Historias acabadas

© José Clemente Orozco

Luis Alberto Figueroa Pages

I

Nunca he podido conciliar mis intereses con los gustos y he tenido que hacer tantas concesiones que si regreso por los años de mi mocedad no encuentro mas que historias acabadas en el mismo inicio, las casualidades que me hicieron transitar por la vida fueron determinantes siempre, hasta llegué a creer que fui niño por mera ca-sualidad. Casi un viaje a la nada ¡chingada!… ahora me aparecen sentimientos que no juegan ningún papel en la jodida existencia que estoy marcando en estas soleadas calles del Centro, camino despacio, a veces para ver los detalles de las personas que me cruzan y meten sus cochinos ojos en cada pliegue de mis arrugas, poco interesante, todos tienen menos por decir de esta mierda que desandamos a diario, sólo que vienen tratando de ver las cosas que yo no quiero ver .

Meterme de cabeza en estos líos de la colonia y más si es por la marihuana que venden en la prepa a los chicos de bien, esas jodederas pueden traerme consecuencias con los pachucos de la vieja guardia que me conocen, de allí donde nos dábamos algunos fuetazos del tequila que destilaba Pedroso, el viejo carnicero que a tanto beber perdió la mano izquierda con una cuchillada que se dio haciendo tamales para
vender en el tianguis de La Línea.

Acabo de andar por los pasillos de la oficina donde se realizan las pruebas para ingresar en las gloriosas fuerzas de la policía metropolitana. A ella me someto, como única posibilidad de conseguir trabajo fijo y seguir viviendo en esta ciudad de historia y piedras. No tengo un centavo y mucho menos dónde dormir cuando no estoy de servicio, dentro de dos días debo entregar la casa y para más, se venció la letra del carro y no acabo de pagarlo…

—¿Qué hago aquí? Buscar es lo mismo que no encontrar en estos vericuetos de la sociedad moralista, aquí ya las cosas están repartidas entre los que son y los que están, incluso dentro del cuerpo, ser policía en esta ciudad no es muy cómodo pero da algunas prerrogativas a los que venimos de otras tierras, así he tenido que presentarme seis veces, aunque sólo por la fuerza y la persistencia. Yo me quedé en los primeros intentos de hacer una vida tranquila y decente, a lo legal; ésa es más difícil que hacer botellas con arcilla.

Cuando me busqué algunas influencias en el medio, zas, ¡aquí estoy!.. es como se puede llegar de a de veras.

—¡El próximo! —gritó el señor grande de la carpeta—. Si no se apura se le va la oportunidad con ese sargento que siempre está de la chingada…

Eso fue conmigo, como si me estuviera advirtiendo que estaba allí por gusto. El muy pendejo no se daba cuenta que yo lo sabía desde que entré a esa oficina, pero en esta ocasión fue tan grande la reticencia mía que el cabrón sargento me reconoció y me dio un chance, como quien dice, para probarme..

II

“Tanto tiempo disfrutando de este amor…” En esta mierda no se disfruta, más bien se disputa, si cada uno de nosotros va a ser policía ya no habrían delincuentes en la ciudad, entonces para mantenernos en la institución tendrían que importarlos de los pueblitos adyacentes. Por ahora tengo que preparar algunos cambalaches. Entre negros y canijos estaré reportando como siete casos diarios, todos inventados pues de otra nunca subiré a los grados de cabo, y eso que ya no me dejan llevar pistolas y cuando la tengo no la puedo usar. Nada, fue por la intromisión del psicólogo que me reportó como peligroso, él siempre me reporta como un sujeto violento. Sólo por defenderme con la ley, ¿acaso no estamos aquí para eso? y es más, ¿no somos la ley? Para qué se gastan tanto dinero en disfrazarnos como si fuéramos extraterrestres, a veces no sé cómo puedo manipular tantas cosas que me cuelgan al traje con sólo dos manos.

Desde el día internacional de las mujeres no le doy un sólo golpe a mi vieja. Híjole y tanto que se los busca, si no es por una cosa, es por la otra pero nada más que entro a la casa, me quito la ropa, llega ella con alguna rezongada y se pone a hablar mierda de todo y de todo el mundo, para que yo le agarre mala voluntad a los vecinos que en definitiva son los que me ayudan cuando los oficiales de la jefatura vienen a preguntar sobre mi actitud en el barrio. Ella habla que te habla y me saca de quicio. Hace que me duelan los sesos hasta la saciedad. De eso no se da cuenta el psicodélico. A él le basta con tenerme siempre bajo su dependencia burocrática… no se acaba de convencer por las buenas. Hasta un día… porque ya esas mierdas de jugarretas han de llegar a su fin…

III

“La ultima noche que pasé contigo…” Ni cantando es una buena noche, todo termina a fuerza de tragos, jodiendas y escopetazos así son estas guardias operativas.

Es así como me estoy cogiendo los últimos tiempos con las viejas del barrio, ya no confían en mí ni en mis cuentos de chico bueno. Por el traje no se diga, todas saben que no me aguanto. Pero sí tiene que ver lo del traje, mira que salir a la calle con ese respaldo es una suerte, de verdad que es de un color impresionante y si es el de gala, las mujeres se babean, y los cabrones se te rinden, ellos conocen que un trompón se le va a cualquier policía y lo coge el primer bobo que ande suelto.

Ayer fue la última descarga del pinche “psicótico”, le dijeron que me habían visto por la casa de la carpetera. Él sabe que esa vieja me lleva corriendo y que la quiero para empinar, es la única que tiene con qué hacerlo en esta jodida delegación. Nada, para desviar un poco atención del asunto voy a tener que meter alguna fuerza con eso de los “naco” del barrio que intentaron acosarme por las viejas, cojones, siempre me la están buscando, pero yo los acabo, de eso no hay que preocuparse. Un día de estos me decido a montarles un operativo, me meto en su casa a tiro limpio: los saco hasta la plaza y allí los entrego a la Federal. Yo sé que ellos sí mueven buena cantidad de polvo y equipos robados que se apropian y después usan para sembrarlos donde más les haga falta y otras veces lo revenden a quienes se los quitan; ésta es la de nunca acabar, por suerte para mí y los que como yo no tenemos dónde caernos muertos, siquiera en los pasillos asquerosos de esta estación.

IV

—¡Vamos compadre!, usted lleva tres días sin bañarse ni cambiar ese vestuario, hoy se terminan sus líos con el “psico-tipo” —el custodio traía jabón y una muda de ropa—. Se me pone lindo que después de la consulta lo llevan a otro sitio. Allí se acaban los compromisos del cuerpo con su persona y pasa a ser objetivo de mecanismos policiales diferentes, eso usted lo sabe ¿o no?

fuis@vrect.upr.edu.cu

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