayoría de las veces terminaba siendo la mitad, ¡o más!, y eso sin contar que al capitán que te auditara no se le ocurría otra cosa. Por esa razón era común el contrabando, como también eran comunes las esperas clandestinas, igual que la nuestra.

Sumamente nerviosos por el temor de ser descubiertos… el tiempo se nos hacía eterno….

Al fin los vimos llegar en una barcaza, Nube de Agua venía acompañado de un joven casi niño, alzó su mano saludándonos, después desembarcaron, bajando una especie de tapete hecho de carrizos, que se echaba de ver muy pesado, ya que apenas lo podían cargar.

Ya adentro procedieron a desenvolverlo… -¡quedamos boquiabiertos al ver aquella cantidad de oro!-, mas rápidamente el sargento salió del asombro y con cara dura hizo un gesto como que tenía poca importancia, acto seguido procedió a abrir el saco para que el viejo pudiera divisar las piedrecillas… El joven exclamó asombrado:

—¡Chalchihuil!

—“Nube de Agua lo reprendió con la mirada” — el joven bajó la cabeza.

Después a señas nos hizo saber que faltaba algo, el sargento sacó de un pequeño cuero de cerdo unos espejos, y con un gesto hizo que miraran hacia dentro del mismo, enseñando el resto del contenido. El viejo Nube sonrió y con un ademán nos motivó a tomar el tapete… Con un temblor en las piernas, y una sonrisa contenida, llevamos el tesoro a unas alforjas que aguardaban fuera sobre una mula. No obstante, me causó asombro que al igual que nosotros, ellos se quedaron conteniendo el gusto. Al parecer el sargento adivinó mi pensamiento y me comentó susurrando:

—¡Coño, os advertí que estos indios son bestias, mirad que ponerse tan felices por unas simples cuentas de vidrio! Inmediatamente después nos dirigimos a otra choza cercana, donde habíamos habilitado una pequeña fundición, ahí pasamos toda la noche y hasta el amanecer del día siguiente haciendo diminutos lingotes, que posteriormente metíamos en chalecos y fajillas.

Siete Gotas 1:

El gran Tlamacazque, Nube de Agua, sabio entre los sabios y considerado el hombre que con conocimiento y con- tacto con los dioses, podría salvar a nuestra nación de las poderosas fuerzas que llegaban de mar adentro (que con sus portentosos artilugios como la vara que escupía fuego, y sus raros venados en los que montaban haciéndolos más veloces que el corredor más rápido de nuestro imperio). Además de que se habían aliado con nuestras naciones enemigas, ellos bien sabían que la luna coincidía con la antigua profecía, que rezaba: “La nación entera se perderá cuando todas las señales se reúnan”.

Nube de Agua se había concentrado en estudiar los astros y hablar con los dioses en busca de la respuesta. Necesitó un ayudante para todos los aspectos de su vida, y así fue como yo hube recibido el gran honor de ser elegido como aprendiz y achichintle del Gran Tlamacazque, ¡Nube de Agua!

Esto sería sin duda, una gran oportunidad para cual- quiera, pero más para mí, ya que ningún joven de mi procedencia jamás había podido llegar a tan alta encomienda. Justo el día que cumplía tres años a su servicio, recuerdo que era una clara mañana cuando el maestro llegó muy entusiasmado y me dijo que el gran día había llegado, que las estrellas se encontraban alineadas, y me confió que iríamos a un encuentro del que dependía la supervivencia de nuestra nación…

Esa misma tarde salimos cargando un petate donde iban envueltas unas piedras de las que nosotros les llamamos “¡desperdicio de los dioses!”, cuenta la leyenda que el gran dios “Tonatiuh”, (dios Sol), las había escupido por- que no podía crear luz ni calor con ellas y, al igual que para el Dios, para nosotros tampoco tenían un uso práctico, ni valor alguno, por lo que eran usadas en su mayoría de las ocasiones por las clases más bajas como adornos. También llevábamos en el petatl algunos collares y otros adornos del mismo material. Era bien sabido por todos nosotros los efectos que en ellos causaba: -¡Los volvía lo- cos!- Ellos argumentaban que las piedras les curaban una extraña enfermedad, por eso los llamábamos “enfermos de piedras”, pero nosotros sabíamos que era algo más que eso, ya que eran capaces de hacer cualquier cosa por ellas, inclusive ¡matarse entre hermanos!

