La mente nos engaña (y no nos damos cuenta)

© Víctor Bregeda

Pilar Jericó*

Empieza a ser consciente de que tu cerebro está lleno de trampas.
No todo es lo que parece. En 1974, los psicólogos Amos Tversky y Daniel Kahneman publicaron dicho ejercicio en la revista Science, lo que dio pie a toda una corriente de investigación sobre cómo opera nuestra mente y los engaños en los que caemos. Kahneman ganó el Premio Nobel de Economía en 2002 gracias a este trabajo (Tversky había muerto unos años atrás). Llegaron a la conclusión de que todos tenemos dos formas de pensar, dos sistemas operativos.
El sistema 1, o reactivo, está relacionado con el pensamiento rápido y automático. En él se conforman los juicios y las ideas prestablecidas. En esta fase también se procesan las decisiones intuitivas o las del experto, quien después de muchos años de trabajo es capaz de reconocer algo a golpe de vista. El sistema reactivo es también el encargado de responder cuando la persona está en pleno secuestro emocional, es decir, cuando vive una emoción con mucha intensidad, lo que le dificulta ver las cosas con claridad.
El sistema 2, o consciente, está relacionado con el pensamiento lento, el que necesita tiempo para elaborar la conclusión. Se activa cuando la atención es plena. Es el encargado de los cálculos complejos y de la concentración. Entra en acción cuando el sistema 1 está atascado o cuando se activa en nosotros una alerta que nos despierta del modo automático.
Todos tenemos estos dos sistemas, pero lo más curioso es que el sistema 2 está normalmente en un segundo plano. Como reconoce Kahneman en su interesantísimo libro “Pensar rápido, pensar despacio”, nuestro cerebro es perezoso por pura supervivencia. Consume en torno al 20% de la glucosa y del oxígeno que está en nuestro cuerpo, a pesar de que suponga menos del 5% de su masa. Para evitar un consumo excesivo activamos el modo automático, el sistema 1 o reactivo.
En otras palabras, respondemos y actuamos según lo primero que se nos viene a la cabeza, sin elaborarlo demasiado. Este hacer sin pensar nos lleva a poner etiquetas a las personas que vemos o acabamos de conocer. Nos dejamos arrastrar por su estilo a la hora de vestir, por su forma de ser, por su tendencia sexual y por tantos otros sesgos inconscientes que evitan que tomemos decisiones más reflexivas e inteligentes.
Diversas investigaciones han demostrado que la gente que se mueve por el sistema 1 suele tomar decisiones más egoístas, más superficiales y, por supuesto, utilizan un lenguaje más sexista. Pero no está todo perdido. Tenemos la capacidad de evitar caer en los brazos del sistema reactivo a la primera de cambio. La clave consiste en reflexionar antes de tomar una decisión importante o cuando hemos conocido a alguien.
En el fondo, es despertar al sistema 2, prestar una mayor atención. Por eso no es de extrañar que muchas empresas punteras que buscan diversidad e innovación formen a sus empleados en cómo evitar los sesgos inconscientes. Este trabajo lo podemos realizar nosotros mismos teniendo presente cómo opera nuestro cerebro, siendo conscientes de que está lleno de trampas.

*Artículo recibido vía e-mailing

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