El zipizape

Thiasol

©Hector Francovic

En alguna parte de la Oscuridad alguien lloraba estrepitosamente, era un sonido amargo y desolado. La Oscuridad, que era muy malhumorada, preguntó:

—¿Quién es ése que no me deja concentrar?

Nadie contestó. Harta del llanto, la Oscuridad gritó desesperada:

—¡Quiero saber quién anda ahí!

De pronto se oyó una vocecita que sollozando contaba:

—Mil ciento tres, mil ciento cuatro…

—Donde quiera que estés dime quién eres y qué cuentas —dijo la Oscuridad.

—No sé —respondió la voz.

—¿Qué respuesta es ésa? ¿Acaso me quieres tomar el pelo?

—Cuento algo que sale de mis ojos y no sé quién soy pues nunca me he visto.

—Bueno, eso que cuentas han de ser lágrimas. ¿Por qué estás triste? —preguntó la Oscuridad.

—Porque no puedo ver cómo soy, está muy oscuro—contestó la voz.

—Claro, de no estarlo no viviría yo aquí —dijo irónica la Oscuridad—. Dime dónde estás.

—Aquí —dijo la voz.

—¿Por aquí? —preguntó la Oscuridad moviéndose ala derecha.

—Creo que no, estoy más acá.

—Está bien, voy para allá —respondió yendo todavía más a su derecha.

Pasaron unos minutos sin que la Oscuridad encontrara la vocecita, hasta que de tanto moverse a la derecha un rayo de Luz apareció.

—¿Qué haces aquí? —preguntó la Oscuridad sintiéndose invadida.

—Tú te moviste, sabes bien que donde tú no estés estoy yo —contestó la Luz adormilada.

La Oscuridad percibió al dueño de la voz y lo ocultó tras de sí. La Luz, curiosa, preguntó:

—¿Qué escondes ahí?

—¿Dónde? —respondió la Oscuridad volteando atodos lados.

—¡Ahí! —señaló la luz.

—Na… nada —dijo cada vez más nerviosa.

—¿Cómo nada? Si lo estoy viendo, es algo, pero… no logro saber qué es —dijo la Luz intrigada.

—Deveritas que no es nada.

Sabía que sí era algo y rodeando a la Oscuridad quiso meterse por un hueco, pero era muy pequeño, así que se hizo delgada para pasar.

—¡Déjame, déjame! —gritaba la Oscuridad muerta de risa pues le provocaba cosquillas al traspasarla.

La Luz se hizo tan intensa que la Oscuridad no tuvo más remedio que huir dejando al descubierto a ése que lloraba antes. La Luz se asombró al observarlo. Su pelo era de papel de china, sus bigotes parecían alegres serpentinas y sus ojos tenían impregnado un hermoso color azul primavera. Era un ser único y maravilloso.

Intimidada por su belleza la Luz trató de apagarse, pero ése que no se conocía dijo:

—No te vayas, no quiero estar otra vez con la Oscuridad. Este mundo lleno de ti es agradable.

—¿Te gustaría saber cómo eres? —dijo ella más tranquila—, puedo traer un amigo que te ayude a conocerte ¿quieres?

—¡Sí! Pero dime, ¿tú sabes qué soy? —contestó el ser—. Quiero saber si tengo algún nombre.

—No, jamás había visto alguien como tú, te pareces a éste y a aquél pero más bien no eres ni lo uno ni lo otro —dijo atolondrada—. Puedo inventarte un nombre.

—¡Sale! ¿Qué se te ocurre? —dijo emocionado ése que estaba a punto de saber quién era.

—Se me ocurre que te llames… ¡Pez! No, no, no, alguien ya tiene ese nombre… ¡Ya sé!, serás Zipizape, ¿qué te parece? —dijo la Luz.

—¿Zipizape? —pensó por unos segundos ése, luego sonrío mostrando sus dientes de leche y exclamó—. ¡Sí!, me gusta Zipizape.

La Luz trajo entonces al Río para que ayudara a su nuevo amigo a conocerse. Zipizape se acercó a la orilla, asomó su rostro en las aguas cristalinas y ahí, en el reflejo, se vio a sí mismo por primera vez. Resultó ser tan hermoso que no pudo contenerse y lágrimas de alegría rodaron por sus mejillas.

