El miedo lo traigo en los talones

José Francisco Hernández Sánchez

Las pisadas de Crisanto Rodas suenan fuertes. A pesarde traer huaraches demasiado rústicos, pisa con mucha fuerza. Va quebrando toda la hojarasca y pequeñas ramascon sus suelas de llanta de tractor. Él mismo confeccionasu calzado. Le gusta fabricarse los de siete correas paraque sostengan con mayor fuerza los pedazos de hule.Es un arriero trabajador, siempre va con su morral al hombro y su machete en la cintura.

El otoño está muy avanzado y parte del camino tiene una gruesa alfombra de hojas secas. Va por la vereda conocida como Los Peñascos, le llaman así porque a las orillas nacen unas gigantescas rocas volcánicas.

Tal vez pisa con fuerza a propósito, para darse valor. Está por caer la noche y la tarde se pinta de sangre, comosi alguien la derramara por los aires. Aunque siemprealardea de valiente, acelera el paso para salir rápido de ese camino tan estrecho. Vive jactándose de arriesgar suexistencia a cada rato, a machete limpio, en peleas dehombres, como les llama él.

Muy pocos transitan por esa vereda, la mayoría prefiere rodear por el camino de La Corona. Todos en el pueblo han escuchado, por lo menos una vez, lashistorias espeluznantes que se cuentan de Los Peñascos.

De generación en generación se transmiten las historias de ahorcados, lloronas, nahuales y brujas por esa vereda, pero Crisanto les tiene más miedo a los vivos que a losmuertos. En ese momento, los salteadores son los que lo tienen nervioso, no las leyendas.

Una ventisca fría choca contra su cara y se le eriza lapiel. A como dé lugar quiere espantarse el miedo, por esova hablando solo: “Todavía no hay quién le haga sombra a Crisanto Rodas ¿A poco ya no te acuerdas cómo le metí de machetazos al Juanillo cuando se quiso robar a mi mujer? No supo con quién se metía el desgraciado”. Pero el miedo sigue allí, creciéndole como enredadera por su cabeza. Comienza a chiflar una melodía, ya va tan asustado que no le sale ninguna conocida, silba con mayor fuerza. Traslada su mente a conseguir la entonación dealguna canción popular, cuando se detiene de golpe. Se queda quieto, muy quieto. En el pedazo de tierra dondeestá parado no se oye nada, sólo se escucha el silencio. El sonido del silencio es lo más escalofriante que se puede escuchar. No se oyen los pájaros, a pesar de que a esahora todas las avecillas van a sus nidos a resguardarsey hacen su escandalera. No se oyen las sonajas de las chicharras. Ni el paso del viento, pero sí se siente su frío.

El rojo púrpura de la tarde comienza a ennegrecerse. Frente a él está una enorme roca. Está seguro de que allí hay alguien esperándolo. “Éste ha de ser un vivo que me quiere madrugar, pero no sabe quién es Crisanto Rodas”piensa, con los nervios a punto de estallar.

Sigue así, por unos minutos que se le hacen años; quieto, casi sin respirar. Trata de oír algo, pero sólo escucha el horrible sonido del silencio. Toca con su manoderecha la cacha de su machete y siente placer, se lo repega a su cuerpo y lo invade un valor placentero conel frío metal. Ya no lo suelta, siente cómo va mojando lacacha con su sudor.

—¡Quién vive! —por fin se decide a enfrentar surecelo.

—¡Sal de allí para que veas que Crisantito Rodas no le tiene miedo a nada ni a nadie! —al decir eso, aprieta más la cacha del machete, pero nadie, nadie sale. Sin embargo, su corazón se acelera más y más y ésa es la señal de que hay alguien atrás, escondiéndose.

Mueve un pie hacia delante y lo restrega en la hojarasca, como si fuera toro de lidia, sólo para hacerruido.

El manto de la oscura noche ya cayó sobre LosPeñascos cuando decide continuar su camino, pero en esepreciso instante sale un fulano detrás de la roca y se lepara enfrente.

