Amor de madre

Laura Cristina Castellanos

—Aquí nadie podrá separarte de mi lado. Carmen toma al bebé y le besa la frente. Son las cinco de la tarde; pasea de un lado a otro y arrulla al bebé desesperada. El andador donde se encuentra no tiene salida. Al lado izquierdo, la casa de la señora Yolanda crece muy alto hacia el cielo. El derecho lo ocupa una fábrica de uniformes empresariales. El andador evita, en cierta medida, que la señora Yolanda sufra de ataques nerviosos constantes, provocados por el ruido incesante de las máquinas de coser, que manejan las vecinas de la misma cuadra.

“Trabajo excelente, muy cerca de su hogar.Ya no vaya más lejos y descuide su casa. De Etiqueta soli- cita costureras”. Fue el anuncio con el que aquella empresa se dio a conocer. Entonces todas las señoras de la cuadra, al leer el anuncio, se pusieron tan contentas, que pronto comenzaron a planear el gasto de aquel anhelado sueldo.

—Era el trabajo ideal —decían las vecinas—, cerca de la casa, con horario flexible para atender al marido.

Ella volteaba a ver repetidamente la hora en su reloj rosado.

—Las seis de la tarde, la campana va a sonar.

En ese momento, un ensordecedor timbre marca la hora de salida de las costureras.

—Las vecinas no tardarán en salir —se repetía mientras seguía arrullando desesperadamente al bebé.

—Hola Carmelita, ¿qué traes en tus brazos?

—Nada, nada. Sólo un pequeño bultito.

—No me engañes Carmelita.

—De verdad, sólo son unas cobijas que voy a remendar.

Trató de mantenerse firme y procuró que su voz no temblara. Afortunadamente el peligro de ser descubierta pasó rápido. Carmelita destapó el rostro del bebé y nuevamente le besó la frente. Él tenía sus ojitos bien cerrados.

—No te preocupes, nadie me alejará de tu lado. Yo soy tu mamá y nadie puede decir lo contrario.

Entonces, comenzó a recordar el acontecimiento:

—¡Devuélvemelo, es mi hijo! –gritaba Gloria desesperada.

—No, claro que no, es mío.

Carmen le había arrebatado al bebé de sus bra- zos, que sólo abría y cerraba los ojos desesperado mientras ella corría alejándose de Gloria.

El sol comenzaba a meterse. Carmen tenía a un niño en sus brazos que reclamaba como suyo.

La noche llegó y patrullas por todos lados deja- ban escuchar sus sirenas. Nada se sabía de Carmen y el bebé. Ella dormía tras un bote de basura dentro del mismo andador. Fue un grito agudo y constante, el que hizo que Carmen se despertara. Asustada, escondió al bebé tras su espalda y salió de donde estaba escondida.

—Aquí estoy mami.

—Cuántas veces te he dicho que no te escondas. Gloria fue llorando a la casa pidiéndome el muñeco que le robaste.

—Yo no se lo robé mami, es mío.

—Tus muñecos están en la casa. Vamos con Gloria para que le devuelvas su muñeco y le pidas perdón.

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