Un libro que no te suelta
La noche tiene garras de Alejandro Juárez, (Typotaller, 2021, 110 páginas)
Ruth Escamilla Monroy
Franck Fernández
No hay nada más sabio que los refranes populares. Ellos recogen la experiencia de todas las generaciones que nos precedieron y hay un refrán que describe muy bien la historia que les quiero contar: en la guerra y en el amor todo está permitido. Esta es la historia de lo que posiblemente haya sido el mayor engaño contra el enemigo durante la Segunda Guerra Mundial y el importante papel jugado por un hombre que, incluso después de muerto, sirvió a su país. Si bien la historia fue conocida poco después de terminada la guerra, el verdadero nombre de este héroe involuntario solo fue conocido en 1993.
Hitler había conquistado prácticamente toda Europa y también el norte de África. Cuando los Estados Unidos entra en guerra por la invasión de Pearl Harbor por los japoneses, ya hacía rato los europeos luchaban por su libertad. En el este, las tropas soviéticas con mucha dificultad le hacían frente a las tropas nazis y Stalin insistentemente pedía que se abriera un segundo frente para aliviar el frente oriental. Por su parte, Churchill consideraba que lo más importante era quitarle el norte de África a los alemanes. Churchill temía que los alemanes pudieran tomar el Canal de Suez, primordial para el tránsito de los Aliados y, por lo consiguiente, los territorios árabes más al este haciéndose del petróleo.
Cuando llegan los americanos, de inmediato participaron en las batallas contra los alemanes en el norte de África. Una vez que se logró conquistar el norte de África ahora se trataba de llegar a Europa desde el sur. Lo lógico hubiera sido llegar a través de Sicilia, perfecto trampolín para entrar por el sur de Italia. Por demás, desde Sicilia los alemanes castigaban constantemente las bases militares británicas en Malta. Para los alemanes era evidente que los Aliados tratarían de entrar por Sicilia. Así que se necesitaba una perfecta trama de desinformación para hacerle creer a Hitler que el objetivo no sería Sicilia.
Al famoso escritor de novelas policíacas y que más tarde sería el autor del famoso agente 007, Ian Fleming, se le pidió proponer ideas de engaño al enemigo. Fue así como surgió lo que la historia reconoce como “El hombre que nunca existió”. Veamos cómo fue todo esto. Se pensó que, si de alguna forma, se le hacía llegar a los alemanes la información de que desde el norte de África los Aliados tenían la intención no de atacar Sicilia sino la isla francesa de Córcega, en menor medida, y fundamentalmente el territorio griego, Hitler decidiría alejar armamento de Sicilia lo que, a la larga, facilitaría conquistar esta isla.
Decidieron hacer un anzuelo para lo que se necesitaba un hombre que hubiera muerto de neumonía, es decir, con los pulmones llenos de agua. Así fue que encontraron el cuerpo de un gales que había comido pan con pasta para matar ratas, con la intención de suicidarse o por puro accidente. Su nombre era Glyndwr Michael y él fue la persona que la seguridad británica utilizó como señuelo. La idea era hacerlo pasar como un oficial que llevaba informes de un punto a otro del Mediterráneo, que había tenido algún accidente, que se había ahogado y que, por casualidad de las mareas, había llegado a tierra firme.
Llevaron el cadáver de Glyndwr Michael en hielo seco en un submarino y lo dejaron frente a Puerto Umbría, en las costas de Huelva, en España. Lo dejaron a merced de las olas, con la intención de que llegara a la costa. Iba vestido con el uniforme de un capitán, amarrado a su cintura llevaba un maletín con cartas de altos mandos británicos en las que se hablaba de la invasión a Córcega y a Grecia. Para dar mayor crédito al que ahora se llamaba William Martin, en su bolsillo se le puso la fotografía de su novia Pam, dos cartas de amor de ella, el recibo de una joyería de Londres por la compra de un anillo de compromiso, una carta del padre del ahora Martin William amonestándolo por algo mal hecho y una carta de su banco Lloyds reclamándole por un descubierto de 79 libras.
Anteriormente ya se había hecho otra artimaña con el fin de hacer creer que los Aliados llegarían por tierras griegas. Se habían contratado intérpretes en Grecia y se habían comprado grandes cantidades de mapas de las carreteras de ese país. Por otra parte, el hecho de que Grecia se encuentra cerca de Rumanía hacía más plausible la idea, en la medida en que en Rumanía para esa fecha todavía había grandes cantidades de reservas de petróleo. Pues bien, el hombre que nunca existió, Glyndwr Michael o Martin William, como usted prefiera, fue descubierto en la playa de Puerto Umbría por un pescador, tal y como había sido planeado.
La Comandancia de Marina del puerto de Huelva de inmediato remitió el maletín a Madrid donde la seguridad española, supuestamente neutral, le entregó los documentos que iban dentro de la maleta a la Abwehr, la inteligencia alemana. Rápido llegaron las copias a Berlín a manos de Hitler. Por su parte, el cónsul británico en Huelva insistía mucho para que se le entregará el cadáver y las pertenencias de Martin, haciendo particular hincapié en el maletín. Por su parte, las autoridades españolas encontraban cualquier tipo de excusa para demorar la entrega. Después de varios días de espera, devolvieron el cadáver y el famoso maletín. Pronto los británicos pudieron darse cuenta de que el maletín había sido abierto, por lo que se entendió que toda la información había pasado a los alemanes.
A partir de este momento, Hitler estuvo absolutamente convencido de que no habría invasión por Sicilia, sino por Córcega y Grecia como se lo habían hecho creer los Aliados. Retiraron divisiones desde Sicilia y desde el sur de Francia hacia Córcega y Grecia. Incluso, cuando ya los Aliados estaban atacando Sicilia que era realmente el objetivo del desembarco, Hitler siguió considerando que todo era un simulacro para que se retirara el armamento de Córcega y Grecia. Cuando se dieron cuenta del engaño ya era demasiado tarde para reaccionar.
El hecho es que nuestro Glyndwr Michael, héroe involuntario de su país, fue enterrado en tierra española y un empleado británico de una empresa vinícola española cada mes de noviembre le llevaba flores rojas a su tumba. Esta tradición continuó con su hija y hoy en día la tradición continúa con su nieta llevándole flores rojas cada mes de noviembre. En la lápida ya no se lee más el nombre ficticio de William Martin. Los británicos y la historia han decidido poner en su lápida el verdadero nombre de este héroe británico y eslabón importante en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, a pesar de él mismo, Glyndwr Michael.
Desde hace muchos siglos, el Mediterráneo ha sido cuna de grandes culturas. Nacieron, se desarrollaron, murieron. O para hablar con propiedad, dieron lugar a nuevas culturas, siendo asimiladas por otras que llegaron pacíficamente o por medio de la guerra. Hay una cultura que floreció en el suroeste de España entre los siglos V y IV antes de Cristo. Su asentamiento se dio fundamentalmente en lo que hoy son las tierras de Valencia, de Cataluña, incluso de las Islas Baleares. A esta cultura se le llama cultura ibérica.
Hay que decir que no se sabe mucho de esta cultura ni de sus habitantes. Vivían en pequeños conglomerados rodeados por murallas que los protegían de sus enemigos, trabajaban la tierra, sus reyes se rodeaban de guerreros que los protegían, sabían trabajar el hierro con el que hacían sus armas. También tenían un muy bien logrado dominio de la cerámica y adornaban sus vasijas con hermosos y elaborados dibujos. Por otra parte, tenían muy buena mano con la orfebrería fabricando hermosas joyas. Sabían fabricar tejidos. Como en muchas culturas antiguas, las mujeres desempeñaban un importante papel dentro de la sociedad. Eran importantes en la medida en que representaban la fertilidad… de ahí que en estas culturas antiguas mediterráneas hubiera tantas diosas mujeres, casi siempre relacionadas con la tierra, la fertilidad y la procreación.
Esta cultura ibérica dio paso a otras que se vinieron a establecer en estas tierras españolas desde el Líbano y más adelante desde Cartago. Otras le siguieron: romanos, visigodos, árabes… Los iberos era una cultura relativamente bien constituida para su época, prueba de ello es que también tenían alfabeto, aunque hasta el día de hoy no se ha podido entender lo que escribían. Un exponente mayor de la escultura ibérica es la muy famosa Dama de Elche, conocida hasta la saciedad por reproducciones y dibujos. Lleva ese nombre porque fue descubierta en un terreno de labranza a 2 km al sur de la ciudad de Elche, en Valencia.
Pero algo debe quedar claro. Si bien la Dama de Elche es tan famosa por el buen trabajo del escultor que nos muestra perfectamente el rostro de una hermosa mujer, seria, bien vestida y profusamente alhajada, la Dama de Elche no es el único exponente de este tipo de esculturas entre los ibéricos. También existen otras damas, entre ellas la Dama de la Baza y la Dama del Cerro de los Santos. El descubrimiento de la Dama de Elche fue fortuito. El 4 de agosto de 1897 en la loma de La Alcudia, un joven jornalero, a la hora del descanso, comenzó a dar golpes de pico cerca del lugar donde trabajaban la tierra y allí descubrió el rostro de una hermosa mujer. Pronto llegó al lugar el dueño del terreno, el doctor Manuel Campello, que se la llevó a su casa. La escultura había sido enterrada, como para protegerla de alguien o de algo. Fue bien rodeada por arena de mar, lo que hizo que durante más de 2000 años se mantuviera en un entorno húmedo. Al sacarla del sitio de su enterramiento, aún llevaba vestigios de las pinturas que alguna vez la adornaban. En los ojos llevaba pasta de vidrio para darle mayor realidad al personaje. El Doctor Campello, a petición de los habitantes de Elche, la colocó en el balcón de su casa para que pudiera ser admirada por todos.
Nunca sabremos si fue una reina, una sacerdotisa o una diosa del panteón ibérico del que tampoco apenas nada conocemos. La Dama de Elche está ricamente ataviada, con grandes collares, varias capas de tejidos y alrededor de sus orejas encontramos unos rodetes o moños que más tarde fueron inspiración para el peinado de la princesa Lea de la película Star Wars. Uno de los collares incluso lleva amuletos para la protección de esta dama. Tampoco nada podemos saber del autor ni con qué intención fue esculpida. En un comienzo después de su descubrimiento en 1897 se le llamó la Dama Mora, creyendo que era un trabajo de los almoravides que antaño vivieron en estas tierras del sur de España. En la espalda de la escultura encontramos un gran orificio. Mucho se especuló sobre el uso de este gran oficio… Se pensaba incluso que era un lugar para guardar joyas o para colgarla de la pared. Lo cierto es que las otras Damas también presentan este oficio en la espalda. Al respecto ya la ciencia habló después de estudios de pequeños restos encontrados en estos orificios. Decididamente eran urnas para recibir las cenizas de seres humanos después de su cremación. La cantidad de fósforo, estroncio y calcio corresponden exactamente a las proporciones de las cenizas de cremaciones de los cuerpos humanos.
Pues bien, después de su descubrimiento en Elche, al Museo del Louvre llegó la noticia del descubrimiento y un emisario fue enviado a negociar su compra. Inicialmente se le propusieron mil francos franceses de la época al Doctor Manuel Campello. Después de duras discusiones el emisario del Louvre la compró por 4000 francos franceses. Salió de España por el puerto de Alicante llegando a tierra francesas por el puerto de Marsella y de ahí a París al célebre museo de la capital francesa. Se colocó en un armario de cristal y se expuso en las salas orientales porque aún consideraban que era una obra de las lejanas tierras de Asiria y Babilonia.
No pocas fueron las gestiones que hicieron los españoles para recuperar su importante obra. El malestar entre los antropólogos españoles por aquella venta era grande. Todas las reclamaciones cesaron primero con la Guerra Civil española y después con la Segunda Guerra Mundial. Cuando el Museo del Louvre fue evacuado, a la Dame de Elche se le envió a la ciudad de Montauban con la intención de protegerla de eventuales bombardeos, como al resto de las obras del Louvre que fueron llevadas a diferentes sitios para su protección. Una vez en el poder el Mariscal Petain como presidente de la autodenominada “Francia Libre”, continuaron las negociaciones, esta vez con el General Francisco Franco ya en el poder en España.
Francia “compraba” la no participación de España en la Segunda Guerra Mundial con la entrega de la Dama de Elche junto con otras joyas del arte español como la Inmaculada de los Venerables de Murillo, las coronas visigodas del tesoro de Guarrazar y el archivo de Simancas. De esta forma se quería que España se mantuviera neutral en la guerra. En contrapartida, España entregó a Francia un cuadro del Greco, otro cuadro de Velázquez y un tercero de Goya. Todo esto lo utilizó Franco para enardecer el exacerbado sentimiento nacionalista que prospera en este tipo de regímenes populistas como el que instauró el Caudillo en España.
La Dama de Elche estuvo en el Museo del Prado hasta que fue trasladada a su sitio definitivo de exposición, en el Museo Nacional de Antropología de España que se puede visitar en la calle Alfonso XII de Madrid.
No han faltado entendidos, como es el caso de un antropólogo de los Estados Unidos, que hacia el año 1990 argumentaba que la Dama de Elche es una obra moderna debido a su muy logrado trabajo, sin embargo, un análisis de policromía sobre los restos de pintura que aún quedan demostraron la autenticidad de la obra y los estudios de carbono 14 demostraron igualmente que era una obra de los siglos V o IV antes de Cristo.
Otras de las Damas de la cultura ibérica están representadas de cuerpo entero, por lo que algunos entendidos se preguntan si la escultura que conocemos hoy es parte de una escultura mayor y que se perdió cuando la o las personas que la escondieron para protegerla solo pudieron ocuparse del busto. En todo caso, la escultura como la conocemos en la actualidad tiene las siguientes dimensiones: 56 cm de alto 45 de ancho y 37 de profundidad.
A pesar de los 2400 años que nos separan del momento en que un artista ibérico representara a esta mujer sacerdotisa, reina, diosa o lo que haya sido en realidad aún nos mira con un subyugante rostro serio, recordándonos que en esta vida estamos de paso, que hubo otros antes que nosotros y que, de la misma forma, habrá otros más después de nosotros.