—¿A dónde vas, mi amigo? —pregunta el extraño con un gruñido, más que con palabras.

Crisanto ya no lo alcanza a ver bien, por la oscuridad, pero por la silueta se da cuenta de que es un hombre chaparro, como con joroba.

—¡Ningún amigo!

Empuña su machete y por arte de magia, desaparecesu miedo. Envalentonado grita:

—¡Crisantito Rodas no le teme a nadie! ¡Aviéntate, pues, que el miedo lo traigo en los talones! —por fin estáen lo suyo.

—Tranquilo mi amigo, no tan aprisa —habla con mucha calma el desconocido—. ¿No te has dado cuenta de quién soy? Vamos a hacernos para ese clarito de lunapara que me conozcas.

El fulano espera a que Crisanto se mueva, para seguirlo. Ya en el sitio donde entran unos cuantos rayosde luz, a punto está de orinarse en los calzones: el fulano es un negro, de cuerpo bien macizo, de cintura estrecha y anchas espaldas. No es jorobado, pero está encorvado… ¡tiene cabeza de coyote y sus manos son garras!

Crisanto se persigna y con un “¡Ave María Purísima!” lo encara:

—¡Ni siendo perro te tengo miedo! ¡Así es que, en nombre de Dios te va a llevar la chingada!

—Calmado mi amigo, te va a llegar tu hora, pero notan rápido —responde la bestia muy tranquila.

—Ya puedo ver que eres un nahual, un mugrosocoyote, pero no sabes que Crisantito Rodas te va a quitarel cuero y ya no va usar huaraches, ahora va usar zapatos de coyote —terminando de decir esto, da un paso paraatrás y simula una risa serena.

Crisanto, con machete en mano, se coloca en posiciónde ataque. El nahual arquea sus patas y abre los brazos. Con el resplandor de la luna brillan filosas sus peludas garras. El arriero da un paso a su derecha y la bestia da otro igual, como cerrándole el paso. El primero en lanzar su ataque es el nahual, resulta demasiado ágil yle da un zarpazo en el estómago a Crisanto, éste se ve la panza y se da cuenta que la garra le destrozó la camisay la carne. La sangre brota en abundancia y Crisantotrata de tapar la herida con la mano desocupada, le ardemuchísimo, el ardor le llega a las entrañas.

Nuevamente hay encomienda: “¡Dios es mi espada y María Santísima mi escudo!” y se lanza con el machete. No le da tiempo al nahual de protegerse, el machete zumba como hélice cada que corta el aire. Alcanza a la bestia y ésta cae recargada sobre la gran roca. Allí descarga toda su furia. Lo tasajea una y otra vez hasta que el ardor del vientre ya no lo deja más. Resollando con fuerza, Crisanto Rodas se deja caer en la hojarasca. Allí se queda tendido toda la noche.

El sol quemante del medio día cae como plomo hirviendo sobre la cara del arriero. La luminosidad de los rayos no le permite abrir los ojos. Se los cubre con las manos y se endereza. Se arrima a la sombra de la roca y se aprieta el estómago, la cruda lo está matando. El ardor es insoportable. Mete la mano al morral y saca una botellacon aguardiente a medio llenar. Le quita la tapa y se laempina hasta ver a través del fondo. De inmediato sienteun calorcito que va recorriendo todo su cuerpo. El ardor en el vientre comienza a desaparecer, respira profundo y seendereza. Ve la gran roca con pequeñas grietas recientes por todos lados, parece como si la hubieran tratado decortar en pedacitos. Pasa los dedos por las hendiduras y no entiende nada. Se agacha para levantar su machete ymetérselo en el cinto; extrañado, observa cómo todo el filo está mellado y en partes quebrado; levanta los hombrosen señal de desconcierto, se lo guarda y renueva su marcha.

jose_hernandezs@hacienda.gob.mx

seneca2952@hotmail.com

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