Hola

Aurora Rolia Pargaze
—Nunca debes de responder el saludo —me dijo el anciano, guardia de seguridad del hospital, con ojos alterados y enormemente preocupados—. No importa qué tan amigable suene, no debes responder.
Pensé que estaba loco, y solo le dije que nunca lo haría. Es mi primer trabajo nocturno, no puedo arruinarlo con tontas supersticiones de un anciano senil.
Sin embargo, a altas horas de la madrugada, una voz infantil, casi angelical, se escuchó a lo largo de los pasillos solitarios.
—Hola —decía la voz. Comprendí entonces lo que me dijo el anciano.
Pero, al ser un poco curioso, y con el inevitable impulso que tiene uno de devolver un saludo al instante en que es formulado, respondí:
—Hola —dije. Entonces sentí un escalofrío en la columna vertebral, giré lentamente y me encontré con unos ojos huecos, un rostro alargado y pálido, y con la boca abierta, lista para devorarme.