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Hablar del seudónimo literario es hablar
del derecho del lector a conocer la
autoría de un libro frente al derecho del
escritor a esconderla (El seudónimo literario).
Esta reflexión viene a cuento del último premio Planeta concedido a Carmen Mola, un seudónimo tras el que se esconden dos “mentiras” de base —el autor no es una mujer y el autor no es uno, sino tres— y otra ad hoc que las refuerza: la aportación —por parte de su agente y de la editorial Alfaguara— de una biografía inventada y extractos de entrevistas que, supuestamente, ha concedido.
Después de leer con atención muchas de esas entrevistas, nos damos cuenta de que la utilización de esa otra identidad nació como un puro juego en forma de proyecto literario. El problema vino cuando recibieron el premio, porque entonces se destapó el engaño, que además resulto ser suculento: al millón de euros del Planeta hay que añadir los beneficios que obtendrán de una serie de televisión que tienen previsto grabar para un medio de comunicación propiedad de ese mismo grupo editorial. Todo esto ha desencadenado un tsunami de voces en contra y a favor en el mundo literario: ¿influye el nombre del autor en la recepción de una novela?; ¿es más fácil publicar con un nombre de mujer?; ¿es esto una mera estrategia comercial?, y si es así, ¿no puede parecer hoy una burla sabiendo que. en otro tiempo, el seudónimo fue pura necesidad?
Sin decantarnos y sin restar importancia a todos esos planteamientos, se nos ocurre pensar en el mundo literario como en un patio de juegos en el que muchos son los jugadores y variados los tipos de juego. Así lo entendió uno de los movimientos literarios más importantes de la segunda mitad del siglo XX, OULIPO (Ouvroir de littérature potentielle →Taller de literatura potencial) cuando en 1960, con el fin de unir las matemáticas y la literatura, sus miembros se plantearon escribir aplicándose, conscientemente, restricciones con el objetivo de lograr nuevas formas de creación.
Pero no fueron los únicos: Borges se divertía haciendo aparecer, en las primeras frases de muchos de sus cuentos, el título de un libro inexistente y todas las críticas a sus diferentes ediciones; cuántos lectores habremos picado y, a la primera de cambio, habremos acudido a la biblioteca a buscarlo. Lo mismo que Vicente Luis Mora cuando, en 2010, proyectó escribir sobre la falsificación literaria desde la falsificación misma. Para ello redactó cada una de las líneas de la revista Quimera perteneciente al mes de septiembre; él solo llenó la edición de nombres de críticos falsos, de libros y de autores fantasma mezclados con autores reales cuya identidad suplantó. Ante estos ejemplos de juego literario, el caso de Carmen Mola sería uno más.
De cualquier manera, no vamos a centrarnos en eso —Internet atesora gran parte de la literatura que este fenómeno ha generado—, sino en el mundo de la coedición y sus características. Sí, porque, aunque parezca algo nuevo, la escritura en colaboración ha ofrecido grandes y prolíficos ejemplos: entre pensadores, Karl Marx y Friedrich Engels; dentro de la ciencia ficción, Larry Niven y Jerry Pornuelle; en narrativa histórica, Alejandro Dumas y Auguste Maquet… Vamos a ampliar algunos de los más curiosos:
¿Cómo se escribe a cuatro manos o más?
El oficio de escritor consiste en pasar horas y horas escribiendo, maquinando mundos de ficción y dando vida a personajes que los pueblen. En esa soledad, el autor es el único que toma decisiones sobre su obra y nadie le discute. Pero en el trabajo colaborativo, existe “el otro”, el compañero que a menudo discrepa en cuanto a algún asunto de la narración y corrige una frase, a nuestros ojos maravillosa. Esta situación puede crear momentos tensos, es una de las “pegas” que tiene escribir con otra persona; por el contrario, el compartir puede resultar hasta divertido. Veamos qué cosas cambian.
Lo primero, como ya hemos dicho, nuestro estado. De llanero solitario pasamos a conformar un dueto con un compañero de fatigas con el que vamos a dividirnos el trabajo. Cada decisión que se tome sobre cualquiera de los elementos de la obra hay que someterla a escrutinio, pero de todo se aprende y, en este caso, nos servirá para ser flexibles con las aportaciones ajenas.
En segundo lugar, nos volvemos más exigentes con nosotros mismos. Como alguien está esperando nuestra propuesta, nos forzamos a escribir, lo que conlleva regularidad y constancia, y esto a su vez nos motiva a no desfallecer.
Además, fijándonos en la forma de trabajar del otro, podemos aprender muchas cosas. Descubrir cómo los demás abordan la organización de los capítulos o crean los perfiles de los personajes nos enriquece, hasta el punto de servirnos como filtro para ver nuestros fallos o ser más original en los planteamientos.
A su vez, esa responsabilidad compartida resta presión; sin este lastre podemos potenciar nuestras virtudes. Pongamos por ejemplo la creación de personajes: es más fácil perfilar dos muy distintos si cada escritor aporta el carácter de uno mismo; nunca van a coincidir en la forma de hablar ni en la manera de “ver” las cosas desde su perspectiva.
En definitiva, el resultado final será algo enriquecido porque tendrá lo mejor de los dos y, aunque alguien descubra similitudes con el estilo de cada autor, la obra mostrará siempre lo distinto de ambos, por lo tanto la obra de alguien diferente.
Modos de trabajar
Bioy Casares y Borges se organizaban así: Escribíamos habitualmente por las noches. Conversábamos libremente sobre la idea que teníamos acerca de un tema hasta que se iba formando, casi sin proponérnoslo, un proyecto común. Luego me sentaba a escribir, antes a máquina, últimamente a mano, porque escribir a máquina ahora me da dolor de cintura. Si a uno se le ocurría la primera frase, la proponía y así con la segunda y la tercera, los dos hablando. Ocasionalmente Borges me decía: “No, no vayas por ahí”, o yo le decía: “Ya basta, son demasiadas bromas”.
Pero existen otros modos de afrontar la coedición. Veamos los más interesantes:
Todas estas tácticas de escritura a varias manos no representan más que parte del juego literario que ha sido siempre la literatura de ficción, y al margen de los motivos de los autores, la intención es la de embaucar al lector abriéndole la puerta de nuestro mundo-hogar inventado y hacerle entrar hasta la cocina. En el caso que nos ocupa, además, el juego mismo comienza en la realidad.
Y esto da un poco de miedo porque uno ya no sabe a qué atenerse. Si existen escritores-fantasma, perfectamente verosímil puede ser una editorial de tal guisa. Y uno comienza a temblar, y se acuerda del personaje borgiano de “Las ruinas circulares”, y duda sobre si su vida es suya o forma parte del sueño de alguien, y la nebulosa se va extendiendo como lava volcánica, y en nuestro fuero interno el mundo comienza a adoptar la forma de una figura concéntrica, y nosotros estamos en el centro de ella, y una Niebla como la del gran Unamuno nos cubre… ¡y nos entran unas ganas de salir corriendo…!
*Texto recibido vía correo -e.
Entre las cosas positivas que ha aportado la mundialización en los últimos tiempos es el hecho de llegar a un supermercado, o incluso a un mercado regional, y encontrar productos que normalmente no son del lugar donde vivimos. Uno de estos aportes y que todos apreciamos es poder comprar con facilidad especias y a precios relativamente accesibles. La vida sin especias sería la cosa más insípida del mundo. Las especias no solo nos ayudan a darle sabor y realce a la comida de a diario, sino que también nos pueden servir como elementos para mantenernos en buena salud. La especia que más se consume en estos momentos en el mundo, con un total de 350 mil toneladas anuales, es de lejos la pimienta. Es precisamente de la pimienta que les quiero hablar hoy.
Todos hemos escuchado la expresión: “Pagar en especies”, que no es nada más y nada menos que pagar en especias. Esta expresión se debe al hecho de que hasta no hace mucho tener una buena cantidad de pimienta -y no solo de pimienta, sino también de otras especias- era signo exterior de riqueza. Valía tanto como el oro. Robar un puñado de pimienta equivalía entonces a robar un banco en la actualidad. Tal era su valor que se aceptaba como medio de pago e incluso para pagar tributos e impuestos. Algunas dotes de jóvenes casamenteras se pagaban en especias.
La pimienta es originaria de la costa occidental de la India, hacia el sur, y todavía hoy en día la ciudad de Conchín es considerada la capital mundial de la pimienta y donde se llevan a cabo casi todas las transacciones. La pimienta es la única especia cotizada en bolsa.
Eran los árabes los que durante todo el medioevo mantuvieron el monopolio de la pimienta y por nada del mundo divulgaban cuáles eran sus fuentes de aprovisionamiento. De hecho, hacían circular el rumor de que los campos de pimienta eran guardados por enormes dragones alados que escupían fuego. Para poder cosechar la pimienta, era necesario espantar a estos dragones hasta que llegaran nuevamente a cuidar su precioso grano y quemaban vivo a cuanto ser humano se le pusiera por delante. Ante semejantes rumores ¿quién se hubiera atrevido a ir a buscar pimienta? De hecho, el color negro de los granos fomentaban estos cuentos alegando que eran quemados por los propios dragones. Los venecianos, potente república en aquella época, mantenían el monopolio de la compra a los árabes. También ellos se enriquecían enormemente revendiendo la pimienta al resto de Europa. Los portugueses, grandes navegantes, fueron los primeros que quisieron arrebatarles este muy lucrativo monopolio a los árabes y a los venecianos y lo lograron. El marino Vasco de Gama logró llegar a la India circunvalando el continente africano y navegando a través del Océano Índico. No olvidemos que esta también fue la principal razón por la que salió Cristóbal Colón el 3 de agosto de 1492 del puerto de Palos de Moger con el consiguiente descubrimiento de América. Su objetivo era llegar a Asia, el continente donde se encontraban los países de las especias.
Hoy la pimienta se cultiva en muchos lugares del mundo, siendo Vietnam su primer productor, seguido de otros países como Brasil, India, Sri Lanka, China… En los estantes de los supermercados vemos pimientas negras, blancas, grises, rojas y rosadas y todo esto puede llevarnos a confusión. Tanto más, que se ha dado por llamar pimienta a otras bayas bajo ese nombre genérico. Incluso se les llama pimienta a algunos chiles picantes. Así vemos la pimienta de Sechuán, la pimienta de Cayena, la pimienta de Tabasco… En realidad, ninguna de ellas son pimientas. En principio, deberíamos llamar pimienta solo a los frutos de racimo que da una planta conocida bajo el nombre de Piper Negrum. No es un árbol, es una planta trepadora. Sus flores salen en un racimo, son blancas y son polinizadas por la lluvia produciendo unos pequeños granos. El color de la pimienta está dado por el momento de madurez en el que se cosechan estas pequeñas frutas y el proceso que a ello sigue.
Ejemplo, la pimienta negra, que es la más utilizada y conocida por su sabor picante y perfumado, también es la más utilizada. Es un grano que llegó a madurez. Su preparación requiere un proceso más arduo que las pimientas de otros colores porque deben ser fermentadas y secadas.
También conocemos la pimienta verde, que es la fruta que se cosecha antes de su maduración conservándola en un sitio muy húmedo, después se secan estas frutas. Tienen un aroma afrutado y suave
La pimienta roja es la más rara, porque se cosecha cuando ya el fruto está en un alto nivel de madurez. No se debe confundir con la pimienta rosa, que ni siquiera es pimienta, sino otro tipo de baya.
La pimienta blanca se cosecha también muy madura. Originalmente es la pimienta negra, solo que después de su cosecha se limpia y se le quita su cáscara mediante un proceso de lavado. Esta pimienta blanca es la pimienta de sabor más sutil y, por último, está la pimienta gris, que no es más ni menos que la mezcla de la pimienta blanca y negra una vez que se molieron.
La sustancia causante del picor en la pimienta es la piperina, que se encuentra fundamentalmente en la cáscara. Se puede utilizar también por sus propiedades adelgazantes.
Se debe señalar que al comprar pimienta es preferible comprarla en grano y más adelante, en el momento de su utilización, molerla con un molinillo de buena calidad. No se debe conservar la pimienta más de un año a partir del momento de su compra y se puede determinar cuáles son los granos que ya no se deberían consumir por haber perdido buena parte de sus características sumergiéndolos en agua. Aquellos granos que flotan se deben desechar.
Antiguamente se utilizaba también la pimienta para maquillar el eventual mal sabor que tuviera una comida al comenzar su proceso de descomposición. Hasta no hace muchos años en Gran Bretaña era de mal gusto condimentar mucho una comida. El comensal podía imaginar que le servían un producto que ya no estaba en muy buen estado.
Gracias a esta mundialización en nuestros platos tenemos una comida llena de exóticos y agradables sabores.
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Apuntes del estudiante de Piero Ramos Rasmussen
Ruth Escamilla Monroy
¿Recuerdas el edificio, las lecturas, los descubrimientos, las clases abiertas a las opiniones y las cátedras dictatoriales, la escasez, los amores y despedidas, las escapadas, las crisis, las renuncias, las caras diversas del aprendizaje que se manifiestan en la universidad? Apuntes del estudiante de Piero Ramos Rasmussen (Ediciones el viaje, 2021) es un recorrido por esa etapa.
El poemario se organiza en cuatro apartados. La “Aclaración” anuncia la amenaza del derrumbe que el libro puede causar. Así, cumple su función de provocar a la lectura. A pesar de la desgracia, es gozoso atestiguar la caída porque, a fin de cuentas, ¿qué no se derrumba en la vida, en este “Edén marchito en una tragedia de tiempo”?
Le siguen los seis poemas de “Apuntes del estudiante” y van desde el dolor de una “lengua de plata raspando toda la esperanza” de las entrañas de una mujer y del “maldito miedo de existir en otro cuerpo” que experimenta su compañero luego de esa experiencia, hasta el encuentro con una “ondina de intercambio”. Es esta joven extranjera quien deposita en la existencia de la voz poética “cerezas, licores y caricias”, al tiempo que le llena la cabeza de personajes e imágenes de la literatura rusa que, paradójicamente, terminan por acercarlo a los cuentos de Borges.
