La infidelidad de la mujer en la novela de fines del siglo XIX

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Teresa Álvarez Olías

Si bien el amor es un tema constante en la narrativa de todos los tiempos, el adulterio, especialmente el femenino, descrito por autores hombres, es un asunto recurrente en el realismo literario del siglo XIX.

Centrándonos en cinco libros de narrativa podemos llegar a algunas conclusiones. Así encontramos Rojo y negro de Stendhal, Madame Bovary de Gustave Flaubert, Retrato de una dama de Henry James, Anna Karenina de León Tolstoi y La Regenta de Leopoldo Alas Clarín.

En el siglo XIX la fidelidad matrimonial es un deber vital y el amor un instante de locura en la primera juventud, donde el adulterio, en especial el de la mujer burguesa, representa un asunto castigable, pero posible y real. El tema del adulterio femenino ha proporcionado la gloria a grandes autores europeos, como los citados, que se han hecho acreedores de fama y riqueza, así como de los mejores puestos en la lista de novelistas consagrados.

Me he permitido señalar algunas características comunes a los libros citados, como son:

A) Se marcan distintas, muy distintas penas sociales para el adulterio del hombre comparado con el de la mujer, pues ella es considerada pecadora y arrastrada por el barro, mientras que él no pierde nunca su honra ni su familia.

B) La infidelidad es considerada una consecuencia del aburrimiento en el matrimonio burgués, que se agota en sí mismo con el paso del tiempo.

C) A menudo, la tercera persona que provoca la deslealtad de la pareja es un sacerdote, un noble, un militar, es decir, un hombre relevante socialmente, no exactamente un sencillo padre de familia, es decir, un obrero preocupado por el bienestar de los suyos.

D) La moral religiosa acaba siempre imponiéndose como una losa justiciera.

E) La falta de independencia económica obliga a la mujer a someterse a su pareja, ya sea al marido o al amante. La riqueza la exime de esta esclavitud.

F) El amor y el matrimonio no van a la par. A veces coinciden, pero entonces no lo hacen de por vida. El primero es efímero y el segundo dura hasta la muerte por imposición legal y eclesiástica.

G) El divorcio que se permite en los países anglosajones no alivia situaciones conflictivas en absoluto y no se opone al matrimonio, que se consagra como la más perfecta unión.

Leyendo o releyendo estas novelas citadas, entre otras muchas similares, somos conscientes del avance que la historia ha dado a las crisis amorosas matrimoniales, pues los maridos infieles o apáticos suponían una muerte en vida para las esposas, una total condena al sufrimiento perpetuo, a la desidia, al desprecio absoluto por parte de sus cónyuges, a los que se permitía abiertamente mantener otra u otras relaciones amorosas y buscar en ellas una salida al cansancio marital, al desamor o a la rutina.

La lectora de estas novelas realistas percibe tal paso del tiempo de manera clara. La lectora actual sabe que en el transcurso de un siglo habrá un divorcio, existirá una salida a la desesperación de la esposa adúltera, que le cambiará la vida y la perspectiva. Comprende la angustia de la mujer atrapada entre el deber y la pasión, entre sus obligaciones familiares y su sexualidad. A veces siente el deseo irrefrenable de liberarla y cambiar la trama de la novela, como si fuera posible, como si la sociedad de hace ciento cincuenta años pudiera perdonar el desliz de la amante despechada, abandonada, traicionada finalmente. Porque ese suele ser su destino por saltarse la norma social impuesta: la desdicha personal, el olvido familiar, la estigmatización social.

La grandeza literaria de los autores impide que éstos narren historias irreales. Escribían sobre lo que veían, sobre lo que sentían, sobre lo que era palpable y evidente. Sus novelas son crueles y a menudo de final triste, como la vida misma. Redactaban los capítulos por entregas, en muchos casos, debiéndose a sus lectores y a su tiempo, sin concesiones al romanticismo o a los cuentos de hadas.

La mujer burguesa se casaba para, inmediatamente, encerrarse en su bonita mansión y ser prisionera de las conveniencias, anhelando el amor y la libertad. Hombres y mujeres no tenían los mismos derechos y obligaciones aunque un mismo vínculo legal y religioso los uniera. A menudo los hijos podían ocasionarle a ella satisfacciones, entretenimiento y desde luego cariño, pero la ausencia de descendientes, junto con la doble moral de su marido podía convertir su vida en un infierno, del que no podía escapar.

La adúltera era castigada y perseguida incluso con la muerte, pues la esposa se consideraba propiedad del esposo y el asesinato de ésta se atenuaba en los juicios al considerarse crimen pasional, es decir, inevitable, fruto de los sentimientos incontrolables del varón. Tenemos dramas de Calderón, tragedias griegas, comedias ligeras que hablan y condenan el adulterio en todos los siglos, y la novela realista no podías ser menos. El marido engañado prefiere matar a su esposa a perdonarla. Puede amarla pero no puede soportar la afrenta. A su vez el amante casi nunca es leal a perpetuidad con su amada, aunque sí consciente del pecado que ambos cometen y afronta el castigo de ella como inevitable.

En el sigo XIX la literatura no quería adivinar que los divorcios serían moneda corriente en el devenir de las familias burguesas y en el de las familias pobres europeas. Su concepto del amor se circunscribía a un tiempo exiguo donde hombre y mujer perdían la cabeza y el sentido de la realidad, al margen muchas veces del matrimonio. Pareciera entonces que la infidelidad fuera inevitable para las personas con ansias de tener una vida propia, distinta o mejor.

Los autores citados más arriba fueron interpelados por su sociedad. Alcanzaron la fama en el mundo narrativo, pero los poderes fácticos los señalaban con el dedo, como si sus personajes fueran seres de carne y hueso que merecieran la condena social. Es evidente que de haber sido mujeres escritoras hubieran tenido otra perspectiva de sus argumentos, pero era casi imposible triunfar como escritora en mil ochocientos. De hecho las que consiguieron editar sus obras descollaron por su ingenio y paciencia, a menudo también por la renuncia a formar una familia.

Admiro, en todo caso, la valentía de los autores para abordar el tema del adulterio, que sin duda les trajo conflictos con la iglesia, los jueces y los gobernadores. No pudo ser un tema fácil sobre el que escribir porque ni siquiera lo es en el siglo XXI. No es un asunto liviano como un encuentro sexual fortuito, un noviazgo o una historia sencilla de amor.

El adulterio de las mujeres ataca la estructura patriarcal, descabalga la estructura familiar tradicional, basada en la entrega femenina sin medida ni agradecimiento, en definitiva, supone un esfuerzo extra de valentía para el novelista que se inspira en la realidad.

Anna Karenina, Elizabeth Archer, Madame Bovary, Madame Sorel, la Regenta, es decir, las protagonistas de las novelas citadas, son mujeres fuertes, pero dominadas por la tradición y la formación religiosa. Aman y son conscientes de su falta, por lo que admiten el castigo y la repulsa social. Merece la pena leer los libros en las que ellas son las valientes heroínas a las que, sin embargo, no les sonríe la suerte, finalmente.

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