Llegamos a la cita en una canoa, el Maestro saludó a dos teules que se veían claramente nerviosos, ya en la orilla bajamos el petate con mucha dificultad ya que era sumamente pesado, entramos en un jacal, ahí desenvolvimos el petate, los teules se quedaron boquiabiertos, cosa que me produjo una sonrisa ya que como había dicho el maestro: “Son imbéciles, pierden la razón por las piedras”. El que parecía el jefe se repuso rápidamente de la sorpresa y después fingió no importarle, el maestro con señas le preguntó por algo más, el hombre sacó una piel de cochino y mostró su contenido; el maestro quedó satisfecho y haciendo un ademán los invitó a recoger el petate, de una manera ridícula se lo llevaron, ya que las piernas les temblaban y tropezaban constantemente. Cuando al fin salieron el maestro y yo reímos por el espectáculo, después subimos los sacos a la canoa y nos dirigimos a una alta loma sobre un islote, desde el cual por su ubicación se podía apreciar perfectamente la Gran Tenochtitlán.

Sobre la misma habíamos construido una pequeña pirámide de oración de las que llamábamos concentradoras, ya que eran hechas para almacenar la mayor energía posible en un pequeño recinto; se edificaba hueca, para que los bien llamados “chalchihuiles” la rellenaran de concentradores de energía, también dejábamos un orificio en la superficie y tres más en la base, uno por cada esquina, quedando orientados hacia el templo mayor, donde van los direccionadores de energía (espejos).

Sabíamos que la pirámide se encontraba casi llena y que con este cargamento seguro la terminaríamos de llenar, era como lo dictaban los códices: “¡Nuestros enemigos serán destruidos a causa de su propia mano!”, ¡y que ellos mismos nos hayan proporcionado los chalchihuiles, lo daba por hecho!

Alegres de haber obtenido la materia, era cuestión de orar. Mediante un ritual se procedió a llenar la pirámide, después a colocar los espejos, más tarde a danzar, así es- tuvimos dos días enteros con sus respectivas noches sin dormir, orando al dios Huitzilopostli para que nos otorgara el triunfo. Manteniéndonos a base de peyotl y pulque pasaron los dos días… Pude ver cómo los dioses venían y hablaban con el maestro, vi cómo comenzó a volar, fue y vino a la gran Tenochtitlan, e incluso en una de las ocasiones yo lo acompañé. Vi a los teules con sus cuerpos brillantes y a mi pueblo volviéndose más fuerte… En la mañana del gran día cuando el sol estaba en su cenit, el maestro colocó los espejos, sabíamos que justo en ese instante en el templo mayor se llevaría a cabo un gran sacrificio, así que había que orientar los rayos del gran dios Tonatiuh a sus hijos.

Agustín Sarmiento 2:

El Sargento y yo habíamos permanecido en la guarnición de Méjico, ya habían pasado algunos días desde que el Capitán General Cortés había partido para repeler una expedición que desde Cuba habían enviado para su captura.