Hay en esta segunda sección contrastes como el de los consejos que “crean madrigueras en nuestro entendimiento” y las “falsas promesas diseñadas que dos demonios procrean” en “La plantilla del influencer”. Los apuntes dejan memoria de las lecturas del estudiante, a través de dedicatorias, alusiones a versos o a episodios de obras líricas y narrativas.
“Baladas” reúne nueve poemas que cantan y cuentan historias como la de Andrea “antes perfumada de Venus, chocolateada entre marineros que van sin rumbo fijo” o la de una pareja de antiguos “cóndores templando al monte” que son ahora “dibujos de la memoria arrimados al horror de perderlos”. Es en este espacio lírico donde aparecen las noches “más oscuras, como el traje de los amigos muertos”, donde el silencio y la lejanía de un deceso en cuarentena se hacen insoportables. Son las baladas el lugar para el miedo, para las promesas no cumplidas, para los reclamos, para el llanto y para la añoranza expresada con verbos en pretérito imperfecto. Cierra la sección un poema a dos manos con Carla Velarde, quien también ilustra la obra desde la portada. En sus imágenes hay paisajes interiores, exteriores, nítidos, difuminados, cotidianos, fantásticos, de humanos, cuyo rostro casi siempre mantiene en el misterio, y también, de animales en actitud expectante.
“Agua para molinos” comienza con el graznido de aves inadaptadas y una marcha de pingüinos que culmina en asesinatos y extinción. Es la sección de las batallas, de las protestas, de la rebeldía, de “la sangre necesaria de todos y de otros” donde “la esperanza es la tragedia” y en la que Drácula es la última voz que resuena en el poemario. Su llamado a Lucy Westenra es una invitación al encuentro apasionado y al escape de la tierra “a favor de la oscuridad, con lobos y murciélagos”. Así, “los tristes ardores de estudiantes en una guerra sin olvido” que abrieron los apuntes con la desgarradura de una relación y una muerte, verán su plenitud en el mundo literario “trascendiendo las noches del tiempo en los lugares visitados por nadie”.
Apuntes del estudiante es el segundo libro que el poeta limeño publica en Guadalajara. El primero fue Transgresión (2004, Colección sin límite). Su obra más reciente forma parte de la Colección caníbal, ambos títulos bajo el sello de Ediciones El viaje.
Cabrera Infante detestaba hablar de los cementerios por una razón primordial, le creaban cierta dosis de desasosiego. En cambio, Thomas Bernhard se acercaba a ellos para saber cómo la realidad y el destino del hombre se podrían definir entre esas dos fechas fatales. Edgar Lee Master, además, a pesar de su díscolo papel de abogado, escribió uno de los libros más personales y hermosos, Antología de Spoonn River, donde los muertos en el cementerio, definidos en su nombre y huellas desde sus lápidas, recuerdan como en su pueblo, las intrincadas relaciones personales, así como los diversos amoríos, odios y desavenencias que allí experimentaron en vida son a la vez afectuosas contradictorias. Thomas Lynch escribió El enterrador, donde los depositarios de un oficio de pompas fúnebres revelan el trasegar de este oficio a veces oscuro. También en la música popular, en un caso más concreto, ha generado un bambuco, El enterrador, con letra del español, Francisco Garas, que pervive en las fiestas populares como un eco de pesar, subterfugio para el licor. También la salsa ha presentado, una canción, Las tumbas, de Ismael Rivera que es una loa contradictoria al amor hacia las personas cercanas y a la muerte que arrebata. Pero dejamos esas menciones, de todas maneras, lo hago para observar el diálogo de esta novela con sus antecesores.
Respecto al tema de la muerte y, a ese lugar específico, el cementerio, la historia y las historias que transcurren allí, casi siempre son anónimas o públicas según los homenajes y las visitas de sus deudos, y por qué no decirlo, representan el papel de lo sagrado, como el último sentir que sobrevive a un rápido cambio en la apreciación y las costumbres, así como la historia que pervive respecto a ese sitio de peregrinación constante donde habitan los despojos de las personas cercanas. Recuerdo y memoria, como un pesar e ilusoria ausencia, que le da un sentido precisamente en esa lejanía última y definitiva a esas presencias de ellos, los muertos amados, que se idealizan y se veneran, pero también afianza una experiencia que subyace más allá de lo perecedero a través de la significación de la fragilidad y duración de la vida que es algo que, a veces, omitimos y que se cristaliza en esa palabra marcada de tinte religioso, la eternidad, para adquirir ese sentido de constancia en el tiempo.
Todo lo anterior para ubicar una novela de John Saldarriaga, Juana la enterradora, (UNAULA, 2022). Aquí la historia, las historias, poseen un lugar fijado, el cementerio de Envigado, lugar con un nombre que es digno de un oxímoron, La Resurrección. Allí hay dos personajes muy determinados a través de los cuales trascurre el peso de la novela, Víctor Molina, el sepulturero, contumaz y dipsómano, terco y querible, y eso sí, alguien que le dedica el mayor tiempo y afecto para enterrar a los muertos, en un acto de lealtad, de tanto sentimiento y cordura, que termina por darle a ese personaje, siempre mirado de soslayo en la narrativa colombiana, como alguien que merece ser tenido en cuenta y valorarlo. De ahí que John Saldarriaga lo recobra en toda su presencia y dimensión personal no como un simple individuo que posee una tarea simple de ser el enterrador, sino que posee una vida que cifra y gravita alrededor de la hospitalidad con los muertos, ese otro límite. Esta labor es alterna para un personaje que está perfectamente al lado de los curas que ofician los ritos fúnebres y la despedida, pero es el sepulturero a quien le toca realizar lo que podríamos decir la parte sucia, de enterrarlos y a los años exhumarlos, teniendo en cuenta la actividad inabarcable de los familiares y deudos que no se conforman con una despedida sino con hacerlos perpetuar en el tiempo a través de los diversos oficios de difuntos.
En el cementerio transcurre a las sombras otras circunstancias, otras caminadas, otras despedidas, y así, Víctor Molina, ese gran personaje construido en esta historia, se queda con su presencia, con sus llaves cada que cierra el cementerio y deja como si también fuera el sabor de ser un carcelero, una suerte de Caronte con sus muertos, a merced del tiempo y de los necrofílicos que buscan su entraña, pero que él no lo permite como el caso de la chica, Simona, ya enterrada, luego exhumada y en un acto de depravación y circunstancia, amor constante más allá de la muerte, sea violada por aquel energúmeno que se llama Javier Solís, un homónimo del cantante de voz esplendorosa, el bolerista de postín. Pero a pesar del celo de Víctor, para mantener cuidado el cementerio, es posible que El Club de los Suicidas de Envigado conciban su orgia siempre perpetua y salten los muros encalados para someterse al escrutinio de los dados y beber ese brebaje de color pardo para morir, un coctel que se sospecha que es tan amargo como el Bitrex, líquido definitivo, letal y tierno. Además, en la novela se responde, en un acto de contrición, a esa pregunta que nunca había tenido respuesta, el robo de la cabeza de Fernando González y su destino ejemplar de escritor solitario y recabado por la alta perspicacia de las paredes de la lírica, del pensamiento de la oficialidad, política y religiosa, que le hicieron la vida imposible.
Pero al lado de su padre, discurre la vida de Juana Molina, con sus Diarios donde escribe y consulta su experiencia vital, pero sobre todo conocemos esa vida poderosa, trascendente, llena de amor no solo a su padre, sino a su oficio de tinieblas, mujer que llega a ser tan encantadora como don Víctor, pero su hija, Juana, que quiso ser monja, a lo mejor para estar en clausura, decide habitar también la labor de su padre y se entrega a ella en su doble significación. Inicialmente se cree que es una mujer que ha asesinado y enterrado a sus cinco maridos, pero no, ellos han sido visitados en sus momentos por la muerte, y han muerto de muerte natural, y si ella se ha casado tantas veces se convierte esta circunstancia en un gesto magnifico de amor hacia esos hombres que la buscaron. Ninguno de ellos sufrió un mal por parte de ella, sino que ella se erige en ese personaje femenino que habita en su dignidad y conciencia, y, además en su honestidad de dar todo de sí para mitigar el dolor de las personas que aún quedan en lo que algunos llaman este Valle de lágrimas. Pero Juana va más allá de su papel de hija común y corriente, su vida siempre estará ligada a Víctor Molina, y, además, a ese lugar con nombre matizado de inmortalidad, esa cantina antes de la llegada a la morada definitiva, La Última Lágrima, bar de las despedidas y de los adioses donde los deudos deben apurar algunos tragos dobles para abreviar la pesadumbre de la muerte. De tal manera, La Última Lágrima, es la sala de estar, antes de existir las frías salas de velación, con la diferencia que en La Última Lágrima se puede llorar y beber y vivir los recuerdos, y hasta ser afectuosos con la despedida del muerto aún con el ataúd cerca. La Última Lágrima es uno de los emprendimientos de una mujer valiosa, de carne y hueso, Juana sabía cómo la vida que se vive a contrapelo y sin subterfugios, con franqueza y esa bondad única en ella.
Este libro nos inquieta, al narrar la vida de un cementerio con sus vicisitudes, eso sí, sin loas ni lágrimas que vindiquen esa fuerza destructora que es la muerte con su reconvenciones y sus remordimientos; por ese motivo está unido desde otra óptica a ese sentir que es la magnificencia y celebración de la vida, visible en los testigos que quedan y, sobre todo, en ese par de personas, Víctor y su hija Juana, que traspiran y vuelven el concepto de lo eterno plausible y presente, ya que en la rutina de su oficio lo viven sin tremendismo y sin dolor sino con firmeza, ya que Saldarriaga recobra a través de las vicisitudes y por medio de las vivencias y escarceos el pulso de su escritura que mantiene y recrea, y expresa la causalidad del mundo a través de un hombre y una mujer que ejercen su oficio como lo más natural, sin que habiten un mito sino que vivan un oficio y que John Saldarriaga nos devela desde otra perspectiva, la de la creación y firmeza de dos grandes personajes, no redondos como dirían algunos espeluznantes comentadores de libros sino que son dos personajes valiosos, maduros, de un carácter sin lástima, macerados por la experiencia y en apariencia arrinconados por la existencia tan insustancial a veces, pero que ellos viven de una manera total. Por esa razón no se cansa el lector de celebrar en términos deslumbrantes este libro y aunque este libro desde su escritura y de sus huellas, deje de mostrar el parque, los bares, las ceibas o la fachada de la iglesia principal del municipio, llega a lo profundo al denotar la existencia de los suburbios en sus remates últimos, y a La Resurrección como puerto de llegada, en un acto de amor total hacia Envigado y hacia ese oficio que subyace, nunca cantado sino recobrado por John, el del sepulturero.
De una manera peculiar en, Juana la enterradora, se representa y se criba desde todas las posibilidades una serie de personas como los esposos de Juana, los miembros del Club de los suicidas que, en Envigado, a lo mejor pertenecen a esas pequeñas cofradías de leyendas citadinas, y antes de que se extravíen en la memoria, son recobradas desde la incertidumbre de su relegamiento, para ser expresadas desde una óptica nunca abordada. John Saldarriaga los concibe y fundamenta en su significación, que es aún más fuerte debido al valor y a la multiplicidad de la vida que cada uno de ellos destila sin protagonismo alguno, si no que estos personajes habitan lo cotidiano donde nadie les presta atención. No es el mundo que han vivido y padecido de alguna manera el que dará testimonio de su presencia: será el escritor quien les da nombradía. De ahí que este libro sea una lección que recupera, lejos de las narrativas locales, aquellas del testimonio de aficionados, esta serie de personajes y circunstancias para que persistan en un solo lugar, el cementerio, para que así, ellos se salven del olvido.
A través de Víctor y Juana, su autor, advierte que en apariencia en este lugar el paso de la vida está desterrado, y se redefine como un universo que ha sido raptado y, aún más, apartado del casco municipal, con lo que se logra apartar la muerte a los suburbios como una manera de negarla, y este lugar así, se torna en un oasis de lo solitario, de lo fallido. Pero algo es cierto, la muerte pervive allí, pero también es aún más cierto que allí la fiesta y la celebración de la vida, prosigue aunada a los sentimientos y a las formalidades de ser a través de las cuales vivimos y se redefine en el esclarecimiento de esas personas, ya personajes, de Envigado. Además, sucede que lo que durante un tiempo era un sepulturero relegado, se convierte en Caronte, y en Juana, quien quiso ser una monja, que retorna a otra exclusión, a partir de convertirse en enterradora. Así como los suicidas que llevan una vida de jolgorio, retornan de la mano de Calle, en una suerte de sacrificio existencialista ya que deben irse. Dice Pablo Calle: “¡Por los espíritus libres! A los que nadie espera en ningún lugar”. Lo que era una persona de vida plena y contradictoria se vuelve aquí nadie en la nada, un nombre inscrito en una lápida, solo una imagen, acaso una fotografía, un rostro que el tiempo desdora, y así, esa persona se desvanece, incluso, ante sus deudos, cuando no regresan, cuando su presencia se disipa.
Pero lo que no se desvanece ni se disipa es esta novela, Juana la enterradora, que con cada lectura nos estremece y en la cual sucumbimos, porque estos personajes sacuden por la risa que nos dan en sus contradicciones, en esa efervescencia de cada día con sus actos y justezas, con sus traiciones y bonazas ocasionales, mientras la muerte se pasea por las calles y réquiems, por los osarios y al aire de cada día. Y, desde La Última Lágrima, este lugar, el cementerio, La Resurrección de Envigado, se establece como una presencia que ya por fin ha sido narrada. Y donde la inmortalidad ha sido redefinida por John Saldarriaga al contar esas historias que se desprenden en su escritura.
*Texto recibido vía correo -e.
