Tregua de Navidad

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Franck Fernández

¿Por qué el ser humano es capaz de las acciones más criminales y de las reacciones más sublimes? ¿Somos una especie que carece de escrúpulos para exterminarnos los unos a los otros? La historia nos muestra ambos casos, desde hechos de brutalidad extrema, que consideramos que ni siquiera los animales más salvajes son capaces de realizar, hasta los momentos de mayor virtud en los que el ser humano recuerda que somos todos iguales sin importar clase social, color de piel, género ni preferencia de ninguna naturaleza, que somos hijos de Dios. Ya pocos hablan de las crueldades y de las enormes matanzas de la Primera Guerra Mundial. En definitiva, esta guerra fue el preludio, el prólogo de otra guerra mucho más sangrienta y cruel, la Segunda Guerra Mundial.

La Primera Guerra Mundial se preparó como dos masas de continentes que chocan una con otra, como nos enseñan en las clases de geografía. Las tensiones se acumulaban bajo tierra entre dos colosos que se preparaban, uno más que el otro, a una hecatombe mayor. El asesinato del Archiduque Ferdinando y su esposa Sofía Chotek, heredero al trono del Imperio Austrohúngaro a manos de un anarquista serbio, fue el detonante que liberó esas horribles presiones que subyacían bajo los pies del mundo. Austria Hungría le dio un ultimátum a Serbia que, por lo humillante, se sabía iba a ser rechazado y, en un engranaje de alianzas que habían más o menos mantenido la paz en Europa, unos tras otros fueron cayendo los países en lo que aún en Europa llaman la Gran Guerra. Todo comenzó en agosto de 1914 y en ambos lados los beligerantes creían que esto iba a ser una guerra relámpago, casi como un picnic al que se enviaba alegremente a los jóvenes, sin darse cuenta los gobernantes que mandaban a la flor y nata de la sociedad a una matanza certera.

Pronto fue evidente que la guerra relámpago en la que habían creído se empantanada y alargaba. Los alemanes pidieron permiso a Bélgica, país neutral, para atravesarla con sus ejércitos con el fin de invadir Francia. Ante la negativa, ya que Bélgica tenía dos convenios de colaboración con los franceses, a la mañana siguiente los alemanes cruzaron la frontera belga.

El frente se estableció cerca de la frontera entre Francia y Bélgica. Ante la imposibilidad de avanzar y conquistar el terreno del enemigo, los contrincantes no encontraron otra solución que cavar trincheras y una inmensa red de túneles, donde se acantonaron. En ocasiones las trincheras de los alemanes por un lado y la de los franceses e ingleses por el otro estaban a unas pocas decenas de metros. Las trincheras eran extraordinariamente insalubres, llenas de pulgas, piojos y ratas. Para colmo de males, en esta región el manto freático es muy bajo y, cuando la trinchera alcanzaba un metro, se inundaba generando todas las molestias que puede causar la humedad sobre la piel humana. No fueron pocos los casos de pies gangrenados. A eso habría que añadir el martirio del constante caer de obuses que creaban una verdadera carnicería entre los soldados y un paisaje lunar en los alrededores. El ensordecedor ruido causado por la lluvia de obuses generaba afecciones nerviosas que se manifestaban con grandes temblores en todo el cuerpo. En dos palabras: un infierno.

La historia que les quiero narrar hoy se produjo en las inmediaciones de la ciudad de Ypres, en un campo conocido como Saint Yvon. La noche de Navidad de 1914 desde el lado de los aliados escucharon cánticos. Pronto reconocieron la hermosa canción Noche de Paz cantada en alemán. Pronto se unieron los ingleses y los franceses a hacerle coro a los alemanes pero cada cual en su respectivo idioma. Aquí es necesario señalar que entre los alemanes siempre ha existido una muy importante tradición de festejar Navidad y en cada domicilio alemán era de rigor un árbol, aunque para la fecha esto no se acostumbraba mucho en Francia ni en Inglaterra. Sobre las trincheras alemanas esa noche los sorprendidos franceses e ingleses vieron cómo los alemanes ponían pequeños árboles de Navidad adornados con velas y pedazos de papel de color.

A la mañana siguiente, el 25 de diciembre de 1914 por la mañana, un soldado alemán salió de las trincheras con un pequeño árbol de navidad en su mano derecha caminando por la tierra de nadie, salpicada aquí y allá de cadáveres de jóvenes soldados de ambos bandos. En un comienzo los aliados sintieron sorpresa y hasta desconfianza. Cuando el alemán hizo una señal con su mano, poco a poco fueron saliendo de sus trincheras los entumecidos aliados. Hasta los oficiales de rango menor también se mezclaron. Lo que pasó a partir de este momento es una prueba fehaciente de los buenos sentimientos de nuestra especie. Temerosos en un comienzo, pronto se dieron cuenta de que, de forma no declarada, se había producido una tregua: la Tregua de Navidad, en honor al nacimiento del Redentor.

Primero se estrechaban las manos y después comenzaron a intercambiarse pequeños regalos: unos cigarrillos, otros tabacos, aquellos de allá chocolates, los demás tarjetas postales. Se mostraban las fotos de sus esposas, de sus hijos, de sus madres, intercambiaban sus direcciones para poderse cartear cuando terminara esa horrible guerra. Un barbero inglés empezó a cortarle gratis el cabello largo y engreñado a los soldados alemanes. De ahí pasaron a darle digna sepultura a los jóvenes que yacían medio congelados en la tierra de nadie. Un capellán inglés dio misa y, si bien fue en inglés, en alemán y en francés se escuchaban los rezos. Una vez enterrados los muertos aquella singular tregua fue sellada con un juego de fútbol, en un hermoso acto de camaradería. Esta tregua también fue observada en otros lugares del frente occidental. Este frente occidental llegó a tener 1000 kilómetros de largo, desde el Mar de Norte hasta la frontera suiza.

En el caso de Saint Yvon, la tregua duró hasta el día primero. Los oficiales de los estados mayores estaban furiosos. Con esta acción se destruía la propaganda que se hacía para inocular entre sus subordinados el odio al enemigo. Aquellos alemanes que participaron en esta confraternización fueron enviados al frente del este a luchar contra los rusos. Ni la prensa alemana ni la francesa de la época informaron sobre estos actos de amistad de jóvenes que querían todo menos matarse unos a otros. Sin embargo, en la prensa británica sí se habló del tema. Fue necesario esperar el centenario de estos nobles acontecimientos en 2014 para que se le diera mayor publicidad a aquellos días de tregua. Entre los soldados que estaban en la línea del frente hubo uno que no quiso confraternizar con el enemigo. Era un caporal del que se hablaría más tarde: Adolf Hitler

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