Cuando lo viejo huele a nuevo

© Daniel Trujillo

David Cano

Mis actitudes y prácticas me han costado la antipatía de varias personas, pero ninguna ha logrado ganarme un desprecio tan extendido como el confesar tener largos años sin ver televisión. Por lo general, cuando en plena charla viene a cuento algún programa o contenido afín al electrodoméstico de línea marrón, sucede una y otra vez el mismo efecto, cuando no es enunciado un “ay qué mamón”, se dibuja en el rostro del interlocutor un gesto de desaprobación. Pocas veces se me ha otorgado el tiempo suficiente para argumentar el porqué de dicha omisión en mi consumo cultural y cuando lo logró externar, es notorio ese tufillo de la incredulidad en el ambiente.

En 1995, con el último capítulo de la primera transmisión en México de Los caballeros del Zodiaco, también terminó mi infancia y mi relación constante con la TV. La adolescencia llegó con fuerza: comencé por querer adquirir nuevas experiencias, las hormonas me pegaron duro y fui un morro inquieto, muy de calle. Cuando no estaba jugando básquet en casa de un amigo, alucinando con toda la parafernalia de la época dorada de los Chicago Bulls, andaba en la baica visitando a mis amigas o en el “OK”, la tiendita de la esquina de don José y doña Chepi, donde pasaba las tardes fumando mis primeros cigarrillos, entre mitotes locales y retas perdidas de Street Figther, la verdad, era más malo que el hambre. Otro escenario muy común era el de estar en el parque escuchando punk con los compas, rolando guamas escarchadas. 

La transición se manifestó por completo mediante la ruptura con la cultura de masas, ya no escuchaba radio y le heredé a mi hermano todas mis figuras de acción. Así fue cómo comencé a merodear por las tiendas de discos, entre más underground mejor era la banda, el mainstream me causaba repulsión, me puse una arracada en la oreja y los pantalones fueron cada vez más tumbados, la metamorfosis se concretó, cuando supe de la Beat Generation y ya nunca dejé de leer.

Como pueden ver, tampoco tengo una animadversión o algo contra la televisión, simplemente mis intereses dieron un vuelco en la búsqueda por construirme una identidad y, no voy a negarlo, de repente veía alguna película en la tele o la utilizaba en momentos de aburrimiento para disiparlo haciendo uso indiscriminado del zapping. En concreto, la razón principal por la que dejé de ser televidente, fue no estar sujeto a la continuidad de los episodios seriales, es decir, evitaba ser víctima del clásico “a la misma hora y en el mismo canal”. Por lo tanto, me incliné por el tipo de productos audiovisuales con formatos donde cada episodio era independiente del otro, por poner algunos ejemplos: series como MacGyver, caricaturas como Daria o alguna transmisión en vivo de un evento deportivo.

Así que cuando me fui a estudiar lejos de casa no sentí necesidad por adquirir un televisor, me bastaba con tener una computadora con internet (para hacer las labores escolares), un playlist nutrido de mp3 que reproducía en el Winamp y de repente veía algunas películas en DVD, en su mayoría piratas.

Pero todo esto cambió con la llegada de las plataformas en línea con servicio VOD, la denominada televisión a la carta, donde uno puede decidir el contenido y el tiempo de exposición. Entonces, mi consumo se direccionó a formatos seriales de extensas tramas. Por consiguiente, me he logrado chutar series como Breaking Bad, Game of Thrones y últimamente le he dado seguimiento a Cobra Kai y Stranger Things.

Y ya que ando encarrilado en la tónica de soltar la sopa, hasta hace poco me calaba bastante cuando me hacían notar mi enferma propensión por romantizar el pasado, pero gracias a esta tendencia masiva de los nuevos contenidos audiovisuales, donde las tramas de las series son ubicadas en los ochenta, me he ahorrado la necesidad de mirar al techo, escarbar en mi mente y escupir telarañas acostado sobre un diván; definitivamente he sanado; pues ahora es positiva la perspectiva de la nostalgia y lo viejo vuelve a ser nuevo otra vez más.

Supongo que a algunos el resurgimiento de esta oleada de contenidos atiborrados de guiños a los 80 les parecerá una obviedad, explicada por el simple hecho de que los involucrados en los procesos creativos de las producciones audiovisuales rondan entre los 35 y 45 años, por lo tanto, sus infancias transcurrieron en esa década. Sin embargo, existe un patrón, hay un ciclo marcado cada 20 años, donde se repite este fenómeno con una fecha de caducidad de aproximadamente 10 años.

Rebobinemos un poco el tape hasta finales de los 80, nos encontraremos con la icónica serie retro “Los años maravillosos” que narra las remembranzas de Kevin Arnold en los suburbios de finales de los 60. Y si avanzamos a finales de los 90, encontraremos “That ´70s show”, que trata de un grupo de amigos que viven en los 70.  Seguramente habrán surgido algunas otras series con la misma fórmula nostálgica, pero sin el mismo éxito en la audiencia.  Avancemos hasta la actualidad para encontrarnos con nuevos éxitos como Stranger Things y Cobra Kai, lanzadas en 2016 y 2018, respectivamente.Al regresar a las estéticas y temáticas de antaño, hace ruido despertar ciertos fantasmas enterrados en ese pasado cercano, como la propaganda anticomunista o la normalización del tabaquismo en Stranger Things o la apología al rostro más tóxico de la masculinidad en los primeros capítulos de Cobra Kai, ay goey… ¿de cuándo acá este vato es políticamente correcto?

No se preocupen, soy consciente del patético artilugio reduccionista respecto al conocido refrán “es de sabios cambiar de opinión”, pero a veces no puedo evitar traicionarme a mí mismo, sólo para confundir al algoritmo, pues si bien dicen que cada cabeza es un mundo, yo nomás veo pequeños satélites girando alrededor de las leyes del mercado. Indiscutiblemente la autenticidad es una fantasía, pero no importa mientras huela a nuevo.

Espero que a los productores de Petatiux no se les ocurra hacer homenajes a nuestros espantosos 80, me causaría escalofríos ver a un Papá soltero pidiéndole aventón a Lola la Trailera, mientras suena Quartz 12″ (A.K.A. La Carabina de Ambrosio) como fondo de la escena.

Plebes ilustres no me queda más que decirles ¡take on me! Y si tienen tele, ahí se ven.

También te podría gustar...