Cuando escuchamos hablar de Suiza, lo primero que nos viene a la mente son relojes de primera categoría, bancos, excelentes quesos, chocolate y neutralidad. Este país se ha caracterizado en todas las últimas contiendas por ser un país neutro. Esta es una de las razones por la que los grandes capitales del mundo vienen a refugiarse en los bancos suizos. Otras cosas en la que pensamos al hablar de este país son su estabilidad política, su alto nivel de desarrollo y la libertad. Pero la libertad se la tuvieron que ganar los suizos con mucho esfuerzo y ello desde hace ya mucho tiempo.
Debemos remitirnos al comienzo de los años 1200 y a la famosa dinastía de los Habsburgo, de la que uno de sus miembros desempeñaban el papel temporal de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. El título de emperador del Sacro Imperio Germano-Romano no era hereditario, sino que a la muerte de un emperador se elegía uno nuevo. Algunos territorios se fueron uniendo a esta entidad territorial imperial por alianzas matrimoniales, otros por decisión propia del país y otros territorios o países fueron anexados a la fuerza.
Resulta que el emperador de este Sacro Imperio Romano Germánico (el primer Reich) quería unir sus territorios del norte con los del sur. Lamentablemente en el camino estaban los llamados cuatro cantones que circundan el lago que lleva precisamente el mismo nombre: Lago de los Cuatro Cantones. Cantón es una entidad administrativa, digamos que es como un municipio. Otros países también tienen sus divisiones territoriales en cantones como es el caso de El Salvador. Pues bien, las tropas del emperador invadieron estos cantones que mostraron una feroz resistencia ante el agresor. Al instalarse las tropas invasoras en los pueblos y ciudades, nombraron a alguaciles cuya misión era mantener el orden imperial. Altdorf era uno de estos pequeños poblados y el lugar donde vivía un leñador muy hábil en el uso de la ballesta y en el manejo de las barcas que cruzaban el lago. Su nombre era Guillermo Tell. Guillermo Tell ya se había enfrentado a las tropas imperiales, lo que lo había obligado a irse a vivir con su familia escondido en las montañas. Iba al pueblo solamente cuando la necesidad de alimentos se lo imponía. Así estaban las cosas cuando una vez bajó Guillermo Tell a Altdorf acompañado de su hijo Walter.
Grande fue su sorpresa cuando vio que, en la plaza del pueblo, sobre un gran mástil, habían colocado un sombrero. Era el sombrero del alguacil de este poblado llamado Hermann Gessler. Este alguacil, particularmente cruel con cualquiera que quisiera sublevarse contra la dominación imperial y con el fin de humillar a los habitantes, los obligaba a hacer la reverencia delante de su sombrero cada vez que pasaban frente a él. Por desconocimiento o por desobediencia, nuestro Guillermo Tell decidió no saludar el sombrero y de inmediato fue arrestado por los soldados. Pronto Gessler reconoció a Guillermo Tell por sus protestas pasadas. Le recordó que su acto de desobediencia lo condenaba a la muerte pero que le salvaría la vida si demostraba que, con un tiro certero de su ballesta, podía cortar en dos una manzana colocada sobre la cabeza de su hijo y ello a 100 pasos de distancia. A pesar de ser tan buen ballestero y tener tan buena puntería, Guillermo prefería con mucho morir antes de poner en peligro la vida de su hijo. Sin embargo, Walter, su hijo, tanto insistió confiado en la habilidad de su padre, que Guillermo aceptó la proposición.
Todos en el pueblo esperaban ver cómo se desarrollaban los acontecimientos y, como había previsto Walter, de un solo flechazo y a 100 pasos de distancia, Guillermo cortó la roja manzana que estaba en equilibrio sobre la cabeza de su hijo. Furioso de rabia, Gessler le preguntó a Guillermo Tell para qué servía la segunda flecha que tenía a sus espaldas, a lo que Guillermo respondió que estaba destinada a su corazón en el caso en que no acertara y matara a su hijo. Como ya Gessler había prometido no quitarle la vida, lo condenó a cadena perpetua en un castillo del otro lado del lago. Allá se dirigieron y cuando estaban a la mitad del lago se desencadenaron los elementos provocando una violenta tempestad. Gessler y los otros ocupantes de la barca sabían que el único que podía llevarlos hasta la orilla sanos y salvos era el propio Guillermo. Lo desataron y le dieron las riendas de la barca. Una vez en la orilla, rápidamente saltó Guillermo Tell a tierra firme y, con un fuerte impulso, empujó nuevamente la barca hacia el agua. Una vez amainada la tempestad, los ocupantes ganaron la orilla y se dirigieron al castillo. En el camino los esperaba escondido Guillermo Tell. Fue el momento en que cumplió su promesa; con la flecha que le quedaba atravesó en dos el corazón del odiado alguacil.
Esta es una historia muy bonita, pero nada demuestra la existencia histórica de este personaje. De hecho, la historia de la ballesta y la manzana ya la podemos encontrar en tradiciones anteriores danesas e islandesas. Lo cierto es que Guillermo Tell ha quedado en el corazón de los suizos como un héroe que luchó por la liberación de los primeros cantones que formaron esta nación. La resistencia de los suizos fue tan grande que las tropas del emperador del Sacro Imperio tuvieron que retirarse. Estos primeros cantones fundadores fueron el origen de la nación Suiza tal y como la conocemos hoy, que cuenta con un total de 26 cantones.
En Suiza existen cuatro idiomas oficiales: el francés, el alemán, el italiano y el romanche. El romanche es una antigua lengua romance hablada por pocos habitantes de este país, pero dentro de un marco democrático, hace que también sea un idioma oficial al lado de los otros que son mayoritariamente hablados. La fiesta nacional de Suiza se celebra cada primero de agosto porque fue en el mes de agosto del año 1291 que se firmó un acuerdo llamado Pacto Federal mediante el cual los tres primeros cantonés: Uri, Schwyz y Nidwalden firmaron un acuerdo de colaboración mutua y de defensa ante agresiones externas. Poco a poco otros territorios fueron uniéndose a lo que en aquella época se llamaba Confederación Helvética, que aún sigue siendo el nombre oficial de este país.
Esta historia o leyenda de Guillermo Tell ha servido en múltiples ocasiones a artistas, escritores y músicos como tema de inspiración. Importante es la ópera escrita por el gran compositor italiano Giacomo Rossini en una ópera homónima. Les invito a buscar su obertura en YouTube. Reconocerán esta famosa obra, muy utilizada en programas de televisión y en publicidades comerciales. Rossini supo magistralmente narrar la cabalgata de Guillermo Tell sobre su corcel mientras luchaba contra el invasor y la tempestad que azotó el lago, así como su posterior calma. Disfrútenla.
También en YouTube pueden encontrar mi canal de arte e historia “Franck Fernández Historia” con otras historias como estas con música, películas y fotos.
No valieron los reclamos, las denuncias, la llamada a la necesidad de conservar la casa de Lola Vélez desde esferas tan disímiles como los diarios, El Tiempo y El Colombiano, así como las preguntas de algunas personas sorprendidas y molestas por las redes sociales. Tampoco valieron los textos de Reinaldo Spitaletta para que Bello no dejara de lado su riqueza cultural, pero sí se impuso la falsedad, el ludibrio, las mentiras, las trapisondas de los políticos de bajo calado cultural con su pobreza de argumentos, su inusitada manera de alargar una decisión sabia para conservar esta casa, mientras se derrumbada, mientras cada noche la destruían los menesterosos, mientras ahora la piqueta en pleno 20 de diciembre le ha dado la estocada definitiva, lo que refleja la falta de amor y de cuidado con una ciudad que está en manos de esa cáfila de mentirosos e ineptos y sin Ilustración sobre lo que es la conservación del patrimonio municipal. Y es que Bello, si leemos el texto de Miguel Zapata Restrepo, El Virgomaestre, está en manos de una sucesiva pandilla de mediocres que hace muchísimos años la manejan y destruyen a su imagen y semejanza. Nunca ha existido en los últimos años un líder político en Bello que se pueda mencionar sin dudar de su calidad moral y ética, así como la compensación de su labor con los pagos que sacan de las administraciones cada cuatro años. Aún permanece como reflejo esa época de imbéciles de una ciudad convertida en botín familiar, el Suarato le decían, y de la que aún quedan vestigios, y lo peor, el desinterés en la ciudad misma.
Desde hace muchísimos años se hablaba de la necesidad de darle presencia a la obra y vida de Lola Vélez, su familia, los herederos se quejaban de lo costoso de su mantenimiento y fue vendida su casa a un particular, mientras las sucesivas administraciones alargaban los motivos, para desinteresarse en comprarla o al menos realizar las gestiones para declararla patrimonio del municipio. Sus herederos nunca amaron la obra de Lola Vélez, es cierto, y menos los particulares y muchísimos menos las sucesivas administraciones municipales y parroquiales. No, en el municipio no saben qué es patrimonio, y mientras la casa se deterioraba, y mientras en el Concejo municipal en reuniones ladinas no sabían qué hacer con los teatros de cine aún en pie. Así comenzaba Bello a no tener políticas claras sobre cómo afrontar el declive industrial, y así dejar que la infraestructura fabril desde la destrucción del Club Cantaclaro, Pantex y Fabricato fueran convertidas en la fantasía de sus dirigentes en concebir los centros comerciales como sinónimo de progreso.
Los políticos, sin Ilustración, y con diplomados, doctorados y especializaciones como los de estas administraciones, desde su jerarquía alta hasta los obedientes de bajo cuño, han perdido valores que creíamos seculares y de respeto con su oficio y se han adentrado en esa órbita del menosprecio y de la inversión de valores en pos del espejismo de lo nuevo, como destreza y presagio a lo que ellos llaman el futuro, que es la palabra fetiche de muchos de ellos.
Hay dos municipios que llevan casi el mismo destino Envigado y Bello. Ambos se encuentran en los extremos del valle, ambos poseen dos artistas, uno que aún se lee Fernando González en Envigado y la pintora Débora Arango cuya casa se respeta. Bello tiene un escritor nunca emblemático sino para los políticos que no fue cura por su origen, y que ultramontano, poco se lee, Marco Fidel Suárez, del cual se preserva su choza gracias a Fabricato. Cerca estaba la casa de Lola Vélez, pero es inútil pedirle cordura a las inteligencias de WhatsApp en Bello, la ciudad dormitorio, y sin identidad desde hace muchos años.
De Bello dijo algún estólido, que es ciudad de artistas; nunca los han valorado. Allí solo los políticos veneran a un político de baja estofa, a Marco Fidel Suárez y a su madre Rosalía. Este, tiene su nombre en un hospital, en una biblioteca, en un colegio, en una institución universitaria, y como si fuera poco este éxtasis, alguna vez se propuso cambiar el nombre de Bello por el de Ciudad Suárez. Allí nunca se han dado cuenta del valor del cineasta Enoc Roldán, de Conrado Cortés, del periodista y ensayista Delimiro Moreno, de Reinaldo Spitaletta, de Luis Fernando Cuartas, de Óscar Castro, de Elkin Restrepo, de Jandey Marcel Solviyerte, de una gran poeta como es Teresa Sevillano, del pintor Fabian Rendón que le abrió los ojos a los grabadores del país para que salieran de su “terruño” mental, de la exquisita y talentosa Flor María Bouhot, la más grande pintora del país, de Eddier Tálaga con su búsqueda de paisajes citadinos, menos de sus músicos y de sus grupos de teatro.
En estos tiempos de retórica política y de cinismo, detrás de quienes exhiben esos rostros, solo queda hacer un reclamo que de nada servirá desde la parte civil. Malos tiempos para el patrimonio, y más aún para la pintura; tampoco hace falta pedir que no secreten odio a quien no posee sensibilidad y menos a quien no ama a su municipio y desdeña su cultura. Este municipio, Bello, acumula muchas historias que no se cuentan, se atiborra de desaguisados que se esconden y que hacen reseña a una innegable y atávica inclinación a la falta de entereza y a la servidumbre por lo llamado moderno en pos de la destrucción de la riqueza cultural. En Bello, a sus administradores, nunca les ha interesado el municipio sino para tramitar su vientre y su vanidad. Si a alguno de los políticos se les preguntara por la calidad de la pintura de Lola Vélez y quién fue ella, sé que callarán, no saben su aporte. Eso sí al preguntar por las alianzas estratégicas entre comillas, expondrán las normas del caso. Incluso seguirán, eso sí, dejando que Bello se derrumbe sin darse cuenta como poco a poco pierde su acento de municipio independiente y se convierte en un barrio de Medellín, sin historia. De estos políticos que han arruinado a Bello desde hace décadas nada se puede esperar. Escribo con rabia y con espuma como diría Vallejo, pero el otro, el poeta. No hay derecho a que el ámbito vital de una pintora haya sido destruido, se haya dejado destruir. Desde hace tiempos se hayan callado esos personajillos de opereta que se burlan de todo y prometen de todo, hasta dejar que la casa en ruinas sea demolida, y menos, que la heredera de Lola Vélez no tuviera las agallas para apersonarse del legado de su tía y menos a los taimados especuladores de vivienda, junto a los constructores de torres que circundan a Bello y de la cual algún día se investigará cómo una ciudad con su sello personal se convierta en una ciudad de nadie, en un barrio anodino de Medellín.
No sé si en Bello exista Secretaría de cultura o entidades serias, no de paseos de olla, cooptadas por los díscolos y mediocres funcionarios de la administración que se preocupen por el valor cultural, ya que esta casa fue convertida en lo inusitado: un parqueadero, como expresión de la idiotez y torpeza de quienes la manejan.
*Texto recibido vía correo e-.
Antonio Vera*
María dejó que los pájaros cruzaran su ventana. La abrió de par en par y entraron despavoridos en forma de ventarrón y haciendo ruido. Ruido fuerte. Aguacero de hojarasca.
Corrió al centro de su cama para sentarse. Acomodó sus cabellos alborotados por la agitación de los animales mientras escuchaba un duro zumbido cuajándose a unos centímetros de su cabeza. Levantó la cara hacia el techo y un disco de pájaros policromados giraba con velocidad. Se acostó para observarlos de manera más cómoda. El círculo emplumado que flotaba sobre sus ojos tenía la orilla blanca, por la fuerza centrífuga, y encendía gradualmente su color hacia el centro. María gozó del espectáculo y pensó también en la forma más idónea para contar, en un futuro, lo que pasaba dentro de su cuarto, aunque estaba más interesada en disfrutarlo.