Zipizape estaba muy feliz sabiéndose admirado por todo aquél que lo observaba. Sin embargo, su vanidad fue creciendo conforme el día transcurría.

Peinaba delicadamente sus cabellos en el Mar cuando, siendo mediodía, se acercó a ellos un güerito muy simpático:

¡Bonjour! (“Buenos días” en francés) —saludó sonriendo el Sol, y es que han de saber que como él viaja por todo el mundo habla muchos idiomas–. Hola, queridos amigos, ¡oh my God! (“oh Dios mío” en inglés), pero qué están viendo mis ojazos, ¿acaso tú eres Zipizape? —dijo el Sol boquiabierto.

—Por supuesto que sí, además soy el ÚNICO y más bello Zipizape que jamás haya existido —dijo dándose una vuelta para que el Sol lo apreciara mejor.

—Lo veo y no lo creo, u zitten mooi (“eres hermoso” en holandés), me han contado de ti pero quería conocerte en persona —dijo el Sol haciendo una caravana.

—Agradezco tu visita, pero tus rayos arruinan mis cabellos y me das mucho calor, así que aléjate unos kilómetros, desde allá, donde el Mar se pierde, puedes hablarme —respondió Zipizape cubriéndose con una hoja de plátano.

Oh, Im traurig (“lo siento” en alemán), salta que salta y salta —cantaba el Sol mientras daba unos pasos hacia atrás.

Aún había gotitas de sudor que resbalaban por los bigotes de Zipizape, así que le pidió diera unos saltos más. El Sol, siempre tan amable, por supuesto que brincó dos y hasta tres veces más pero en cuanto Zipizape se distrajo, aquél dio cuatro saltos hacia adelante ocultando su risita traviesa, que sin duda lo hubiera delatado:

—¿Aquí estoy bien? —preguntó disimulado.
—Me parece que no es suficiente, ¿por qué no te echas otros saltos fabulosos que sólo tú sabes dar? —contestó ya impaciente—. Más… más… uno más —dijo burlón.

—¡Oye, Zipizape! —gritó el Sol asomándose tras unas montañas—. ¿No te parece que estamos muy lejos para platicar?

—De eso se trata —murmuró Zipizape.

—¿Qué? ¡No te escuché! —gritaba cada vez más fuerte el Sol.

—¡Dije que levantes la pata! —contestó riéndose.

—¡Pero no tengo patas sino rayos! —gritó agitando un rayito para que sobresaliera de las montañas. Sin embargo, este movimiento fue aprovechado por Zipizape para hacerse el loco y creer que el Sol se despedía.

—¿Ya te vas? Bueno, ¡adiós! —dijo Zipizape a carcajadas, agitando su pata para despedirse del Sol.

Apenado por la obligada y repentina despedida el güero no tuvo más remedio que ocultarse poco a poco.

Mientras eso sucedía, vinieron los animales de la jungla armando la fiesta en grande, pero las orejas de Zipizape zumbaban por tanto escándalo y sin la menoreducación los corrió.

Pronto el cielo se hizo gris, eran las Nubes que llegaban a saludar, pero su presencia no causó ninguna gracia a Zipizape:

—¿Qué les pasa? ¿Cómo se atreven a presentarse ante mí? ¿Acaso nunca se han visto? Son gordas y feas, ¡sáquense de aquí!

Las Nubes no pudieron contener el llanto provocando que la Lluvia llegara, pero también a ella la corrió pues le causó un resfriado tremendo.

La Luna llegó entonces pero más tardó en saludar

—¿Quién es ése que no me deja concentrar?

—Soy… soy… no lo recuerdo —dijo ése angustiado. —¿Qué respuesta es ésa? ¿Acaso me quieres tomar el pelo?

—No, es sólo que está muy oscuro y no puedo ver quién soy —contestó la voz.

—Pues claro, de no estarlo no viviría yo aquí —dijo la Oscuridad sintiendo que eso ya lo había vivido antes.

thiasol@hotmail.com

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