Entre la Histeria y la Memoria: la escritura

© Robin Wethe Altman

Débora Hadaza

Una escribe  por ausencia. Por esas palabras que pensaste y pensaste, que corregiste en tu mente una y otra vez hasta memorizarlas, pero nunca tuviste oportunidad de decir. Una escribe por ausencia, sí por ausencia de testigos, de cómplices, de amigos; las letras siempre son botellas de náufragos, siempre la escritura es desde el naufragio, desde esa orilla desierta del abandono, desde el llanto aguerrido dedicado a la madre aferrando los barrotes de la cuna, desde el llanto callado y vergonzoso en la verja de la escuela, también a la madre por supuesto, porque ella es el primer amor pero también la primera en destrozarte el corazón. Una escribe desde la ausencia, con el llanto encostrado, enquistado, por tanto haber clamado a la ausente, tanto que el abandono se vuelve requisito para amar a alguien, porque el abandono se te encarna en el espinazo, en las piernas, en los hombros. -El amor florece en la ausencia, el amor es una tuna, el amor, lleno de espinas, de cáscara gruesa, con muchas semillas, y muy poca carne; al probarlo te sabe más a sangre y dedos ardidos que a frescura, pero aun así vas por otra tuna, una y otra vez, quizá no por la carne, que de todas formas es poca, sino seguramente por las espinas-.

Una escribe por ausencia, “yo pecador a la orilla de tus ojos miro nacer la tempestad”, a la orilla, no en tierra adentro sino en la playa, ahí donde casi termina la tierra y donde casi empieza el mar. Una escribe porque todo fue naufragio, y hace señales a los posibles barcos por una exigua esperanza de sobrevivir,  manda cartas a los náufragos de otras islas para consolarse, no basta, pero retrasa el momento de atarse una piedra de molino en el cuello y lanzarse al mar. Una escribe cartas y cartas en un idioma ilegible, “embotelladas” en rollitos de papel, y las lanza, bien sabe Dios que las lanza con todas sus fuerzas, pero con el brazo más flaco. Una escribe por ausencia con el barco encallado, cuando ha perdido las cartas náuticas y se le hundieron todas la brújulas, más por invocar la hoguera que por encender el fuego, más por no asumirse muerta de hambre que por pedir comida. Porque escribir es un alarido de guerra, una postura radical ante el desamparo: podré morir de frío y de hambre, pero no de silencio.

Una escribe por ausencia, ausencia de recuerdos, de esos que siempre quiso, de esos que dibujó una y otra vez en su mente: la escena perfecta, el momento perfecto, la ocasión perfecta; y es tan necia, tan terca, que no puede aceptar que eso no existe, ni existió, ni existirá, entonces lo escribe. Una escribe por ausencia y en total resignación, te re-escribes en una historia que siempre es la misma, pero  siempre de alguna forma distinta, buscando de nuevo posibilidades donde sólo hay imposibles. Escribir es no rendirse, no dejar de no anunciar otra forma de fracasar, de perder eso que nunca tuviste. Escribir es rebobinar el tiempo y lanzarlo a otro mundo, a otros mundos paralelos, alternos, utópicos, distópicos. Escribir es re-signar-se, hacer nuevas marcas en el cuerpo, reabrir las heridas de la ausencia, ensancharlas, dejar que cicatricen o  se pudran, criar en ellas gusanos o dolor, -una de mis costumbres favoritas cuando tengo heridas es rasparles limón y chuparlas, volverlas botana, fuente de ardor y rabia, una mina de sal que no saciará la sed. Quizá por eso escribo, para sublimar la herida y la chupada, para poder regodearme en ellas, para no morirme en lo real del placer doloroso y así seguir muriendo simbólicamente de a poquito, lenta y sabrosamente-. Escribir es un oficio de renegadas, una escribe porque no le alcanza la vida para re-negarla, yo re-niego de ese pasado que marcó el futuro, yo re-niego de ese olvido que mudó en recuerdo, Yo re-niego esa historia oficial, familiar y acordada, quiero contar la otra, la de los murmullos, la cifrada en silencio; yo re-niego la historia que he vivido, porque negar es otra forma de perpetuar, porque negar es otra forma de recordar, no levantaré mis puños contra el cielo, lanzaré mis letras, re-negando una y otra vez lo que sí pasó, lo que debió pasar, lo que hubiera querido que pasara. Re-negando devengo re-negada, es a mí a quién estoy re-negando, esa que me vive, me habita, y me habla, yo no soy.

Una dice que escribe por ausencia, porque le da terror decir Yo escribo por ausencia, porque “Yo” suena demasiado definitivo, y yo no conozco a “Yo”, es una palabra muy grande aunque sólo tenga dos letras, “Yo” suena a abismo, a un pozo sin fondo, a la garganta del monstruo gigante que casi se traga a Han Solo, al ojo de un huracán, al mismísimo Maelstrom, que te engulle y no sabes si algo de tí sobrevivirá después de pronunciar  “Yo”. Por eso una escribe por ausencia, sobre todo de sí misma, de una mismidad que me resulte propia y conocida, porque mi alma a veces es como una loba con la que me engaño diciendo que podré domesticar. Algo deben significar sus aullidos pero no lo sé de cierto, no puedo decifrarlos. A veces mi lobalma duerme en mi regazo, la mayoría de veces me hace correr entre espinos y pedregales detrás de ella, y algunas veces me arrincona enseñando los dientes. No la conozco, mi alma no es mi espejo, mi alma no se deja escribir.