De vez en cuando uno que otro pájaro salía disparado del hermoso círculo por la inercia con que giraban homogéneamente. Al caer, era notable la ausencia de un canto; se apagaban. Así, el sórdido canto de aquella pajarería disminuía su volumen y circunferencia. Caían. Pasaban como asteroides frente a su cara, rebotaban en la pared, se estrellaban en la cama.
María que miraba, sentía tristeza al ver el círculo flotante más y más pequeño a cada segundo que pasaba. Se volvía más lento. Ya habían caído los colores blancos y el centro, por su lentitud, se iba encendiendo. Cada canto derrumbado daba paso al silencio. Los pájaros caídos quedaban palpitando y daban leves respingos en señal de estar sucumbiendo. Ya habían salpicado sus colores y regado sus plumas por toda la pieza.
Cayó por fin el último, que segundos antes era todavía el centro del extinto círculo. Su color estaba intacto, siempre fue lento. Rojo completo. El pájaro rebotó sobre las rodillas de María. El impacto le hizo pensar en la velocidad de los demás. “Si éste, el más lento, pareció arrojado por la fuerza del aspa de un ventilador… con razón los de la orilla eran blancos.” Lo tomó. Punzaba entre sus manos. Lo acarició y sintió la tibieza que brotaba desde el interior del diminuto cuerpo. Y le hizo llorar con suaves pucheros que encendieron más el rosa de sus mejillas. Con la otra mano cogió un azul y lloró más fuerte; luego, deshecha y malherida por la torpeza de haberles permitido entrar, agarró con su mano temblorosa un tercer animal, y sus lágrimas empezaron a hacer escurridizas las imágenes en sus ojos. Secó su llanto y miró nuevamente con adecuada claridad. Era un pájaro blanco, frío y tieso en la palma extendida de su mano. Ella reventó en llanto. Fuerte. Se puso a manotear de ira con los tres animales alineados sobre los troncos de sus redondas piernas. Quienes oyeron el estridente alarido, quedaron inmediatamente sumergidos en la inmovilidad de la sordera, taladrándose elnido de silencio que se había instalado en sus oídos. El mundo se detuvo con sólo un grito.
Afuera, el viento era el único existente. Adentro, María miraba el juego silencioso de las ramas de los árboles. Todo alrededor y aún más allá, pasaba con una suerte de no estar sucediendo. El mundo apagado giraba en silencio. Entonces y sólo entonces, en silencio, María era consciente de lo que podía hacer.
La quietud regresó la suavidad a sus manos y le entregó una fuerza blanda a todos sus movimientos. Capacitada con una rara y sutil agilidad, lentamente abandonó la cama. Dejó caer su delgada huella. Dio un paso y la humedad se dibujó en el suelo. Otro paso y se quitó la falda, otro y la blusa. Miró sus pechos reflejados en el vidrio de las hojas abiertas de la ventana. Desnuda caminó sorteando el piso para no herir la tranquila muerte de los pájaros. Desnuda quedó frente a la ventana y frente a él. Quedó cara a cara con el hombre forjado por el silencio. Hecho de silencio. El viento movió los cabellos de María y esparció su olor. El aroma arrancó unas palabras al hombre y ella leyó perfectamente sus labios y los besó agradeciendo. Dos manos, en respuesta, rodearon sus caderas, y ambos cayeron al huracán de plumas, se perdieron en un combate lento de saliva, de besos.
La obscuridad cerró las ventanas y María sólo pensó en los árboles de la profunda noche cuando escuchó el siseo de las hojas. Este ruido le hizo sentarse; hasta entonces supo que estaban en la cama. Aguzó el oído y escuchó las manecillas de su reloj trepado en la pared; después de éste, oyó el lejano campanario de la iglesia. Después, sólo después, escuchó las voces claras que llegaban desde la sala en la planta baja. El ruido había retornado. Todo se oía. Asustada levantó inmediatamente la sábana para buscar a su hombre. El ruido lo tenía pálido, casi transparente, moribundo, a punto de disolverse.
—¡María! –gritaron desde abajo. Y el hombre se puso a temblar, a punto de la convulsión.
—¡María! –nuevamente.
—¡María!
Y se oyó el grito más cercano que disolvió totalmente al hombre.
María se dejó caer sobre la cama y abrazó el vacío blanco de la sábana. La claridad comenzó a llenar otra vez la realidad del cuarto. Después vio todo limpio. Blancas las paredes, el piso con su mismo color naranja y la cama clara por el halógeno de la lámpara.
Resignada, María volvió a sentarse. Parpadeó. Abrió y cerró varias veces sus ojos hasta que pudo regular la nítida y dolorosa claridad de la realidad.
—¡Voy! –contestó, molesta y amodorrada.
Antonio Vera*
Hoy les quiero narrar la historia de un episodio que tuvo lugar en los Estados Unidos una noche de Halloween, la noche del domingo 30 de octubre del año 1938. Pero, para que lo podamos entender, debemos primero hablar del contexto histórico de ese momento, pues este contexto ayudó en mucho en el desarrollo de los acontecimientos. Hacía poco había terminado la guerra civil española, que muchos aseguran fue un ensayo de la guerra mundial que estallaría pocos años más tarde. Inglaterra había claudicado ante Hitler en un vergonzoso acuerdo en la ciudad de Munich mediante el cual le entregaba de facto toda Checoslovaquia para su adhesión a la Alemania nazi. El mundo también tenía miedo al eventual avance del comunismo y a las simpatías que este régimen podía generar entre los ciudadanos. Estados Unidos con mucha dificultad salía del horrible golpe de la gran depresión económica de 1929. Pues bien, una vez explicado el contexto histórico pasemos a los hechos. Debemos entender que fue precisamente ese texto histórico lo que le dio relevancia a lo que ocurrió esa noche de Halloween de 1938.
La radio ya era un objeto fuertemente apreciado en los hogares, y no solo de los norteamericanos, sino también de toda la clase media del mundo, con el consiguiente deterioro de las ventas de los periódicos que, hasta ese momento, era el principal medio de comunicación de las noticias. A diferencia del periódico, los radioescuchas tenían la facilidad de la inmediatez con la que se producían los acontecimientos, también transmitían emisiones de variedades, conciertos de música clásica y popular en directo desde un teatro o desde el salón de algún famoso hotel y también transmitían los eventos deportivos. Todo eso llevó a la preferencia del público por la radio sobre la prensa escrita.
Este domingo, desde la ciudad de Nueva York, la estación de radio CBS debía transmitir la dramatización de una novela. Estaba a cargo de un joven de 23 años llamado Orson Welles, ya conocido como director de teatro en la Gran Manzana. Era el director del grupo de teatro The Mercury Theatre on the Air y tenía la misión de llevar a los radioescuchas cada domingo la adaptación de una conocida obra de la literatura universal. Incluso en la prensa, que en aquella época informaba los horarios de los programas radiales como aún lo hace hoy con los programas de televisión, se informó que a las 9 de la noche por la CBS se transmitiría la obra La Guerra de los Mundos, obra de Herbert George Wells, casualmente del mismo apellido del personaje principal de la crónica de hoy. H. G. Wells, como es más conocido, fue un escritor inglés de finales del siglo XIX al que le debemos obras tan conocidas como La Máquina del Tiempo, El Hombre Invisible, La Guerra de los Mundos, La Isla del Doctor Moreau y La Guerra en el Aire, todas obras de ciencia ficción premonitorias de un posible futuro.
Pues bien, nuestro Orson Welles tenía competencia esa noche en el espectro radial. En otra emisora también muy importante de la época se transmitía un programa de variedades con un ventrílocuo muy conocido y muchas personas prefirieron seguir su programa y no el de Wells. De hecho, ni sabían lo que se transmitía por la CBS. Quiero señalarles que, al comienzo del programa, Welles específico que se trataba de la escenificación de una obra de teatro. Esta información se repitió más adelante. Pero, en momentos de publicidad y de espacios musicales, los oyentes del ventrílocuo pasaron al dial a la CBS, donde se estaba transmitiendo la programación de Wells. Repito, no habían escuchado las dos advertencias de que se trataba de una escenificación.
Lo inusual del hecho es que Wells decidió interpretar la adaptación de la novela como si se desarrollara no en la Inglaterra victoriana de la obra original del escritor, sino en esos momentos y en los campos de Nueva Jersey, como si se tratara de noticias. Todavía estaba fresca en la memoria de todos el accidente del Zeppelin alemán Heidelberg y todos recordaban con la emoción y el llanto que el periodista narraba los acontecimientos en directo por la radio.
Todo comenzó como a las 7:20 de la noche transmitiendo lo que aparentemente era una entrevista desde un observatorio en la que un científico informaba que desde la superficie de Marte se observaban grandes explosiones de gas. Incluso el pseudo científico llegó a afirmar que se trataba de hidrógeno. También dijo que rayos azules viajaba a una velocidad vertiginosa hacia la Tierra, tranquilizando al mismo tiempo a los radioescuchas por el hecho de que Marte estaba a más de cuatro millones de millas de distancia y que no había ningún tipo de peligro para los habitantes de nuestro planeta. A las 9:00 empezó la transmisión en sí como si fuera desde un pequeño pueblo de Nueva Jersey, Grover’s Mill. En la transmisión se entrevistaba a un granjero en cuyas tierras había caído un inmenso bólido. Pronto descartaron que se trataba de un meteorito por la forma del objeto. Los acontecimientos fueron avanzando en la medida en que desde el objeto salían marcianos que con rayos que quemaban a cuantas personas u objeto tuvieran delante. Narraban cómo los invasores se dirigían hacia Nueva York emitiendo no solo los rayos destructores sino también gases negros que hacían que las personas se ahogaran. Todo esto con la intensidad de una descripción como si fueran hechos reales. Con claridad pudieron escuchar los radioescuchas las últimas palabras de uno de los periodistas ahogado por los gases negros. Al final de la emisión, por tercera vez, se precisó que era la adaptación de la obra del conocido escritor inglés.
A la mañana siguiente, los periódicos sacaron todo su rencor hacia la radio, anunciando que tan irresponsable transmisión había causado el suicidio y el espanto de miles o incluso de millones de norteamericanos. Ahí comenzó el escándalo. Hubo incluso personas que llevaron ante los tribunales a la CBS y a Wells pidiéndoles enormes cantidades de dinero por el susto que habían tenido. Hasta ahí la primera fake new.
Pero aquí viene la segunda fake new. Después se descubrió que realmente no muchas personas habían escuchado el programa. Entonces la CBS no era una estación nacional y las radioemisoras amigas no se habían conectado a las ondas de la estación de New York para su retransmisión. Todo había sido deliberadamente exagerado por la prensa escrita en detrimento de la radio. Evidentemente, todo esto sirvió de publicidad a la CBS. Claro está, Orson Wells ofreció disculpas en su nombre, en el nombre de su troupe de teatro y en el de la CBS.
Este joven de 23 años, conocido solo por los amantes del teatro de Nueva York, tuvo una inmensa publicidad internacional y recibió una muy jugosa proposición de la empresa RKO de Hollywood proponiéndole la realización de una película por año en la que él mismo sería el intérprete principal. Este fue el comienzo de la carrera cinematográfica de Orson Wells que nos legó después de estos eventos películas de la importancia de El Ciudadano Kane y muchas otras más. La vida, tanto personal como profesional de Wells, tuvo muchos altos y bajos. Fue amante de muchas de las más hermosas mujeres de Hollywood del momento y falleció en 1985.
Así que ya lo sabe. En estos momentos en que, gracias a las tecnologías modernas, cada cual puede dar cualquier información, le recomiendo bien informarse del origen de cualquier fake new antes de entrar en pánico.
Cesar Antonio Navarro*
El silencio en el jardín del patio trasero, los olvidos en los amaneceres de tantos días, la soledad como única acompañante. Abres los ojos a la vida, en una hora en que el sol parece olvidado, los rayos que llegan son tan débiles. Es invierno. Al despertar, acudir al baño es lo primero que haces, la rutina agobiante. Después del protocolo te viertes en el jardín trasero, cortas un poco de zacate y se lo das al conejo que guardas en una jaulita en tu habitación. Desde hace seis meses, el tiempo que ha vivido contigo, lo alimentas de la misma manera. Le tienes un cariño sincero; es un buen tipo, dices todas las mañanas, un gran conejo.
Satisfecho quedas al término de sus alimentos, ese zacate que cortas todas las mañanas, que sirve de comida deliciosa para el animal que reside en tu habitación; y es increíble, porque la habitación está padeciendo de olores raros estos últimos días, pero a ti no te interesa ya que el amor y esas cosas que tiene la vida y el conejo. Si vieras, es un gran amigo. Desde que lo tienes la soledad te ha abandonado dando paso a la felicidad. Todo mundo debería comprarse un conejo, dices mientras te preparas el desayuno y colocas la jaula, con él dentro, en el suelo de la cocina. Seis meses no es mucho, piensas, mientras el huevo es golpeado levemente sobre la mesa y queda abierto, roto el cascarón, listo para ser vaciado. La yema que escapa, que cae en la cazuela cobijada por una estufa caliente; el fuego lento, se consume la odiosa rutina del desayuno. El huevo en el plato, el jamón en su punto, la taza de café, el conejo como único testigo de un desayuno que más bien parece almuerzo por la hora en que se consume.
