A l b a a t r o z

Kobda Rocha

El albatros está decidido a cambiar su vida. Está cansado de la rutina: despertar, ir a pescar, comer, volar un rato y regresar al agua para comer más. Quiere emigrar, ir a las ciudades, defecar volando, conocer otros mares, lagos, ríos, quizás unas cataratas.

—Tás loco tú, —le dijo su primo el pelícano— está vida es maravillosa, ¡lo tenemos todo! Comida, descanso, hembras, ¿qué más quieres?

Cuando niños, el albatros y su primo el pelicano eran los mejores amigos, parecían más hermanos que primos, iban a todos lados juntos, volaban ala con ala, compartían las truchas, los salmones y los atunes. Pensaban igual, se entendían de la mejor manera, lo que uno empezaba a decir el otro lo terminaba. Pero ahora eran totales desconocidos, sus vidas habían tomado rumbos distintos, lo único que los unía era el recuerdo y la familia especiática pero no más la amistad ni la comprensión. El albatros supo que su primo el pelícano no le haría segunda, así que se despidió y salió volando.

Por la noche, el albatros fue a buscar a un viejo pato que era muy sabio para pedirle consejo.

—¡Hazlo! Puede que no sea lo que esperabas, puede que termines pensando que aquí es el mejor lugar para ti y que esta vida es la mejor de todas. Pero si no lo haces jamás lo sabrás. ¡Hazlo! No mueras aquí, no envejezcas deseando haber hecho algo que jamás tuviste las agallas de hacer. ¡Hazlo! Tal vez te arrepientas, pero es mejor arrepentirse de algo que hiciste a arrepentirse de algo que no hiciste. ¡Hazlo!

Con esas palabras de aliento, el albatros se fue a dormir, decidido a partir al amanecer. Buscaría su destino, conocería a otras especies de aves procelariformes, probaría nuevos peces (peces exóticos), quizás encontraría el amor y tendría familia. Por estar pensando en todo lo que iba a hacer al emprender el viaje casi no durmió, no dejaba de ilusionarse y de imaginar cómo sería el mundo.

Al amanecer, el albatros despierta emocionadísimo, extiende sus alas y siente un pequeño dolor en el pecho… es una bala de escopeta que le acaba de atravesar el corazón. Llora mientras ve sus sueños desangrarse. Lo que más le duele no es que ya no podrá ver el mundo, lo que en realidad le duele es que el gatillero haya sido un niño de diez años aprendiendo a cazar sólo para poder pasar un día con su padre.

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