Carmen, la plantera de las sierras

Martín D. Cernadas

No conocí a Carmen primero sino que conocí a sus extractos. Concretamente, a su extracto de echinácea.

¿Cómo fue? Fui a una tienda naturista del pueblo serrano de Capilla del Monte, en Córdoba, Argentina. Fuí buscando un antibiótico para empezar a tratarme mi otitis que estaba comenzando como todos los años, en invierno. Al pedir un jarabe de propóleo al 20%, y no haber stock, el dueño del local me aconseja usar -para vías respiratorias superiores- el extracto de echinácea. Que es de cultivo biodinámico, hecho artesanalmente por una mujer mayor, con más de veinte años en el tema, y que debo probarlo para comprobar su acción. Que solo una dosis era suficiente y nada más. Pero tampoco tenía el extracto. Y me indica como llegar a la casa de Carmen. Fuí, ví, y compré. Me lo llevé a mi casa. Coloqué solo un par de gotas en mi oído. Al día siguiente, ya no tenía el incipiente dolor del día anterior. Ni tuve necesidad de repetir la dosis. Fin de la otitis.

Con esta efectividad tan concreta del antibiótico, meses más tarde decidí hacer una jornada de estudio, de curso de hierbas, que su hija, Soledad, imparte, en el mismo campo de cultivo. Apuntes y explicaciones de cada planta medicinal, la forma de cultivar, sembrar y las atenciones a no usar agroquímicos, sino todo en una forma biodinámica, respetando incluso a las hormigas.

Vuelto a Buenos Aires, comencé mi investigación acerca de esto del biodinamismo, y el cultivo específico de plantas medicinales. Había leído a Masanobu Fukuoka, uno de los pioneros orientales en recuperar un saber ancestral. Y encuentré una total semejanza con lo que hace Carmen.

Al profundizar en otras lecturas, y bucear en los folletos y material que me proporcionó Soledad en la visita, y lo que ella misma me relató, descubrí que Carmen ya está muy anciana, y no puede dedicarse físicamente más a los cultivos propios, hoy en día.

Con una total certeza de que lo hecho por Carmen es algo único por la duración del tiempo y el esfuerzo personal involucrado con tal dedicación a una planta específica -a estas personas los guaraníes las llaman “planteras”- y totalmente convencido de la necesidad de que ésa experiencia y conocimiento no se pierda, que quede por escrito, decidí preguntarle a Carmen directamente, proponer sin más vueltas, empezar a hacer un libro. Y dijo que sí.

Y así empezó esa historia, entre miedos, abandonos, y esperas, y vuelta a empezar, entre muchas tisanas con bizcochos y budines. Entre palabras que no salían, broncas contenidas, tropiezos, y hierbas que nos acompañaban. Entre tiempos de espera, que se hicieron semestres en algunos casos. Las intentos de encontrar el método de cultivo de las palabras, para que prendan, para que nos gusten, para hacerlas crecer, expandirse, florecer. Ubicar un diseño propio al jardín de esas palabras. Acerca del porqué ese conocimiento de plantas medicinales, debe quedar sistematizado.

Así puedo yo entender cómo esta mujer, abandonada desde niñita por sus padres biológicos -“la niña perdida”, “la guacha”- y con apenas la educación primaria terminada, con muchos mandatos de la familia adoptiva para ser solo una sirvienta y nada más, logra con toda su intuición, su energía y amor por las plantas, hacer esto. Es la historia de ese rico mundo interno de Carmen, inagotable, que le da vida.

También es la historia de un encuentro, y como todo encuentro es un re-encuentro, tuve que aprender a escuchar y hablar el lenguaje de Carmen, y dejar a la autora desplegar su voz libre.

¿Cómo llamar a eso que hacer Carmen en sus propias palabras? “Las plantas y yo” me dijo ella. Que así sea. En el Cielo, como en la Tierra.

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