Desde hace diez años vives solo. La muerte de tu esposa te afectó en forma grave los primeros seis años, pero después fue formando parte de una vida que transcurría. Las lágrimas no podían continuar y un día te hartaste de tanto sollozo; decidiste empezar una nueva vida acompañado de la soledad. Y ahora un conejo blanco que come zacate cortado por tus manos y que sueñas todas las madrugadas te acompaña, lo besas, acaricias; un amor animal. Te has alejado casi por completo de tu familia después del accidente que dio muerte a tu señora esposa. Resides en la misma casa, sin hijos. La idea de traer vida a este mundo ya estaba en sus planes pero el destino en ocasiones es cruel. Por eso la soledad y el conejo y el desayuno a las dos de la tarde, la televisión prendida en cualquier canal; vete silencio, vete. Desayunas en pijama. Pruebas un bocado, le lanzas una mirada al conejo y le sonríes; como si te entendiera, como si supiera que esa sonrisa se traduce en amor; en un extraño cariño nacido a partir de una soledad plena. Nunca has pensado en el suicidio, ni lo pensaste cuando los primeros años de la muerte de tu mujer, y eso que todas las noches te reprochabas no haber acudido con ella a la reunión de trabajo que tenía lugar a altas horas de la mañana; preferiste quedarte dormido y eso era tan cosa tuya, tanta flojera acumulada en tu piel. Terminas de comer, acaricias levemente la pelambre del conejo dentro de la jaula. Te gustaría volverlo a tener entre tus brazos, besarlo intensamente, demostrarle todo tu amor; pero sabes que es imposible ya que el médico te lo prohibió la semana pasada. Las enfermedades aparecen en cualquier momento. Tienes que cuidarte lo más posible, te avisó el médico el jueves pasado. Debes obedecer aunque mueras de ganas por sentir cerca a tu conejo blanco. Lo llevas a tu habitación de nuevo, y lo dejas en un lugar donde esté cómodo. Te bañas, te cambias, saldrás. Tienes una reunión con el director del periódico donde publicas una nota cada semana, lo que ayuda a sobrellevar una vida sin lujos pero tranquila. Te peinas frente al espejo y observas tu rostro, adusto, infatigable, viejo a cada momento. Pasas el cepillo por ese cabello largo, otrora fino, que ahora embadurnas de gel, lo acomodas lo mejor posible y te dispones a salir rumbo a la reunión. Dejas al conejo debajo de tu cama. Te encantaría llevarlo, pero sabes que no es posible, qué diría la gente en el camión, un conejo, qué hombre más loco. ¿Por qué no un perro o un gato? Diablos, un conejo causaría mucho barullo entre la gente que vaya en el transporte, y luego los niños, siempre molestos:
“Mira mamá, un conejo, un conejo, mamá, ¿puedo tocarlo?, dile al señor que me deje tocarlo, ¿puedo, me deja? Momentos insoportables que tiene la vida, piensas mientras cierras la puerta de la calle. Conejo, conejo. Saltas a la avenida donde aguardarás a que aparezca el camión. Calles sin pavimentar, el polvo que acaricia tus zapatos negros. La seducción de una muchacha de minifalda que pasa, que te desea, lo sabes. Ella desea a todo hombre, piensas, mientras la miras fijamente y ella se pone seria, camina, se aleja, se pierde. El camión aparece, sacas unas monedas, pagas. Buscas un asiento, lo encuentras. El conejo vuelve a tu cabeza como un amor que prevalece por siempre. Unos cuantos pasajeros solamente. Bendito viaje, te dices mientras sacas tu celular, ves la pantalla que te muestra la foto de un conejo, tu conejo blanco y hermoso.
Recuerdas la última visita al psicólogo (qué absurdamente lo llamas “doctor” para que no te tachen de loco, cosa que no ocurrirá ya que tu círculo de amigos es ínfimo, casi inexistente). La última sesión, las preguntas que te formuló, el olor del consultorio, el sillón tan cómodo que no te querías ir. Ansiabas que la sesión durará toda la vida, pero después te dijiste que no porque el conejo estaba solo y había que cuidarlo. Por supuesto que no se lo dijiste al psicólogo, sólo lo pensaste. Eres inteligente, sabes en qué momento actuar. Te mueves astutamente, como un conejo, cada vez te pareces más a él. Se adoran. Son una sola persona o animal. Se entrelazan los sentimientos, conejo-hombre, hombre-conejo, astuto-hombre, conejo-astuto-enjaulado, hombre-conejo-astuto-enjaulado.
Sonríes por el recuerdo. Los minutos han pasado, jalas el cordón del decrépito transporte. Bajas en la esquina. La tarde está llegando. Es invierno y la luz del sol desaparece temprano. El frío te quema los huesos. La reunión te espera. Acudes y estrechas la mano del editor. Te habla de unas vacaciones y de un recorte de personal. Te dice que tienes talento, que nada más es cosa de que busques un poco y encontrarás un nuevo empleo. Te despide diciéndote que después pases a cobrar tu liquidación. Sales, te recargas en un semáforo y entonces es cuando piensas realmente en todo lo que te acaba de suceder. Te han despedido, te dices silenciosamente. Te has quedado sin trabajo, sin la minita de oro que era escribir unas cuantas notas a la semana y vivir tranquilamente el resto del mes atendiendo como se debe al conejo. Ocurrió tan rápido todo. Aún recuerdas cuando entraste y en la recepción saludaste a la señorita nueva. Subiste, y las palabras parecían venir de un sueño lejano, tan lejano que sentiste que descansabas, que tus ojos se cerraban y dormías; pero todo fue real, tan cierto que ya no tienes empleo. No sabes qué hacer, tu peor día en mucho tiempo.
La noche se hace presente, y la luna que aparece te observa cuando cruzas la calle. No piensas, una banca en la parada de camiones se vuelve tu acompañante. Postrado en ella divisas tu otrora casa laboral. Te sientes triste, por supuesto, no es para menos. Observas cómo pasan los automóviles, cómo transcurre la vida sin detenerse. El recuerdo del conejo te vuelve como un puñetazo en pleno rostro. Te levantas rápidamente, haces la parada al primer taxi que pasa y lo abordas. Llévame hasta mi casa, le dices como si el conductor del transporte supiera exactamente dónde vives. Dirección tal y arranca a toda velocidad, no porque tú se lo hayas pedido, sino porque es su fiel costumbre, pisar el acelerador a fondo, sentir la adrenalina de vencer el tiempo-espacio. El peor día de tu vida, te dices, mientras te encuentras dentro de ese automóvil con un tipo que insiste en conversar; pero siempre te niegas, sólo vociferas que sí, que no es cosa, que se calle. Piensas que lo único que salvará tu día será el hermoso conejo, su pelaje blanco, sus ojos saltones; dulzura que se advierte en cuanto lo ves. Ya imaginaste la noche que pasarán juntos, viendo televisión hasta la madrugada, hasta que los ojos lentamente se vayan cerrando de tanto sueño acumulado. Llegas a tu casa, pagas lo acordado, sacas la llave para abrir la puerta de calle, no la abres, ya está abierta. Te sorprendes, una bocanada de aire entra hasta tus pulmones. El corazón comienza a palpitar a prisa. Entras sin miedo; no tienes miedo. En tu cabeza sólo está la imagen del conejo, sólo ella y nada más. Observas con atención. Te das cuenta que la puerta de entrada está abierta y la luz encendida. Te sobresaltas. Sientes rabia pero es más tu desesperación por ver al conejo. No te preguntas nada, sólo entras a tu habitación rápidamente. Debajo de la cama está vacío la jaula ha desaparecido. No lo puedes creer. Te levantas, las manos al rostro, te jalas el cabello. Te dices que te has equivocado, que no lo dejaste ahí, que lo colocaste en el baño. Acudes allí y nada. Te molestas. Con el puño golpeas la pared hasta que te duele. Ya no te duele. Te dices que ya recordaste, claro, por supuesto, cómo pudiste equivocarte; tan tonto como siempre. Sí, lo deje en el patio trasero. Vas allí y sientes que el mundo se te echa encima porque la jaula con el conejo no se divisa por ningún lado; sólo el pasto verde, tan verde como nunca. Te echas sobre al pasto. No te interesa más nada.
Sollozas incontrolablemente. No revisas la casa, qué se robaron. Comprendes que alguien o varios entraron y se llevaron al conejo; lo alejaron de ti para siempre. Tu conejo se ha ido junto con el trabajo. Echado en el pasto verde lloras, no te has puesto a pensar por qué razón decidiste tirarte en el zacate. En tu cabeza sólo viven los recuerdos de tu conejo; conejo que te vas y te vas y no vuelves. En cierto momento adoptas la posición de conejo y sueltas una mordida al zacate de tu patio trasero, después otra y otra. Sollozas y devoras el pasto verde que habías creado para tu conejo. Pasto verde que ahora disfrutas, conejo; conejo con hambre, conejo hombre, conejo tú.
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*Cuentos del sótano III
Franck Fernández
¿Puede servir el arte de consuelo en momentos de enorme destrucción y gran dolor? ¿Puede la música aliviar al alma cuando ya las palabras pierden su sentido? La respuesta decididamente es sí. Hoy les quiero contar la historia de una gran sinfonía, una monumental sinfonía que galvanizó no solo al pueblo al que estaba dirigida sino a toda la humanidad. Hoy les quiero hablar de la Séptima Sinfonía de Shostakóvich.
Dimitri Dimítrievich Shostakóvich fue un gran compositor soviético, uno de los más grandes del siglo XX. Nació en San Petersburgo en 1906 y vio como a su ciudad natal se le cambió su nombre primero a Petrogrado y después a Leningrado. Estudió en el conservatorio de su ciudad terminando sus estudios de compositor. Podemos decir que, al comienzo, la obra de Shostakóvich fue generalmente alegre pero el cursar de la historia iría amargando su carácter, y con ello su obra. Después de la muerte de Lenin, la Unión Soviética fue dirigida por Joseph Stalin, quien realizó horribles purgas para eliminar a los “enemigos del pueblo”. El detalle es que cualquiera podía ser enemigo del pueblo. Bastaba una denuncia, que ni siquiera era confirmada, para que usted y su familia fueran deportados a campos de concentración.
Incluso Stalin había dado cuotas de personas a deportar y a fusilar, por lo que los delegados políticos de las diferentes ciudades y regiones tenían que cumplimentar las cuotas, incluso con inocentes. Paralelamente, en Alemania surgía otro dictador, Adolfo Hitler. Con el fin de mantener a raya a Stalin y que no le molestara en su invasión al resto de Europa, había firmado con el soviético un pacto de no agresión. En junio de 1941 a su vez la Unión Soviética fue invadida. Para los alemanes era muy importante conquistar la ciudad de Leningrado por su significado simbólico. Era allí donde había comenzado el régimen de los bolcheviques. Como los alemanes no pudieron conquistar la ciudad, decidieron hacer lo que se hacía antiguamente ante las ciudades fortificadas, sitiarla. Cortadas las vías de comunicación, los leningradenses no tenían la posibilidad de huir. Desde puestos cercanos, la artillería nazi constantemente bombardeaba la ciudad. Uno de los primeros objetivos fueron los almacenes centrales de comida. Todo había sido fríamente planificado.
Primero se cerraron las tiendas, después se acabó el transporte, no hubo más suministro de agua, el alcantarillado dejó de funcionar, también la electricidad y, a la llegada del crudo invierno del norte de Rusia, particularmente frío ese año (-30 °C), ya no funcionaba la calefacción. Los leningradenses tenían que calentar sus viviendas con muebles y libros. Desaparecieron los animales domésticos. Se comían las ratas, los gatos, los perros, las palomas, los animales del zoológico. Se llegó a hablar de casos de canibalismo. Las autoridades de la ciudad bajo el asedio del ejército alemán por momentos lograban sacar a personas de la ciudad y paralelamente entrar comida y material bélico. Cerca está el lago Ládoga que, al congelarse, permitía que camiones entraran y salieran, pero de forma muy limitada. Junto a los niños, también se evacuaron a intelectuales y artistas.
En un inicio, Shostakóvich no quería abandonar su ciudad natal, pero finalmente lo hizo para salvar a su familia. También habían salido todos los miembros de la Orquesta Filarmónica de Leningrado. Los artistas fueron enviados primero a Moscú y de allá, a casi 900 kilómetros al este, a una ciudad a orillas del Volga que en aquella época la habían puesto el nombre de Kúibyshev, aunque antes y hoy en día lleva el nombre de Samara. Allá en Samara, Shostakóvich compuso la que posiblemente es la más hermosa de todas sus obras. Una sinfonía, la 7ma que escribía.
Una sinfonía generalmente está dividida en 4 movimientos, aunque esta tenía una muy larga duración. A esta sinfonía la nombró Leningrado en honor a su ciudad. La sinfonía fue presentada por primera vez en Kúibyshev, después en Moscú. Sus partituras fueron enviadas en microfilmes a Teherán de donde volaron a Londres y después a Nueva York, donde fue interpretada bajo la batuta del gran maestro Arturo Toscanini con la Orquesta Sinfónica de la NBC. Sin embargo, lo más importante era la presentación de esta monumental sinfonía en la ciudad asediada, en la ciudad que la había inspirado, para que sirviera de acicate a aquellos que sufrían de hambre, frío y bombardeos y de lección a los alemanes.
Como los músicos de la Orquesta Filarmónica habían sido evacuados, se recurrió a la Orquesta Sinfónica de la Radio de Leningrado, pero, cuando su director llamó a sus músicos, solo 14 se presentaron al llamado. Unos habían muerto, otros estaban en el frente y los terceros estaban muy enfermos para asistir a los ensayos. Resulta que, para interpretar esta obra, se necesita una orquesta con muchos músicos. En las paredes de la ciudad se pegaron carteles pidiéndole a todos los músicos de la ciudad incorporarse a los ensayos. También entre los soldados se reclutaron músicos.
Los ensayos comenzaron en un ambiente de gran tristeza. En estos momentos, a la población de la ciudad se le daba una ración de 200 gramos de pan que ni siquiera de harina estaba hecho, sino de corteza de abedul molida. En la obra, el compositor utilizó mucho los instrumentos de viento metal como son la trompeta, el trombón, la flauta, el oboe, que exigen de los músicos el uso de sus pulmones para hacer sonar sus instrumentos. El primer ensayo, que debía durar 3 horas, solo pudo durar media hora. Hasta tal punto estaban desfallecidos los intérpretes. Al director, Carl Eliasberg, le temblaban las manos al punto de parecer, como narró más adelante una de las participantes, alas rotas de un pájaro a punto de caer. La disciplina que impuso el director fue férrea y a cualquiera que llegara tarde o no asistiera a los ensayos se le retiraba su ración de pan del día, incluso si la tardanza era por ir a enterrar a uno de sus familiares.
