Tianguis de miércoles

© Alfredo García Salazar

Flor Romero

—¿Qué es lo que tiene a la venta, señor? –le pregunté al viejo que atendía el pequeño puesto de lona verde.

—Mire, jovencita –dijo con el aire feliz de quien rejuvenece por lo menos unos doscientos años–, hoy oferto somnículas frescas, capaces de evocar sabores, texturas y aromas diversos. También tengo hilos con cuentas de colores. Las pequeñas y oscuras son deseos que cualquiera puede realizar y para lograr lo que usted desea hay que usarlas como amuletos en una pulsera; por otro lado, aquellas cuentas enormes de color tornasol son los deseos irrealizables —y luego me miró conciliador—; tal vez no es posible cum- plirlos, pero las puede poner en un precioso collar. No se preocupe, no pierde usted nada si no viaja a través del tiempo o mira el futuro por el ojo de la pluma de un pavorreal.

Sopesé las cuentas y miré el sol a través de ellas.

—Ahí hay fantasías animadas de ayer y hoy –dijo al señalar musarañas en blanco y negro–, acá tengo imágenes perturbadoras que electrifican el cerebro. Algunas muestran gente despedazada o haciéndose el amor… no sé diferenciarlas. ¡Bah! ¿Qué más da?, son tan parecidas… En aquellas botellas están los aromas que impregnan toda una época con sólo rociar unas gotas en el calendario.

Pasé mi nariz por los estantes y estuve a punto de tirarlos de un estornudo.

—En la botellita roja –continuó el anciano– es- tán las cosquillas de emoción que caracterizan el amor… y la diarrea. Se llama “Extracto de maripo- sas barrigáceas”. Y esta verde contiene los picores de la ansiedad, que corroen el alma —dijo ajustándose los lentes y acercando el frasco a sus ojos y añadió: su etiqueta dice “Bilis reconcentrada”.

Lo seguí por el puesto hasta que se detuvo frente a unos tarros de distintos tamaños.

—Este ungüento blanco y oloroso es un poco de placer —dijo hundiendo su dedo meñique en un tarro—; ¿no me cree? ¡En serio! Sienta el pequeño placer del descanso que le sigue al dolor, hasta los espasmos que acontecen al orgasmo, o un buen bos- tezo, rascar una comezón molesta, cagar después de un largo viaje… ¡usted escoge la intensidad! –dijo emocionado mientras me tendía el dedo.

Asentí por compromiso y sonreí sin ganas.

—¡Tengo muchas cosas más, marchanta! ¡Todo está en oferta! ¡Aproveche, es su única oportuni- dad! ¡Pruebe todo sin compromiso! —gritó el anciano a vivo pulmón.

—Voy a dar una vueltecita, y regreso… —dije antes de despertar. Estos vendedores la molestan a una hasta en sus sueños…

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