Laguna verde

Christian Vilches Lizardi

© Pablo Picasso

Había llovido en la región tanto que los cerros escurrían y los riachuelos no pararon en tres días. Luis y mi padre procedentes de San Lorenzo arreaban 48 vacas de la hacienda de los González. A un kilómetro se divisaba el Cerro del Gallo hacia la loma por donde estábamos mi caballo y yo.

El lodo pesaba por lo suelto del piso y se pegaba a las botas. Los animales se enterraban entre los pastizales y la yerba crecida; su andar era lento y jadeaban vacas y caballos, todos juntos al ocaso de ese domingo de septiembrede viento desatado.

El clima estaba fresco; a partir de las tres de la tarde, conforme llovía en esa época del año, más bajaba la temperatura. A las seis, el frío y la humedad entrabanhasta en los huesos.

Luis se sostenía con fuerza al lomo de su caballo. El pobre animal se veía igual de enfermo que mi cuñado montado, a quien desde Santa Rosa, se le iban los ojos para atrás y la fiebre lo dejaba sin alma.

Mi padre traía el rifle en la mano derecha y las riendas en la izquierda. Por su sombrero tumbado de lado, desde mi perspectiva se le cubría el rostro. Yo estaba escondido en los mezquites con mi escopeta apuntándole directo a la cabeza, siguiéndolo a cada pisada con la mirilla.

Un instante antes de disparar, sin más reparo, cayóLuis al paso de las vacas, que le pisaron las manos, pies,y lo patearon sin notarlo. De la misma forma, quien fuese mi maestro de cacería, sólo volteó a mirarlo.

Así el esposo de Sanjuana, mi hermana más chica,quedó sin vida al desplomarse en su montar. Suacompañante se quitó el sombrero, se persignó y le apuntó a la cabeza disparándole a quemarropa. Parecía que ya estaba muerto, porque ni siquiera se retorció elcuerpo con el tiro de gracia.

Esperé a que el hato se distanciara del difunto. Mis hombres salieron de la cuenca y levantaron el cadávercon la orden de llevarlo con su familia. Yo aproveché yme adelanté a Noria Alta. Sabía que su plan era salir por Marfil rumbo a Celaya y allí lo encontraría.

Al llegar a los arcos, advertía a mi paso a las personas que llevaban sus mulas y gallos hacia la estación de trenes de Guanajuato. La amenaza de un posible enfrentamiento a tiros era suficiente para ahuyentarlos y pedirles cuidado en su camino de subida, sugiriendo se desviaran hasta el puente de Tepetapa.

Cuatro de mis hombres me alcanzaron en mi atajo. Dos de ellos se fueron a llevar el cuerpo de mi cuñado,los otros dos ya agotados, pidieron un respiro y yo lesconcedí un descanso. Tomando en cuenta que él vendría apenas bajando por el cambio de las vías, tardaría en cruzar unas dos horas hasta la salida por Marfil.

Llegando a la presa de los Santos, bajando cincuenta metros por el río, se llega a una lagunilla verde donde reposa en un codo la corriente. Ahí me senté y puse a pastar y beber a mi caballo, justo cuando la noche se comenzaba a estrellar y la luna asomaba por segundos entre las nubes que se desplazaban veloces al sur.

Desafortunadamente, mis órdenes no podían esperar un día más. Mi general personalmente me había escogido para llevar a cabo sus designios con diligencia y eficacia y yo no estaba dispuesto a desertar.

Lamentaba que fuese en domingo puesto que ese día había mucha gente que iba a la presa a recrearse en familia y estaba poniendo en riesgo a muchas personas. Mi padre era un hombre peligroso, sin corazón, y aprovecharía el más mínimo error para cobrar cara sudetención.

Bajando desde el Cerro del Gallo, siempre a tres-cientos metros de distancia para seguir a las vacas yal usurero que las pastoreaba rumbo a Celaya, había mandado a mis otros dos hombres, ante la posibilidad de cambiar el camino hacia León para allá venderlas; eraconveniente no perderles el rastro.

Si el plan era ir para Celaya, de Marfil jalaría para El Pirul y saldría por los montes hasta Salamanca, porque allá vivía su hermano y esa brecha él tomaba para cortar Irapuato en su ruta.

Si el plan era León, también tendría que pasar por donde yo lo esperaba. Siempre acortaba distancia por Chichimequillas a las faldas del cerro del Cubilete, por Comanjilla se bajaba por los sembradíos saliendoal camino por Sangre de Cristo, para evadir al tren y la carretera principal a la ciudad, donde estuvo en lacárcel siete años.

Dos horas después de mi arribo a la laguna, divisamos a un jinete a todo galope. Advertidos, mis hombres se alinearon de inmediato junto a la presa, que estaba antesde nuestra posición, para hacer un retén e investigar dequién se trataba.

Pronto se identificó con sus gritos diciendo que era Salvador, mi capitán, a quien había encomendado seguira mi padre.

—¡Comandante vengo herido!

Llegaba montado a punto de caer del caballo y mis hombres lo bajaron pronto y le acercaron agua de la presa en un sombrero.

—¿Qué pasó? ¿Dónde está Vicente?

—Está muerto señor. Nos descubrió por el Puente del Hinojo y abandonó a las vacas, no vimos por dónde se nos fue y salió por atrás en la bajada del Tecolote. Allí por donde entraron los Insurgentes.

