La política de los insectos

Siempre me ha intrigado el silencio de los hombres, en el sentido del género masculino. Cómo es que en los momentos más estresantes de una situación, el hombre, confrontado, se queda callado… Pero la ausencia de palabras no implica que no le importe nada o que simplemente quiera huir. No. El silencio cobija al hombre, lo protege de la confrontación cara a cara con el otro, pero más que nada, consigo mismo. Esto es lo que me dejan en primera instancia los cuentos de César: una mirada casi antropológica del género masculino, pero específicamente al subgénero defeño, y si queremos ser más minuciosos, al capitalino de la década de 1990.

Pareciera que la tesis de César es mostrar “al ser humano regido por la política de los insectos”. Es el hombre que recorre las calles del DF, solo, quien disfraza su necesidad de amor en el deseo sexual crudo, frío, que la pornografía o un cabaret puede darle. Los fantasmas de Heminggway, Kurt Cobain y Chava Flores lo rodean junto con la amenaza del fin del mundo y de la globalización.
Y aunque los sentimientos parecen no estar presentes, sus actos (como el silencio mismo) son más que elocuentes. Esta “testosterónica sensibilidad”, como él mismo la llama, nos muestra el día a día de los hombres de pocas palabras. El macho frente a los amigos que termina por reclinarse en la soledad de su cuarto, masturbándose frente a la pantalla, negándose a concientizar su esperanza truncada por sentirse completo.
La mujer que él busca nunca es la que tiene a su lado: la repele en un aparente aburrimiento, pero es ella quien termina por abandonarlo; y es entonces cuando este hombre renueva la búsqueda por reencontrar a esa mujer perdida (de pechos circulares, picudos, muertos, rugosos, plenos, lánguidos, tersos o de solución salina); ellas lo seducen, lo mantienen en la superficie para dejarlo caer en una serie de situaciones desafortunadas, envueltas por humos de ironía.
Transitar por un mundo donde no existe la obsesión actual por los dispositivos móviles, lleva también a pensar que el silencio de todos nosotros no se debe a la tecnología: en los noventas, tampoco conectábamos con el otro: la pantalla grande o chica, la PC la cámara de video, también nos alineaban. Y cómo no hacerlo en esta ciudad gigantesca, donde da lo mismo caminarla que evadirla en nuestros minúsculos departamentos; aquí, la naturaleza está oculta y nos hace olvidarnos de quiénes somos.
La ciudad que todos conocemos se presenta aquí con toda su realidad, sin dramas, tal cual es; frente a un Nueva York que nos ha vendido Hollywood, aquí lo extraño es moneda corriente, y más para el hombre que la transita, que la bebe, ingiere, transgrede, que la posee en sus parques, cementerio, departamentos o moteles.
En los cuentos de César, el hombre rompe su silencio, se trepa a los acontecimientos del día a día, nos hace sonreír y acompañarlo; aceptarlo tal cual es, reconocer la ciudad en toda su verdad, pues, a final de cuentas, en palabras del autor: “nada puede ser tan sano ni tan bonito”.