Asir

© Roland Penrose

Alessa Rey*

Ordinario. Un ordinario pedazo de madera, unas simples bisagras oxidadas; plano, sin olor, sin nada: sin una historia.

El cofre llegó a él un viernes por la tarde. Tocaron a la puerta. Asir dejó sus cosas sobre la mesa, se levantó, abrió y se quedó unos diez minutos hablando. Un vendedor, seguramente, pensé. Entró y me mostró un cofre; un cofre que a él le daba la impresión de tragarse el mundo. Asir subió a la habitación, lo seguí. Colocó el cofre en la mesa de centro, sobre papeles sin importancia y fotografías antiguas. Lo observó por un largo rato. Una eternidad para mí. 

Así pasaban los días: observando el cofre. Así pasaban los meses, el año: lo estaba dejando sin vida. Investigaba todo sobre él, lo veía, pero jamás, escuchen esto, jamás lo cerraba. 

Me cansé y Asir sólo me vio alejarme.

Hoy. Hace un año que no sé nada de Asir. He platicado con algunos vecinos, ellos dicen que sólo han visto su sombra; un sombra con vida para nada silenciosa. Dicen que escuchan gritos, llantos, risas. Quizá debería visitarlo, quizá mañana regrese. 

Regresé. Estoy frente a la puerta. Busco la llave dentro de la maceta, ésta sigue ahí. Entro. La casa está llena de murmullos, de vacuidades, de pedazos de piel; la casa está llena de soledad. No existo, no existimos aquí dentro. ¿Dónde se encontrará Asír? Subo las escaleras. Me detengo un momento frente a la habitación; quisiera no entrar, pero me preocupa. Sólo quiero verlo un momento, un solo momento. Abro la puerta. Ahí está. Asir. Desconocido, pálido, flaco, enfermo. Tiene poco cabellos, sus ojos se ven cansados, como aquel que lo ha visto todo, los tiene hundidos. Lo saludo, pero ni siquiera responde. No me ve, sólo continúa observando ese maldito cofre. El cofre sigue abierto y sí, da la impresión de tragarse el mundo, los cuerpos, la vida. Da la impresión de tragarse todo. ¡Todo! 

Intento de nuevo que Asir responda, pero él no dice nada. Estoy desesperada. Salgo de la habitación. Vuelvo a entrar. Él se encuentra en la misma posición: observando ese objeto. Arriba de la mesa hay unas cuantas hojas, llenas de café y polvo, llenas de pulsaciones. Las tomo y comienzo a leer.

Lunes 27

Sara se ha marchado. Me ha dejado sólo con este cofre. Yo no he podido gritar. Huye Sara, hay objetos que se tragan la vida.

Martes 28

Hay tanto dentro, tantos mundos, tanta infancia. El inicio, el final, mi vida, las de ustedes. Las murallas, el viento, la luna. 

Miércoles 29

Hoy vi más allá de la madera, el cofre no tiene fondo. ¡No lo tiene! Tengo fiebre. Estoy delirando. Veo como se derriten las paredes y como desembocan en el cofre; tengo que alejarme de él, aunque sólo sea por un momento. No puedo. Me consume, no quiero ser pared, no quiero estar dentro. Mis gritos son soliloquios.  

Jueves 30

Estoy invadido por el terror. Trato de escapar, de leer un poco, pero hay palabras que después de muerte no llegan a comprenderse. Todo se me derrite en las manos, poco a poco. El viento entró por la ventana, por poco cierra el cofre. Parece que algo insiste en cerrarlo. Entiendan: ¡No puede cerrarse! Todo tiene que salir algún día, nada puede encerrarse para siempre.

Viernes 1

Se está tragando mi vida. Comienzo a perder el cabello. Los objetos se derriten, todo cae dentro. No hay techo, estoy desprotegido y llueve. Las malditas gotas arden, me están quemando la piel. Hay alguien detrás de mí, también le queman, las gotas. ¡Ayuda!, por favor. 

Sábado 2

Logré dormir. Sin pesadillas. 

Domingo 3

El reloj se ha detenido pero el ruido permanece ahí. Tic Tac. Tic Tac. Tic Tac. Me está volviendo loco. Cállenlo por favor, cállenlo. Tic Tac. Tic. Tac. Tic. Tac. Tic. Tic. Tac. Tac. Tic Tic Tic. Tac.

Lunes 4

Estoy asustada. ¿Qué sucede? La misma posición, sus brazos están llenos de marcas, de quemaduras. La lluvia del diario, las gotas que arden, la persona detrás de él, mis brazos. Mis brazos arden. ¿El techo? El techo sigue ahí, no hay lluvia, no hay lluvia dentro. 

Martes 5

He sentido a Sara. Sara vendrá pronto, yo la he visto.

Miércoles 6

Sara está entrando. Me verá acabado. No soy su Asir. Entra, está en la puerta. Está asustada con mi aspecto. Me habla, no puedo responderle. No puedo responderte Sara. Mi voz está en el cofre, mis gritos, todo está ahí. Sara toma mi diario. Lee. ¡Dios! Sus expresiones, su rostro llora; hay terror. Deja de leer. Voltea hacia arriba, toca sus brazos, le duelen. Me observa y sigue leyendo. Su rostro se está deformando. Llora. Sara está llorando. Deja caer las hojas sobre el suelo, me ve, y es como si Sara, no viera a nadie. Aquí estoy Sara. Aquí.

Estoy pasmada, dejo caer las hojas de mis manos. Veo a Asir, pero este se convierte en agua, cae al cofre. El viento sopla, cierra el cofre. 

Así es Asir. Da la impresión de tragarse el mundo.

*Cuentos del sótano III