La duración de la obra y las muy difíciles condiciones en la que se tuvieron que hacer los ensayos solo permitiֶeron un único ensayo general antes de su presentación. El lugar para tan magno acontecimiento fue el teatro de la Orquesta Filarmónica de Leningrado, en la calle Mijaílovskaya, frente por frente al Grand Hôtel de l’Europe. Se escogió el 9 de agosto de 1942 como la fecha para la première de la sinfonía en la ciudad sitiada. Y esa fecha no fue tomada al azar. Hitler, seguro de su victoria, ya tenía impresas las invitaciones para celebrar su victoria ese día en los elegantes salones del hotel Astoria, a pocas cuadras del Teatro de la Filarmónica. Como la inteligencia soviética tenía noción de dónde se encontraban las artillerías alemanas, 3 horas antes del concierto fueron severamente castigadas con cientos de obuses para que, durante la hora y veinte minutos que dura esta sinfonía, no pudieran bombardear la ciudad e interrumpir la interpretación. En toda la ciudad se instalaron grandes altoparlantes para que todos los leningradenses pudieran escuchar su sinfonía. También estaban dirigidos hacia los lugares donde se encontraban los alemanes, puesto que no estaban lejos, para que todos pudieran escucharla.
Después de la interpretación, todos, famélicos y vestidos con lo mejor me habían encontrado en sus armarios, hicieron un gran silencio, como tratando de digerir lo que acababan de escuchar. Era la música que ellos habían estado esperando para enaltecer sus decaídos cuerpos y almas. Los aplausos fueron apoteósicos, duraron incontables minutos. La séptima sinfonía de Shostakóvich fue recibida como un himno contra el nazismo y por la derrota de este odiado régimen. Solo en los Estados Unidos tuvo más de 1000 representaciones cayendo en desuso después de la guerra considerando que, a pesar de su belleza, no era más que eso, propaganda.
En cuanto a Shostakóvich, antes y después de esta sinfonía, vivía en una verdadera montaña rusa de sensaciones con el régimen de Stalin. Las purgas afectaron a muchos de sus familiares y amigos a los que vinieron a buscar una noche los militares y nunca más regresaron. Si bien la séptima le generó las simpatías del dictador comunista, la octava y la novena lo hicieron caer en desgracia. Un viernes, Shostakóvich fue citado ante la policía secreta. El interrogador quería que reconociera que él era amigo de aquellos que habían sido declarados enemigos del pueblo. Le dijo: -Váyase a su casa, piense muy bien en todo lo que tiene que denunciar, y venga nuevamente el lunes a las 9 de la mañana. No es necesario decir que el compositor pasó un fin de semana de gran angustia. Al presentarse el lunes a las 9 de la mañana, el propio interrogador había desaparecido por las purgas estalinistas.
Shostakóvich se vio obligado a componer música de segunda categoría para las películas soviéticas en las que se ensalzaba la persona de Stalin, dentro de su locura de culto a la personalidad. Esto le permitió permanecer con vida y alimentar a su familia. Sin embargo, la obra de Shostakóvich tiene 2 lecturas. En lo personal, siempre tuve una gran simpatía con este compositor que falleció en 1975. Solo después de leer la autobiografía de Galina Vishnévskaya, soprano y esposa del conocido chelista Mstislav Rostropóvich, pude entender la razón de mis simpatías. Entendí que yo tenía mucho en común con este gran hombre. A pesar de todo lo que se veía obligado a decir por las circunstancias de terror, Shostakóvich era un férreo enemigo del régimen en que vivía su ciudad y su país. Solo sus muy allegados conocían sus verdaderos sentimientos. Odiaba al comunismo.
En cuanto a la séptima sinfonía, claramente escribió: Esta sinfonía está dedicada a mi ciudad natal que Stalin ha sistemáticamente insistido en destruir y Hitler ha venido a terminar su tarea.
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Guadalupe López Vargas*
Una mujer de hermoso cuerpo pequeño, pero de un enorme corazón, perfecto por igual, un día conoció a un hombre viejo, achacoso y prisionero de su destino. La forma de ser, tan cariñosa de esa mujer menudita, ganó el corazón cansado y enfermo del hombre. Ella supo, desde un principio, que aquel viejo no podía volar junto a ella porque tenía un compromiso con Dios, pero su corazón bondadoso fue hasta donde se encontraba él porque ella sí podía volar. Alivió el corazón enfermo y generosamente entregó a su juventud, su alegría. El hombre estaba tan emocionado con el amor de esa mujer que olvidó que ella también soñaba, sentía y deseaba. Cansada, tal vez, de que el hombre no volara junto a ella, comenzó a cambiar su forma de ser. Había perdido el gusto y el entusiasmo por ver al hombre viejo, y el anciano comenzó a asustarse.
Tenía miedo de que algún día la pequeña mujer de corazón tan grande no fuera a verlo más, de que encontrara a alguien con las alas libres y pudiera volar junto a ella. Y así, las noches se hicieron más oscuras. Hasta que llegó el día, tan oscuro como sus noches: la menuda mujer conoció al hombre de las alas libres. Un hombre que trajo la felicidad que su corazón tan grande merecía y voló junto a él. El viejo habló con Dios y le contó su tragedia, entonces el Creador le recordó el compromiso que tenían. Así, el corazón del hombre viejo dejó que la mujer volara, agradeció infinitamente el tiempo que estuvo con él y suplicó a Dios que su dolor y su tristeza los cambiara por alegría y lo diera a la mujer, ese sería su regalo.
A la memoria de un amor que se cansó de esperar.
*Cuentos del sótano III
Franck Fernández
Esta historia comienza como comienzan casi todos los cuentos: Érase una vez una buena reina que no había podido tener hijos, cosa que añoraba sobremanera. Un día de crudo invierno, sentada al lado de una ventana con marcos de ébano, contemplaba el blanco paisaje que se extendía al exterior mientras cosía. En un momento de descuido, se pinchó el dedo y de su dedo brotaron rojas gotas de sangre. Fue en ese momento que pensó: ¡Qué maravilloso fuera si Dios me bendijera con una hija con el rostro tan blanco como la nieve que desde aquí puedo contemplar, con pelo tan negro como el ébano del marco de esta ventana y con labios tan rojos como la sangre de mi dedo!
Su deseo se cumplió poco tiempo después, pero lamentablemente murió de parto. Muy naturalmente, a la pequeña princesa se le dio el nombre de Blancanieves y su padre, para que no careciera de la figura materna, se casó con otra mujer. Más tarde el rey también falleció. Fue así que Blancanieves se quedó sola en palacio con su madrastra, que resultó ser una mujer extremadamente hermosa, pero al mismo tiempo vanidosa, engreída, mala y colérica. Resulta que la madrastra también era bruja y tenía un espejo al que, en el colmo de su vanidad, cada mañana le preguntaba quién era la mujer más hermosa del reino y el espejo le respondía sempiternamente: -Tú mi querida reina.
Así marchaban las cosas hasta un día en que Blancanieves, que cada vez más se hacía una hermosa princesita, causó la ira de la malvada madrastra cuando fue la elegida del espejo mágico. La reina, llena de odio, mandó a buscar a un cazador para que mediante engaños se llevará a la princesa Blancanieves al bosque y allá, lejos de la vista de testigos, la matara y le trajera el corazón como muestra de su obediencia. El cazador no pudo cumplir con la horrible orden y, entre lágrimas y súplicas, le pidió a Blancanieves que huyera y que nunca más regresará a palacio.
Es inútil continuar, porque todos ustedes conocen el fin de esta historia. Claro, estoy hablando efectivamente del cuento de Blancanieves y su malvada madrastra que fue publicado por primera vez en 1812 en un libro que se llamó “Cuentos de niños y del hogar” escrito por los hermanos Grimm originarios de un antiguo estado independiente alemán llamado Hesse-Kassel de antes de la unificación alemana en 1871. Ellos se dieron a la tarea de recopilar viejos cuentos alemanes viajando de pueblo en aldea escuchando y anotando las tradiciones orales de esos lugares. En el año 1857 tuvo una nueva edición en la que la trama de Blancanieves cambió ligeramente.
Distintos poblados de Alemania se adjudican la historia real. Sin embargo, yo voy a presentarles los dos más plausibles. Una es la historia de Margarita von Waldeck nacida en 1533, hija del Conde von Waldeck. Efectivamente tuvo una madrastra muy severa. A los 16 años el padre la mandó a la corte de Brabante, que era como en aquella época se le llamaba a Bruselas, y fue cortejada por personajes de gran importancia como el Conde de Egmont y el futuro Felipe II de España. Finalmente, nuestra Margarita murió en 1554 a la edad de 21 años aparentemente envenenada por arsénico.
La otra candidata en haber inspirado nuestra historia es María Sofía Margarita Catalina von Erthal nacida en Lohrn cerca de Frankfort en 1725. Era la hija de un magistrado del príncipe de Sajonia. También se quedó sin padre y sin madre. Su madrastra hacía todo lo posible para que fueran sus propios hijos los que disfrutarán de todas las facilidades que había dejado el padre de María Sofía. Uno de los elementos que se cree motivaron esta historia de Blancanieves es que cerca del palacio de los von Erthal donde vivía María Sofía había minas de carbón con túneles muy estrechos por donde podían pasar solamente personas muy pequeñas o incluso niños. También muy cerca aún hay un oscuro bosque e incluso una gran fábrica de cristales, que hace alusión al sarcófago que para ella crearon los siete enanitos. Los que abogan por María Sofía fundamentan también que a la entrada del palacio de los von Erthal hay un gran espejo, que puede ser el espejo mágico de la madrastra bruja.
Más adelante, Walt Disney decidió llevar esta historia al cine. Sus allegados, incluyendo su propio hermano y su cuñada, trataban de disuadirlo de esta idea que era bien distinta a los cortometrajes que había producido hasta ese momento. Pero Walt Disney veía en grande. Él quería un largometraje, el primero en dibujos animados. Se le asignó un presupuesto inicial de 250 mil dólares, lo que era 10 veces más de lo que normalmente se utilizaba para sus cortometrajes. El presupuesto definitivo de la película llegó casi a millón y medio de dólares. El propio Disney tuvo que hipotecar su casa para poder aportar los fondos necesarios para terminar el trabajo de filmación.
Para esos días acababa de llegar a Hollywood una hermosa actriz judía austriaca que se escaba del clima de terror para los de su raza en Europa y del estricto control de su celoso marido. Era de una belleza espectacular, quizás la más hermosa de las mujeres que han pasado por Hollywood. Estoy hablando de Hedy Lamarr. Fue su perfecto rostro el que sirvió de inspiración para crear el de nuestra Blancanieves.
La primera presentación de la película fue en el ya inexistente Carthay Circle Theatre el 4 de febrero de 1938, habiéndose realizado unas primeras presentaciones de prueba en el New York City Hall y en Miami para un público muy restringido. El éxito fue inmediato. Todo Hollywood estaba presente en esta presentación. Allí estaban, entre muchos otros, Judy Garland y Marlene Dietrich. El New York Times felicitó la presentación con un gran titular: “Thank you very much, Mister Disney”. Directores de la talla de Charles Chaplin y Sergei Eisenstein reconocieron que era el mejor firme que se había producido hasta este momento. Durante la oncena presentación de los premios Óscars, Disney ganó un Óscar de honor debido a la tan importante innovación que se realizó en la pantalla que fascinó a millones de personas y como pionero de un nuevo tipo de diversión.
Blancanieves y los siete enanitos también recibió un Óscar por la mejor música, en particular por la canción “One day my prince will come”, que ha sido traducida a todos los idiomas en los que presentó la película. Con posterioridad esta canción ha sido retomada por otros grandes de la canción. Un ejemplo ha sido una versión de Barbra Streisand de 2002 en su disco The Essential.
Con el dinero que ganó Disney por esta película, compró los estudios de Burbank donde actualmente se encuentra la sede social de la Walt Disney Studios. El éxito de Blancanieves fue tan grande que muy pronto Disney se dedicó a la tarea de producir otras dos películas que nos han maravillado desde entonces: Pinocchio y Fantasía. A ellas les siguieron otras como Bambi, Dumbo, Peter Pan y Alicia en el país de las maravillas. Para esa época, fue la película que más ganancias generó hasta le llagada de “Lo que el viento se llevó” en 1940. El éxito de Blancanieves llevó a la competencia, la Metro Golden Meyer, a producir su propia película de fantasía, El mago de Oz en 1939 con Judy Garland. Por su parte, el otro maestro de los dibujos animados, Max Fleischer, también decidió hacer una película de animación: Los viajes de Gulliver.
En 1993, la película Blancanieves y los sietes enanitos se convirtió en la primera película en ser digitalizada. En 1989, la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos consideró que la película era “cultural, histórica y estéticamente significativa” y decidió conservarla en el registro nacional de películas. Por su parte, el American Film Institute la ha clasificado como una de las 100 mejores películas norteamericanas y la mejor película norteamericana de animación de todos los tiempos.
En lo personal yo, como dijera el New York Times, por todos los ratos agradables que he tenido gracias a este gran genio del cine, digo lo mismo: Thank you very much, Mister Disney.
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Citlalli Fernández*
Era una ciudad enorme, llena de grandes avenidas y calles intrincadas, de gente de todos los tamaños, colores y oficios. La atraviesan vagones que se deslizan por túneles subterráneos, la recorren bicicletas, carros y autobuses. La adornan casas, edificios y torres; unos muy viejos y destruidos, otros antiguos y esplendorosos, otros modernos e imponentes.
Y dentro de esta ciudad había una niña, inteligente y sabia, pero niña al fin y al cabo. Era de cachetes rosados, pelo rizado color caramelo y ojos brillantes.
Se la pasaba en su refugio, saliendo de vez en cuando a enfrentarse con la gran ciudad y con toda esa gente que le pasaba de lado sin causar ningún efecto, sin dejar huella. Pensaba que el destino, el amor y la aventura estaban lejos y tomaría mucho tiempo toparse con ellos. Sentía que estaba sola en ese mar de gente; sola con sus gustos, con sus pasiones, con sus cosas. Creía que a pesar de ser talentosa, bella y alegre nadie parecía notarlo, mucho menos apreciarlo.
