¿Y ahora qué?

© Ada Colorina

Paloma Villalobos Preciado*

Desde hace cinco años, en el mes de mayo nos reunimos para celebrar una nueva edición del encuentro Babel. Este año, 2020, la cita era en Puerto Vallarta. Como organizadores, siempre nos emociona llegar al Babel: una sede nueva con amigos nuevos y amigos recurrentes, sin embargo, este año algo pasó, un cambio que todavía no sabemos si será permanente o cuáles serán sus consecuencias y que si no nos aguó la fiesta, sí que nos la replanteó.

Son muchas las pregunta que resuenan en mi cabeza: ¿y ahora qué?, ¿qué procede?, ¿qué hago?, ¿qué hacemos? Por una parte veo cada vez con más claridad que éste es el escenario para el que nos hemos venido preparando en Babel y ya antes en Edita: una realidad en la que la fórmula capitalista de vivir es insostenible y nos regresamos a las versiones reducidas, locales, de las cosas. Por otra parte, reconozco un grado de desconcierto porque reconozco que por momentos cabe en mí la duda de que lo que hacemos es relevante y tiene sentido, porque a ratos parece que las cosas que sé hacer y que amo hacer podrían no considerarse actividades escenciales

Pero entonces, la cultura, la creación, la expresión artística, la reflexión, la comunidad ¿no son esenciales?, ¿no nos acercan a nuestra humanidad?, ¿qué sería de todos nosotros en el encierro sin la posibilidad no sólo de crear, sino de apreciar y reconocernos en las creaciones de otros humanos? En este futuro que, de parecer lejano, se nos dejó venir encima como un tsunami hemos visto la relevancia del arte y la creación para, no digamos sobrevivir, sino vivir, en toda la extensión de la palabra. Aún así, confieso que por momentos me parece un misterio si lograremos generar un digno sustento en un mundo que está cambiando radicalmente sus prioridades.

Hace ocho años, en el 2012, llegué a mi primer Edita, en Cuernavaca, y fue muy importante para mí porque apenas emprendía el camino de los libros independientes. Ahí conocí a Merari y a Fernando y –aunque en ese momento no me imaginaba que con el tiempo seríamos no sólo entrañables amigos sino un gran equipo de trabajo– fue una experiencia muy reveladora ver cómo hay muchas formas de hacer y pensar los libros desde lugares diferentes a la industria y la institución, sin descalificar en ningún momento el trabajo que se realiza en esos ámbitos.

Estos encuentros me han hecho reflexionar y pensar acerca de qué es lo que hace que una cosa sea legítima por encima de otra, específicamente en el caso de los libros, he aprendido que no se trata únicamente de trámites como tener derechos de autor, códigos de indexación, reconocimiento institucional, soportes materiales “adecuados”, tener resuelto el tema de la distribución… todos estos elementos se organizan en universos que generan sus propias convenciones y vigilan que quienes quieran formar parte de ese universo juegen con reglas determinadas, características precisas. Y es sencillo: los que no nos ajustamos, no pertenecemos. Sin embargo, todo parece indicar que el sistema ha sufrido una gran metamorfosis, las reglas parecen haber cambiado, aunque aún es muy pronto para vaticinar que para siempre, parte de lo cierto es que nosotros ya estábamos aquí, preguntándonos cómo hacerle para hacer lo que hacemos con menos recursos y mucha buena onda.

En esta vuelta de tuerca no nos queda de otra que repensarnos. De la misma forma que de pronto no parece tan descabellado dejar de ir al súpermercado por víveres y tiene mucho sentido sembrar zanahorias en una maceta. De alguna forma, muchos de los planteamientos e ideas sobre los otros libros y las otras formas tienen que ver con eso. Ahora mismo nadie pone en duda la legitimidad de unos jitomates sembrados en la azotea, por el contrario, hay un reconocimiento a todo aquello que se produce en pequeño, con amor y desde la intención de nutrir. Y me parece que ese es el meollo del asunto: la intención. Nuestros libros tienen intención: promover la expresión, divulgar la creación, abrir espacios donde no los hay, en concreto, hacer comunidad. Podría decirse que los libros que hacemos están pensados y producidos, valga la expresión, en maceta, en huerto urbano, en chinampa.

Es en el sentido de lo anterior que ahora más que nunca es buen momento para, como atinadamente se concluyó en el Café del Mundo del Babel 2019, hacer comunidad, construir alianzas y compartir saberes. Para muchos de nosotros no es fácil mantenernos funcionando en un contexto virtual, sabemos que hay que hacerlo pero nos cuesta porque nuestro origen está muy cimentado en el aspecto tangible del quehacer editorial, sin embargo, estamos dispuestos a asumir el reto porque al final del día, de lo único de lo que seguimos convencidos es de nuestro cariño por las letras y los libros, nos gusta nuestro trabajo, creemos en él y esa es razón suficiente para continuar por este camino. Por eso nos parece importante hacer los esfuerzos que nos permitan seguir conociéndonos y encontrándonos para recordarnos que no estamos solos y que esta comunidad es fuente de recursos muy valiosos, tanto materiales como intelectuales e incluso emocionales.

Durante el tiempo que se han realizado estos encuentros hemos aprendido mucho, hemos visto crecer a nuestros colegas y a sus proyectos. También hemos tenido que bajar la velocidad, hacer pausas para recuperar el aliento, o incluso replantearnos los objetivos y la viabilidad de los proyectos, con esto quiero decir que la incertidumbre siempre está ahí y no queda más que capotearla cotidianamente y disfrutar del camino y las experiencias. Ojalá que los que recién llegan se sientan identificados con el pensar y el sentir de este variopinto jardín comunitario que es Babel.

* Ediciones Ají

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