Derrumbamiento

© Laurence Manier

Manel Costa

E incluso, dándose cuenta de que obraba de manera aciaga para él, ella continuó procediendo de la misma manera, aniquilando, poco a poco, un espíritu tan débil. Esta actitud denotaba cierta inclinación al sadismo, salvo —pienso yo— que actuara de una manera inconsciente, aunque, eso sí, premeditada, lo que era un contrasentido, lo miraras por donde lo miraras.

No es que el asunto me afectara, verdaderamente me era totalmente indiferente; sin embargo esa indiferencia me resultaba incómoda, era —en pocas palabras— un estorbo para la tranquilidad de mi conciencia. Sin duda era un posicionamiento determinado ante dicha injusticia, mala-buena-neutra, pero posicionamiento al fin y al cabo. Tampoco, esa es la verdad, podía yo modificar la situación, más bien mi intervención podría agravar el asunto, es más, estoy seguro de que así habría sucedido.

Mi intranquilidad, mi inseguridad, mis titubeos asiduos me producían desestabilizaciones. Indefectiblemente debía tomar una decisión; sería esta la que fuere, pero una y pronto. Sabía que tomara la que tomara, poco después de realizarla, se volvería en contra mía, pidiéndome explicaciones (con toda la razón) por el fracaso tan colosal alcanzado. Empero, lo que estaba claro era que, tomando el sencillo posicionamiento de espectador imparcial, me empujaría, de forma clara y rotunda, hacia un agujero sin fondo del que difícilmente podría salir.

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