—¡Se acercaron más de lo que les dije! ¡¿Por qué no obedecen, carajo?!

—A Vicente le tronó la cabeza a una sola mano, disparó con el rifle a la cadera. En cambio conmigo, le dio primero a mi caballo y lo tumbó. Corrí y me trepé a éste —señalando el caballo en el que llegó— y galopé duro pero me disparó y nomás sentí caliente la espalda y luego harto frío.

Los mirones se empezaban a acercar, di la orden de evacuar la zona de inmediato. Hubo incluso que sacar las armas y amenazar a todos los necios que se escondían detrás de los árboles o en las figuras de la compuerta dela presa.

—Y le mandó un mensaje el méndigo cacique.
—¿A mí? ¿Cómo?
—Sí, señor. Cuando me dio el tiro, bien me pudo rematar porque me tambaleaba retorciéndome allí. Pero en cambio me gritó: “Dile al desgraciado de tu comandanteque los he visto desde Santa Rosa y que sólo me estoydivirtiendo con ustedes” y se soltó a reír a carcajadas como el mismo diablo.

Mientras le daban las atenciones médicas me dispuse a esperarlo. Tomando el tiempo del lugar donde fueron los tiros, seguro era que ya venía subiendo por el panteón y estaba a veinte minutos de llegar a donde lo esperábamos, pero mi soldado herido necesitaba que lo llevaran a un doctor y el más cercano desde ahí se localizaba en los Pozuelos y ello requería de mis dos soldados restantes. Me quedé solo.

Luego de partir ellos en el camino de Noria Alta hacia el consultorio, me preparaba mentalmente para el encuentro inevitable, me fumé un cigarro que estaba forjando en el descanso y decidí que era mejor salir de la presa e ir un poco más abajo para aprovechar que las vacas se irían por el agua del río, hasta la laguna verde.

No hubo que esperar mucho a pesar de que en situaciones así el tiempo corre lentamente.

Trascurridos quince minutos, mi padre y el ganado dieron vuelta en la falda del cerro y se acercaban a unos setecientos metros hacia donde estaba yo, se detuvo y se quedó viéndome directo a los ojos, lanzó el arma a su costado, dejó que las vacas avanzaran y gritó juntando las manos en la boca:

—¡Saliste cabrón, como tu padre! ¡Y un hijo de la chingada, como tu santa madre!

—¿Qué esperabas? Tú quieres que te deje pasar pero no lo haré, mejor agarra tu rifle o saca tu pistola porque no tendré piedad.


—¿Para qué te va a servir la revolución si al final no dejarás de ser un lacayo de tu general? ¡Nada va a cambiar!

—Te equivocas, los que estamos peleando lo hacemos no por ambición del poder, ni por dinero. Todo esto es por justicia; el pueblo no necesita más caciques que usuran el trabajo de los pobres.

—Pero si tú eres peor que un cacique, tus botas las robaste de la hacienda de los Moncada en San Felipe y ese rifle como todo lo que tienen los revolucionarios lo robaste de las tomas de pueblos.

—Se los quitamos porque lo compraron con lo que lerobaron a los campesinos, además tú has librado muchas veces tu suerte pero en esta ocasión serás aprehendido.

—¡No, eso jamás! ¡Si quieres robarme mis vacas y mi dinero me vas a tener que matar, maldito!

—No son tus vacas, ese dinero se lo quitas a los pobresde puros intereses por dinero que les prestaste para que te paguen deudas a ti mismo. Entiende tu posición, si nocooperas será tu fin.

—¡Mátame malagradecido! Así será la única forma de no dejarme pasar.

Confiado, comenzó la marcha sobre su caballo a paso arrastrado bajando por el arroyo, yo le apuntaba aparentemente firme, pero inseguro aún, al no saber qué pretendía hacer.

Acto seguido se quitó el sombrero y extendió las manos en señal de rendición. Yo caminaba hacia él para arrestarlo pero cuando estaba a unos sesenta metros, de su espalda desfundó una pistola y tiró hacia mí.

—¡No voy a dejarte las cosas fáciles!

—¡Papá, no hagas esto! ¡Me estás orillando a disparar!

Le gritaba escondiéndome; avancé unos cuarenta metros. Disparó una vez, dos más y nada. Él se movíade izquierda a derecha y con su arma en la caderaapoyándose daba tiros en cuanto me movía, yo rodé cuesta abajo hasta que llegué a la lagunilla; resbalé y metí medio cuerpo en ella quedando justo detrás de unasramas de mezquite.

—¿Dónde estás? No tengas miedo niño, tu revolución no es más que un simple cambio de nombres. Los que son caciques ahora serán diputados o presidentes y los usureros como yo seremos dueños de los bancos y daremos trabajo. Vámonos pa’ León, entregamos el ganado y nospagan luego luego.

—Lamento tu forma de ver las cosas y lamento lamiseria que veo a mi lado, causada por gente como tú.

Dije eso al mismo tiempo que él se acercó por mi lado derecho buscándome y no me vio, saqué de entre la hierba mi rifle, apunté y le disparé. Le di en el cuello.

Su mirada que estaba fija en la mía se desvaneció y sus ojos se cerraron para caer tendido junto a mí. El arroyo se llevaba su sangre corriente abajo, conduciéndola lejos de la laguna verde. Él ya no siguió más el rumbo a León, pero su sangre sí.

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