Aquí las cosas habían permanecido en una calma aparente ya que no podíamos confiarnos, debido a que los otros pueblos, nuestros aliados también eran indios y en cualquier momento nos podían traicionar. ¡Esas eran las voces de muchos de los soldados!, claramente nerviosos ya que sabedores que si el rey nos manda coger, podríamos terminar perdiendo todo, y hasta yendo a parar a la Santísima Inquisición…

De esa manera todos estábamos visiblemente alterados, y aún más el cabo Godínez, un hombre alto y corpulento pero con ánimo de ratón, lloriqueaba a ratos por su familia, por sus tierras que había dejado en Cuba. Pero la verdad es que lloraba de miedo, el capitán a cargo lo puso de guardia frente a la pirámide mayor, con el fin de mantenerlo lejos de los otros soldados y que no pudiera influirlos con su melancolía, mas nadie hubiera adivinado que justo frente al timorato Godínez se llevaría a cabo el más sangriento de los rituales que jamás hubiésemos visto, y eso que ya nos había tocado ver unos cuantos… Los indios quemaban en braceros una suerte de inciensos que llenaban el ambiente, los tambores y flautas tocaban, los indios danzaban al compás de la música. Godínez estaba pálido, por su cara perlaban gotas de sudor a pesar de que la temperatura había descendido, y esto se agravó más aún cuando los indios trajeron a un par de jóvenes que por su apariencia, se intuían guerreros tlascaltecas. Los tlascaltecas cooperaban de una manera sumisa, como si poco les importase su vida, así fueron recostados sobre unas piedras, redondas y planas, fueron amarrados de una mano y un tobillo a la misma, y sujetados por unos indios brujos por el otro, más aborígenes bailaban a su derredor; de pronto uno de los brujos, con una lanza hirió en sus par- tes masculinas al tlascalteca, éste dio un agudo y terrible grito, después fue flechado por los indios que danzaban… siete… ocho flechas sobre el pecho del desdichado…, y luego fulminante cual rayo, así cayó el cuchillo de oxidiana del brujo mayor sobre el pecho del otro tlascalteca… Tan rápido como entró salió la mano del brujo, arrebatándole el corazón de cuajo, a la vez que gritaba feliz la muchedumbre. Godínez no pudo resistir más y les gritó:

—¡Hijos de puta herejes!, ¡mal paridos!

Disparó su arcabuz sobre el brujo mayor, cayendo este hacia atrás, después con su espada atravesó a otro de los brujos que yacía frente a él… Al ver lo acontecido el pueblo que miraba el ritual comenzó a gritar con furia… Después una lluvia de flechas y piedras… De Dios sabe dónde aparecieron muchos indios con las caras pintadas y trajes de jaguares y águilas -¡sabíamos lo que eso significaba!-, comenzaron a atacarnos por todos los flancos… Todo fue tan repentino que apenas nos dio tiempo de refugiarnos, los que no caímos víctimas de esos sanguinarios engendros del demonio, nos atrincheramos… Así permanecimos sitiados por varios días. Después supimos que Cortés regresaría en cualquier momento, y eso nos trajo un halo de esperanza. Mal haya, fue nuestra espera, ya que ni el propio Capitán General pudo hacer nada ante semejante salvajismo, como no lo habíamos visto nunca antes… agobiados tuvimos que planear el escape, de otra manera corríamos el peligro de terminar como aquellos pobres tlascaltecas.

Al amparo del manto nocturno, todo el ejército comenzó el escape, quedando de encontrarse en el pueblo de Tacubaya. El sargento y yo nos pusimos los chalecos donde escondíamos las barritas de oro, así como las fajillas, y en las alforjas de los caballos, repletas estaban que las bestias se pandeaban al andar. Para marcharnos teníamos que abordar una frágil balsa, que al sentir el peso del caballo se movía sin control, sumergiéndose por donde subía el animal. El sargento trató de subirlo a la fuerza causan- do que éste se fuera rápidamente hasta el fondo debido al peso de las alforjas. El sargento testarudo trató de asirse del freno del caballo como si pudiera sostenerlo de vilo, quedóse enredado por su guante, siendo arrastrado junto con el equino al profundo abismo de la laguna. Nulo fue el tiempo para ayudarlo ya que nos llovieron flechas encendidas… A lo lejos se veía venir una horda de indios con antorchas gritando de una manera espantosa, que de sólo recordarlo ¡me lleno de terror!… Lo más rápido que pude me despojé del chaleco y las fajillas, ¡poco me importaba el oro, si mi vida estaba en peligro!, así que nadé, y nadé, y no sé cómo, ¡pero escapé!