Pero digo “una escribe” ¿por qué “una” y no “uno”? Porque la ex-istencia de Una incómoda. Una escribe para ensancharse cuando Uno te enseñó a sentarte con las piernas bien cerraditas, porque Uno te dice que eres chiquita, pequeña, que las flacas son bonitas, que las calladitas son bonitas, y por eso te fajan, te encorsetan, te dicen que debes ser una dama (que es otra forma de apretar el corset). Una escribe y no Uno, porque sin querer y con mucho dolor te das cuenta que Uno significa todos, pero “no todos” es Una, porque cuando una escribe “ni una menos” no lo suscribe Uno. Una escribe por no perder la voz cuando a juicio de Uno debes ser fetiche silencioso, por el menosprecio que causa tu timbre sólo por sonar mujer. Una escribe por la ausencia del sonido mujer en las instituciones por siglos, por la ausencia del nombre mujer en miles de libros, pinturas, canciones, hallazgos. Una escribe por ser grito desde la hoguera, de bruja, de hereje, grito a distancia de miles de voces anónimas, de miles de unas. Una escribe para re-negar la guerra de los sexos, no hubo guerra, hubo masacre, hoy no hay guerra hay masacre. Una escribe por las mujeres que firmaron con su nombre la excepción histórica, escribe en sus sueños el nombre de la madre, como Eva que nombró a Caín, Abel y Set, como Agar, la concubina del gran patriarca hebreo que nombró a Ismael. Una escribe desde el frente de batalla como Débora la juez, como Juana de Arco, o Marisela Escobedo, a quien balearon frente al palacio de gobierno de Chihuahua, para que se callara . Una escribe desde los deleites de la cama como la hebrea reina Ester, alias Hadaza, que sedujo a Artaxerxes para salvar del exterminio a su pueblo. Una escribe en femenino desde todo espacio público para tomarlo con nuestro cuerpo vivo, desde los caminos, las calles, las playas donde los cuerpos de las mujeres silenciadas y vejadas se pudren, deshecho, residuo, basura. Desde esas playas, entre el horror y la dignidad, Una escribe para reivindicar el cuerpo. Una escribe también para dignificar y celebrar el cuerpo biológico mujer tan mal-dito, tan mal-tratado en todo registro.  Por el cuerpo niña que tiene derecho a gozar su clítoris, el cuerpo adolescente que desea desear-se y reconocer-se en sus nuevos senos y en su sangre sin sentir-se sucia, en su cuerpo mujer que se siente palpitante desde la punta de los cabellos hasta la punta de los pies, sin importar la edad. Una escribe por ausencia del título de propiedad de su propio cuerpo, para regatearlo, para pagarlo en abonos, para tal vez expropiarlo, y plantar su bandera en cada centímetro de piel, bandera hecha de palabras, de sollozos y suspiros, de oraciones y súplicas, de sentencias y ultimatums.

Una escribe una para tratar de conocerse y conquistarse, para re-conocer-se en su cuerpo, en sus cicatrices, para tratar de hallar-se en su voz, para silenciar la voz omnipresente del Otro que ordena una unidad castrense, una normatividad que no hace eco con la voz de adentro, que no está en la misma frecuencia. Porque Una puede ser cualquiera que encuentre un goce otro, que toma la palabra desde su modesta trinchera jugándose la piel y los huesos, por ser la Una que se quiera ser, por sí y para sí. Porque Una es la posición de los excluidos, del residuo, la posición adentro/afuera que navega los mares sin llegar a un puerto, porque tiene sed de infinito, y porque esa sed nos arrojó a la nave del olvido, de los locos, los herejes, los parias. Una escribe porque “soy mi enemigo sentenciado, un continuo incesto o presagio de mar que no requiere playa”… porque “la jaula se ha vuelto pájaro, y se ha volado, y mi corazón está loco porque aúlla a la muerte, y sonríe detrás del viento a mis delirios”… porque “ese fue mi destino y en él viajó mi anhelo, y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio”… porque “es el desastre, es la hora del vacío no vacío…”  porque “en la profunda noche oscura del alma las licorerías y los bares están cerrados…” porque “la ración de la esperanza es poca y el dolor no se puede compartir”, … porque “aunque quise callarlo hubo en mis huesos como un fuego ardiendo, traté de sufrirlo y no pude”, porque “hay personas que olvidan pronto, que su memoria corporal no les permite retener más allá de dos meses, pero yo, yo no sé olvidar”.

Altas y bajas, Antología BABEL 2019

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