Dos enfermedades en una

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Franck Fernández

Mycobacterium leprae. Esta bacteria fue descubierta solo en 1874 por el científico noruego Gerhard Hansen. Su apellido sirvió para darle nombre a la bacteria y a la enfermedad: bacteria de Hansen y enfermedad de Hansen. Más comúnmente se le conoce como lepra. La bacteria de Hansen es la responsable de dos enfermedades en una. Porque seamos claros: no es lo mismo tener lepra que ser un leproso. La primera es una enfermedad horriblemente degenerante, destructora no solo de la apariencia física de la persona sino de su sistema nervioso central y de buena parte de los órganos internos. Otra cosa es ser leproso, no solo cargar con la enfermedad física, como si ya no fuera una enorme cruz, sino padecer los escarnios y rechazo del resto de los humanos.

Por descubrimientos arqueológicos y por narraciones, incluso por la Biblia, se sabe que la humanidad conoce esta enfermedad desde hace al menos 4000 años. Las antiguas civilizaciones de China, Egipto y del norte de la India nos hablan de ella y siempre en los mismos términos. En el norte de la India continúa siendo una enfermedad endémica. Desde siempre, a la persona leprosa se le ha considerado como un impuro, como un maldecido de Dios, castigado por ni se sabe qué culpa. Eran echados de sus casas y del seno de sus poblados por miedo al contagio y como castigo por el pecado que habían cometido y que nadie conocía. En Europa, durante el medioevo, cuando se descubría que una persona tenía la enfermedad, se les hacía una misa en la que los enfermos se acostaban simulando estar muertos. No se podían levantar ni mover mientras duraba la ceremonia. Al finalizar se les entregaba unas ropas negras y una especie de castañuelas, las llamadas tablillas de San Lázaro que el infectado tenía que hacer sonar para anunciarle a las otras personas que no se le acercaran, que no era digno de su mirada, ni siquiera de compartir el mismo aire. A estas personas se les obligaba a alejarse de los centros de población y caminar en sentido del viento para evitar que se dispersaran sus miasmas. En la época, se creía que las miasmas eran la causa de enfermedades y epidemias. Famosa es la historia de Jesús limpiando, y digo bien limpiando, a un leproso como si fuera un sucio.

En diferentes países y en diferentes épocas se han creado leprosarios. A estos lugares, lejos de las poblaciones, se enviaban a los leprosos sin distinción de sexo, edad ni condición social. El objetivo era que estuvieran allí hasta que les llegara la muerte física, porque la sociedad ya los consideraba muertos. A pesar de que desde los años ochenta existe un tratamiento con diferentes tipos de antibióticos y que ha demostrado fehacientemente su eficacia, en el mundo se siguen presentando casos de lepra. En los centros urbanos, donde es más fácil visitar una clínica, la incidencia de la enfermedad es menor que en el campo donde el dispensario de salud puede estar a decenas de kilómetros. La lepra se ensaña más en segmentos de la población donde inciden la desnutrición, la insalubridad, la falta de higiene y el aglutinamiento. Resulta que la lepra es una enfermedad perniciosa. Y, cuando digo perniciosa, es también por el hecho de que los primeros síntomas de la enfermedad son pequeños puntos de color a nivel de la piel que no duelen, arden ni pican y que obviamente no causan ningún tipo de alarma en el enfermo. Cuando se declara la enfermedad es porque ya no hay vuelta atrás. La incubación dura 5 años o incluso más. Durante ese tiempo la víctima, desconocedora del terrible mal que porta, la transmite a todos aquellos que están a su alrededor. El medio de transmisión son las excrecencias nasales, así que un estornudo o una gripe pueden ser un factor importante de contaminación. En algunos países donde la incidencia de lepra es aún grande, como es el caso de Madagascar o de Costa de Marfil, en África, las personas afectadas cuando mueren incluso después de muertas son tratadas con desprecio y repulsión. Sus cuerpos no tienen derecho a descansar en los cementerios al lado de los demás por miedo a que los huesos de los leprosos contaminen a los huesos de los no enfermos.

Hoy en día, los leprosorios han sido paulatinamente cerrados en el mundo en la medida en que a partir del momento en que una persona afectada comienza a tomar su tratamiento múltiple de antibióticos a la mañana siguiente ya no es más contagioso. El problema de la lepra es que lamentablemente no existe hasta la fecha un diagnóstico precoz, un análisis de sangre o de cualquier naturaleza que permita descubrir antes de que aparezcan los primeros síntomas que ya el mal está labrando su camino. Existen varios laboratorios farmacológicos en el mundo que trabajan de la mano para encontrar este despistaje precoz que permita erradicar esa enfermedad de la faz de la tierra.

La lepra no es una enfermedad exclusiva del ser humano. Otros primates también la sufren, incluso el armadillo, que nada tiene que ver con los primates, también sufre la enfermedad. De hecho, es el armadillo el principal motivo de contaminación de esta enfermedad en la Florida donde hay muchos. Hay personas que lo comen y es esta la forma en que se contaminan. Tengamos un minuto de oración o reflexión por la personas que en el mundo sufren esta fea enfermedad.

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