Siete Gotas 2:

Los extenuantes rituales habían rendido frutos, Tonatiuh había llenado de poder a sus hijos, y Hutzilopostli estaba con nosotros. El maestro satisfecho, sonriendo me hizo una caricia en la cabeza, añadiendo: —Buen trabajo me voy a descansar, cuida la pirámide…

Era el amanecer la tibieza de la mañana y ese contraste que se hace entre la oscuridad de la madrugada con los primeros rayos del sol, te forzan a que entre cierres los ojos para evitar el resplandor que te da en pleno rostro. El cansancio y la falta de una buena comida, adicionada con la satisfacción del trabajo cumplido y la relajación que de éste devenga me hizo quedarme completamente dormido…

Cun Cun 1:

Yo tenía seis años, mi amigo Flor de Algodón y yo habíamos ido a cazar pájaros, cuando vimos un haz de luz que salía de lo alto de una isleta, era tan bonito e intenso, que nos acercamos a ver de qué se trataba, un viejo y otro se- ñor danzaban y hacían rituales alrededor de una pirámide, de ésta emanaban tres rayos que cruzaban el firmamento. Flor y Yo nos sentamos a observar, así estuvimos toda la tarde y al otro día otra vez. Aunque nos acompañaron dos amigos más, al tercer día regresamos ocho niños, sólo que- daba uno de los señores y estaba dormido. Mi amigo Flor lo trató de despertar pero no respondió, mis otros amigos dijeron que estaba borracho, uno más dijo que estaba muerto… Poco después perdimos el interés en el señor y fuimos a averiguar del porqué de la luz. Con miedo nos acercamos, Viento Azul, que era mayor que nosotros, se envalentonó y cruzó la luz… una… dos… tres veces. Después todos la cruzamos, una y otra vez, Viento fue a meter la mano al agujero de la cima, todos nos quedamos en silencio… Flor le gritó: —se te va a caer la mano —todos nos cubrimos la cara para no ver… Viento gritó triunfador: —¡Miren! —tenía un puño de gotitas verdes en la mano… ¡Y no se deshacían!… Todos corrimos a verlas, asombrados las tocábamos y las veíamos al sol, —¿por qué no se des- hacen? —pregunté— ¡porque son mágicas! —afirmó Viento. Después con miedo todos empezamos a meter las manos, cada uno sacó un puño de gotitas. Nos fuimos corriendo a la aldea, felices se las mostramos a los demás niños, locos todos los niños de la aldea fuimos a rescatar más gotitas mágicas, el éxtasis por las gotitas nos hizo vaciar la pirámide en un santiamén.

Fue cuando llegó Piedra Afilada, el niño más grande de la aldea, por ser el último apenas pudo recoger tres gotitas, comenzó a pedir que le regalaran unas cuantas, ¡nadie quiso! Entonces fue cuando arrojó una de las gotitas a la laguna mientas reía estruendosamente, Viento le preguntó que por qué hacía eso, Piedra le dijo que su papá era sacerdote, y que le dijo que quien arrojara la gotita mágica más lejos dentro de la laguna sería el favorito de los dioses. Todos los niños nos entusiasmamos con tal idea, y comenzamos a lanzarlas, así estuvimos desde ese medio día hasta que el sol se comenzó a ocultar.

Corriendo llegó el viejo del día anterior, dándonos de gritos, el señor que dormía despertó mirando hacia todos lados para entender qué había pasado, corrió y me tomó por el cabello, mientras preguntó:

—¿Qué pasó maestro?

—¡Tiraron todos los chalchihuiles a la laguna!

El hombre corrió y se arrojó a la laguna a quererlos rescatar, el viejo movió su cabeza en forma reprobatoria:

—Es inútil. La profecía se ha cumplido: “La nación perecerá por sus propios hijos”.

Tomado de: Leer el cuento, Endora Ediciones, México, 2010, p.29

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