La guerra del opio

Franck Fernández

© Pascal Roy

Cada cual tiene algo de qué arrepentirse. Hay cosas que hicimos mal y de las que ni queremos hablar, porque solo pensar en el eventual daño que causamos nos da profunda vergüenza. Los católicos tienen el poder del perdón de la confesión o incluso un acto de contrición, pero las naciones no. Algunos personajes de la política han tenido la valentía de pedir perdón por algo de lo que ellos personalmente no son responsables, pero sí cargan con la culpa general del daño que hicieron sus antepasados. Pienso en algo de lo que Gran Bretaña no puede estar orgullosa… es la guerra del opio de la que ya no se habla mucho. Hagamos un poco de historia.

Estoy hablando de hechos que comenzaron a gestarse a finales del siglo XVIII, que se desarrollaron ya en el siglo XIX y que, como casi siempre, fueron motivados por el dinero. China es una nación con una cultura milenaria, de muy refinadas costumbres, aunque con innumerables actos de extrema crueldad en su historia. Eso que vemos en los chinos de hoy que solo quieren exportar sus productos e importar poco de los demás países no es nada nuevo. Lo llevan en la sangre. Fue esta forma de proceder lo que llevó a los acontecimientos de los que les quiero hablar hoy.

Para los años 1800, Inglaterra comenzó un importante desarrollo de su industria sobre la base de toda una serie de descubrimientos. Es lo que la historia llama “la revolución industrial”. Inglaterra, vencedora frente Napoleón, aumentó grandemente su poderío naval, lo que ayudó a la creación de industrias que aumentaron la producción de productos manufacturados. Por otra parte, Inglaterra importaba de China grandes cantidades de té, de porcelana y de seda. En contrapartida, China, que había vivido durante siglos cerrada al mundo, era perfectamente sustentable con los productos que en su territorio se producían. Por demás, China quería que los productos que exportaba al extranjero fueran pagados exclusivamente con barras de oro o plata. Eran ellos los que imponían el precio, sin ningún tipo de negociación. La balanza comercial en este comercio era terriblemente desfavorable para los ingleses que, no queriendo pagar con oro y plata, querían también exportar sus productos. Hasta ahí todo suena lógico. El detalle es que Inglaterra encontró una oprobiosa solución para cambiar el curso de las cosas.

 

El opio es una sustancia que, desde la más remota antigüedad, es utilizada por el ser humano tanto para calmar dolores como para drogarse. Ya en Sumeria se consumía opio. También en Egipto. Los chinos no eran ajenos a este consumo y no solo producían la amapola de la que se extrae esta sustancia, sino que también la importaban de Sumatra. En 1773, los ingleses logran hacerse del monopolio de la exportación de opio a China. Nunca ningún monopolio ha sido bueno, ni el púbico ni el privado. El terrible problema del opio es que es una droga altamente adictiva y el drogadicto tiene enormes trastornos si desea alejarse de ella, lo que llaman la desintoxicación o destete.

El sistema de diferencias sociales y las divisiones en China era frustrante para las clases bajas, que deban riendas sueltas a su malestar consumiendo opio. El daño a la población era elevado. Muchos dejaban de trabajar y abandonaban sus obligaciones y familia debido al vicio. Por primera vez un gobierno se vio en la disyuntiva de legalizar el uso de la sustancia o declararle la guerra y erradicarla. El emperador Daoguand, de la dinastía Qing, optó por la solución de su prohibición y erradicación cansado de ver el dolor y decadencia de sus súbditos. Para esta época, los ingleses solo tenían el derecho de comerciar en la ciudad de Cantón. Esta centralización del comercio en Cantón había dado lugar a trastornos sociales, aumento de la prostitución y una galopante corrupción entre los dignatarios chinos de la ciudad. Desde Cantón, el opio se expandía por todo el país. Allí se dirigió uno de los generales del emperador para destruir las reservas de opio y cerrar el negocio de los ingleses. El stock era de más de 1000 toneladas de opio que fue quemado o tirado al mar. La mercancía estaba valorada en 2 millones de libras esterlinas de aquella época.

Ante esta pérdida, los ingleses furiosos mandaron su armada para hacerle la guerra a China y hacer que se les compensara. La guerra tenía un objetivo oculto: imponerle a China aceptar los productos ingleses y abrir nuevos puertos y ciudades al comercio. Los ingleses no lograron tomar el puerto de Cantón, pero sí se ampararon de otros puertos, entre ellos el de Hong Kong. Ante la superioridad del ejército inglés y debido a lo mal preparados y armados que estaban los soldados chinos, los ingleses ganaron con facilidad la guerra y le impusieron a China un muy desigual tratado de paz, el Tratado de Nankín. Fue con este tratado que China se vio en la obligación de abrir 5 puertos al comercio internacional e Inglaterra obtenía el usufructo de la isla de Hong Kong durante 150 años. Esta guerra duró de 1849 a 1852 con muchas pérdidas del lado chino y unos pocos heridos del lado inglés.

Hubo una segunda guerra del opio que los historiadores consideran la continuación de la primera. Esta guerra se desarrolló entre los años 1856 y 1860. El pretexto fue que los soldados chinos tomaron prisioneros a unos marinos ingleses, siempre por causa del opio. Una vez más, la armada inglesa se presentó en son de guerra ante las costas de China, pero esta vez no venían solos. El pastel era grande y había para todos. Junto a los ingleses vinieron los franceses. No tardaron en unirse, como en pandilla, los rusos y los norteamericanos. Los invasores llegaron hasta Pekín y destruyeron el Palacio de verano del Emperador. Cada una de las potencias obtuvo su pedazo de la China vencida. Los ingleses ampliaron su posición de Hong Kong hacia la vecina península de Kowloon. Los rusos obtuvieron territorios que le permitieron extender sus dominios hasta el Océano Pacífico a expensas de Manchuria. Allí fundaron la ciudad de Vladivostok y también Port Arthur que después perdieron en guerra contra los japoneses en 1905.

 

Todos estos acontecimientos fueron un fuerte golpe a la ya decadente dinastía Qing, de origen manchú, proclamándose no mucho más tarde una república que, después de la invasión de China por los japoneses y la Segunda Guerra Mundial, llevó a la proclamación de una república comunista al mando de Mao Zedong. Este régimen de Mao causó gran dolor, hambrunas y mucha muerte y desgracia al país. Así estuvieron las cosas hasta la muerte del asesino dictador comunista y la llegada al poder de Deng Xiaoping que poco a poco llevó a China a la situación en la que la encontramos hoy.

Fue el 1 de junio de 1997 que el príncipe Carlos, en representación de la Gran Bretaña y después de 150 años de presencia británica en Hong Kong, retrocedió a los chinos la posición que habían tenido. A pesar de que Hong Kong hasta el día de hoy tiene un estatuto especial y no todas las leyes de la República comunista tienen allí validez, China ha querido paulatinamente eliminar las libertades especiales de la isla. Es necesario decir que hasta 1997, a pesar de que Hong Kong era colonia británica, sus habitantes vivían en democracia.

A finales de 2019, los habitantes de Hong Kong se lanzaron en masa a las calles, todos a una, para defender su libertad en protestas que, muy oportunamente para los chinos, fueron detenidas por la llegada del coronavirus. No olvidemos lo que dice el viejo refrán: más vale malo conocido que bueno por conocer. Y créanme, esto se aplica en todos los niveles de la vida… en particular en política.

Les invito a visitar mi canal de historia en YouTube con otras crónicas de arte e historia.

Me encuentran como “Franck Fernández Historia”.

También te podría gustar...