Un día la niña salió entre calles oscuras bajo la tranquila noche, esperando nada más de ésta que divertidas charlas con amigos y buena música. Pero al pie de una cantina estaba el Pirata. Este Pirata, de barba y ojos ámbar tenía un porte único. Llevaba un sombrero impecable, tenía brazos fuertes y tatuados, lucía una sonrisa traviesa y una mirada sincera. La niña, intrigada por el personaje tan especial sonreía constantemente, haciendo comentarios divertidos y mirándolo de reojo, pensando que en cualquier momento podía esfumarse por ser parte de su imaginación. El Pirata la vio, se le acercó y entre guitarras de flamenco, ruidosos tambores y melodiosa salsa conversó y bailó con ella toda la noche mientras ambos sonreían.
El Pirata y la niña se encontraron después, entre comida de mar y buenos amigos. Se miraban y hablaban mientras sonreían, hasta que el Pirata la tomó de la mano. La niña sorprendida de lo que sentía, de lo que escuchaba y lo fácil que era hablar con él, se fue perdiendo en su mirada. Se dejó llevar hasta que aquél la besó.
La besó mientras le decía lo bellos que era sus ojos y lo fresco de su aroma.
La besó mientras le enlistaba todas esas cualidades que ella misma creía nadie era capaz de descubrir y apreciar. Siguieron momentos de besos y abrazos, de dulces palabras. Hasta que el Pirata, muy cansado, se quedó dormido mientras la niña lo miraba; luego ella apagó la luz.
Al otro día la niña regresó y lo encontró entre los mismos amigos, él la recibió con un poco de timidez, pero con el mismo cariño y entusiasmo, hasta que después de una larga charla volvió a tomarla de la mano, volvió a abrazarla y a besarla. Bailaron un rato, después descansaron entre más besos y cariños; conversaron y conversaron, dándose cuenta de lo mucho que tenían en común, de lo fácil que era estar en compañía del otro, de lo bien que se sentía. El Pirata acompañó a la niña a su casa y la despidió con un dulce beso.
Desde la distancia el Pirata siguió buscándola, mandándole mensajes desde tierras lejanas, contándole sus aventuras; mientras la niña, desde su refugio, esperaba ansiosa su regreso.
Cuando el Pirata por fin regresó la buscó y de la mano la llevó a lugares mágicos. Primero caminaron bajo el sol, entre árboles, monumentos y avenidas, hasta llegar a un lugar impresionante donde los recibió una majestuosa fuente bajo la cual llueve eternamente.
Pasearon por enormes salones repletos de figuras de piedra y hueso que fueron rescatadas de la tierra después de haber sido escondidos por el pasado. El Pirata le contó a la niña historias maravillosas sobre estos objetos, de cómo fueron encontrados y cómo nos dicen cosas de aquellas viejas civilizaciones. Y fue así como rodeados de pasado y tomados de la mano, el Pirata y la niña se besaban, disfrutando su presente y pensando en su futuro con una sonrisa.
Después la niña llevó al Pirata a caminar entre esculturas y cuadros, entre pinturas hermosas que hablaban de mujeres y viajeros, personajes de sueños extraños. Siguieron su camino entre aldeas de pingüinos, albercas verticales, conejos de mago, lluvias de botones, aves de papel y pirámides de tambores.
Para terminar con aquel día maravilloso la niña y el Pirata se fueron a compartir la noche con amigos. Charlaron y charlaron hasta que vencidos por el cansancio decidieron ir a dormir justo antes del amanecer. Después de compartir besos, abrazos y dulces palabras, la niña y el Pirata durmieron abrazados.
La niña nunca había compartido un día y una noche como la que acaba de vivir con el Pirata; estaba feliz, se sentía por fin completa, en casa. Otra cosa que la niña jamás había sentido era el calor en el pecho, la luz que representaba todo lo que ella tenía dentro; todo el amor, la dulzura que empezaba a latir fuerte queriendo salir. La niña lo sintió todo y estaba dispuesta a dejarlo salir, estaba dispuesta a dárselo todo al Pirata; quería quedarse a su lado y hacerlo feliz.
Se volvieron a ver al poco tiempo y esta vez visitaron palacios antiguos llenos de arte, mapas y viejos artefactos. Caminaron bajo el sol entre calles empedradas y edificios majestuosos. El Pirata llevó a la niña a una cantina como de antaño, con paredes que transpiraban pasado y cicatrices que narraban historias; allí charlaron un rato, tomados de la mano, como siempre. La niña condujo después al Pirata por un pasillo subterráneo, lleno de libros viejos buscando una segunda oportunidad; leyeron todo tipo de títulos, rieron con los absurdos y se asombraron con los interesantes. Al final de la jornada se despidieron con ternura; la niña caminó por el andén mientras le daba la espalda al vagón que alejaba al Pirata de sus brazos.
Aún en la distancia, la niña y el pirata se mantenían en contacto, pendientes de cómo el otro despertaba, deseándose buenos días y dulces sueños todas las noches.
La siguiente vez que se vieron disfrutaron de un día de charlas con amigos, de dulces besos cuando nadie los rodeaba, de miradas que hablaban más de lo que ellos hubieran podido. La niña le dijo al Pirata que a pesar de verse poco sentía que ese amor podía funcionar, que estaba dispuesta. Al final el Pirata se despidió rápidamente, dándole a la niña un beso fugaz pero tierno y alejándose de ella, huyendo.
Esa fue la última vez que la niña vio al Pirata. De vez en cuando sabía de él por saludos fugaces desde la distancia, pero él se había alejado, no sólo físicamente, sino de mente, de corazón. La niña no sabía qué pensar y seguía buscándolo, tratando de descifrar las razones de su ausencia; extrañando su presencia, su cercanía, su sabor.
El Pirata no estaba listo para dejarse querer, tenía todavía batallas que librar y aventuras que vivir en tierras lejanas. Llevaba todavía con él el peso de aquellas guerras perdidas y amores pasados, y aunque apreciaba y atesoraba la dulzura de la niña, no estaba listo para recibirla y mucho menos darle la suya a cambio.
Como era de esperarse, esto entristeció profundamente a la niña que se quedó sola con aquella luz brillante en el pecho. Tuvo que volver a encerrar el amor que ansiaba salir. Se sentía desconsolada y a pesar de creer que su pecho estaba a punto de estallar, percibía también un vacío tremendo en el estómago; el vacío que dejaba el amor que nunca fue, el amor que nunca se sabría si hubiera sido el mejor o uno más.
La niña lloraba y lloraba, como si sus lágrimas pudieran llenar de alguna forma ese vacío; se sentía sola, como antes, incompleta.
Lloraba pidiéndole a los astros alguna explicación. Le parecía muy injusto que habiendo encontrado un Pirata entre millones de personas comunes, tuviera que perderlo. Lloraba mientras recorría los lugares donde alguna vez había caminado tomado de la mano de él, y al recordar sus palabras, su mirada, su calor. Lloraba por no tenerlo más a su lado, por su pérdida.
Después de un tiempo fue que la niña entendió que no valía la pena cuestionar las formas de trabajar de los astros y el destino.
Entendió que el Pirata había sido muy importante en su vida y era necesario recordarlo como tal, guardarlo en su cofre de tesoros.
La niña comprendió que después de todo el Pirata le había dado una linda historia que contar, una historia que como todas tuvo un principio y un final, una historia de amor de primavera. Él le había hecho descubrir la luz en el pecho, el amor que ahora sabía existía dentro de ella. Desde entonces cada vez que la niña recuerda al Pirata mira al cielo y se pregunta si el mar lo traerá algún día de vuelta. Cada vez que lo hace es con una sonrisa, porque el Pirata le enseñó a querer.
* Cuentos del sótano III
Franck Fernández
La historia nos ha demostrado que muchos de los tiranos y dictadores tienen dos rostros, uno es el que muestran en público, al pueblo, tratando de demostrar una potencia, vigor y fuerza de la que realmente carecen; otros hacen vivir a su familia los mismos endemoniados gestos y acciones que presentan al pueblo. Mucho se ha hablado de la teatralidad de Adolfo Hitler, de cómo se paraba ante un espejo para ensayar los gestos electrizantes con los que acompañaba sus discursos para darle mayor fuerza. Otro dictador que mostró fanfarronería, teatralidad y exacerbación del machismo fue un italiano, precursor de Adolfo Hitler en cuanto a sus creencias de extrema derecha, Benito Mussolini.
Benito Mussolini comenzó como un joven periodista, se afilió al partido socialista y más adelante fundó el partido fascista. Como joven, hay que decir que no era muy agraciado, sin embargo, tenía una muy bien ganada fama de “latin lover”. Siendo joven tuvo un hijo con una austriaca la que, después de muchos escándalos, logró que lo reconociera como propio. Se casó sin amor con la que fuera su esposa, Rachele Guidi, que fue la que le dio sus otros 5 hijos. Pero Mussolini tuvo multitudes de amantes. Se habla de unas 600.
Cuando llegó al poder, Mussolini instaló sus oficinas y la sede del gobierno en el Palazzo Venezia, a un costado del hoy monumento a Víctor Manuel II y a muy pocos pasos del Foro Romano. Se llama Palazzo Venezia porque, en la época en que Italia era un sinfín de estados y Venecia era una República independiente, en este edificio la Serenísima, que así se le llamaba a Venecia, tenía su embajada ante el Vaticano. A las mujeres que venían a encontrarse con Benito en su oficina las hacían pasar por una puerta. Pero, las que venían más de una vez, los celestinos del dictador las hacían pasar por otra puerta para que así el Duce recordara que esa no venía por primera vez.
Tan fulguroso era Benito que a casi todas les hacía el amor tirados sobre la alfombra, sobre el escritorio o incluso aplastándola contra una pared. Eso no quiere decir que en el local no tuviera una cama muy resistente, porque Benito era un hombre corpulento y necesitaba una cama fuerte para soportar su generosa humanidad. También había un bidet cerca a disposición de las damas para después del encuentro.
Entre los romanos de buena posición se encontraba la familia Petacci que tenía varios hijos. Uno de ellos era una joven, muy hermosa mujer, Clara, que era el orgullo de sus padres. El padre era doctor, dueño de la Clínica del Sole, para la clase alta de la capital italiana. Tan reconocido era en su profesión que era el doctor de cabecera del Papa Pío XI. La madre de Clara era una mujer extremadamente católica y era raro verla sin un rosario en las manos. La niña estaba destinada a ser la esposa de un adinerado marido y para eso había sido criada. Excelentes modales, muy buena cultura general, tocaba de violín, pero, aparte de eso, la niña no sabía hacer nada más.
Ella, como muchas otras mujeres de Italia, soñaba con tener una relación con el Duce. Quizás era que simbolizaba poder, quizás porque destilaba macho por cada uno de sus poros, quizás por el hecho de llevar vistosos uniformes… Claretta tenía al lado de su cama un portarretrato con la imagen de su ídolo y desde jovencita le escribía ardientes cartas de admiración que, lo más probable, jamás llegaron al escritorio de Mussolini. Un día de verano de 1932, la familia Petacci se dirigía al Lido de Ostia, la playa de Roma, cuando un flamante Alfa Romeo descapotable deportivo rojo pasó a alta velocidad por al lado del Lancia de los Petacci. De inmediato Clara reconoció en el chofer a su ídolo Benito. Le dio la orden al chofer de acelerar para alcanzar aquel bólido rojo. En un momento en que Benito hizo un alto en la carretera, de inmediato fue asaltado por la ferviente admiradora. A estas alturas, Clara tenía 20 años y Benito 49. Al novio de Claretta, que también los acompañaba, solo le quedó mirar como su prometida coqueteaba descaradamente con Mussolini. Ya en la playa, tuvieron alguna fugaz conversación hasta que el novio, dándose cuenta de lo que era muy evidente, se acercó a interrumpir la conversación.
Dos días más tarde, Claretta visitaba al Duce en su Palazzio de Venezia. Claro, las primeras veces la madre servía de chaperona. Pero algunas personas, ante la posibilidad de que su hija sea la amante de algún alto personaje, dejan al lado sus creencias y convicciones. Durante las visitas al Duce, Claretta no era la excepción, tenía que pasar a las oficinas de Benito de forma discreta para que la esposa, Rachele, no se diera cuenta de la situación. Pronto la madre dejó de fingir el inútil papel de chaperona y Claretta tuvo su apartamento dentro del Palazzo de Venezia. Claro, esto tampoco hizo que Benito dejara de saltar de mujer en mujer.
Para cubrir las apariencias, Benito le pidió a su amante que se casara con su pretendiente del que evidentemente más tarde se separó. No hubo divorcio porque en Italia el divorcio no existía en aquella época. Claretta fue la confidente de todos los secretos de Estado del Duce, o al menos así ella se lo creía. Escribió un diario al que le confesaba no solo las intimidades propias de una pareja, el antes, durante y después del acto, sino también todos los comentarios que le hacía su elevado amante sobre sus contactos con Hitler y conversaciones secretas con algunos dirigentes enemigos.
Cuando los aliados lograron invadir Italia por el sur procedentes del norte de África, el Consejo Fascista, con el apoyo del Rey Víctor Manuel III, destituyeron del cargo a Benito y de inmediato fue arrestado. Se instauró en Italia un gobierno más proclive a salir de la Entente que había formado Benito con Alemania y Japón para acercarse más hacia los aliados ante lo arrollador de las tropas aliadas hacia Alemania. A Benito se le recluyó en un hotel de montaña en el mayor de los secretos. Mientras tanto, Claretta, desesperada, aguardaba por noticias en Roma. Hitler, para quién era importante tener un aliado en el sur de Europa, se las agenció para averiguar dónde se encontraba recluido Benito y allá envió tropas de élite a rescatarlo. Los alemanes lograron liberar a Mussolini sin disparar un solo tiro. Lo llevaron a Munich y de inmediato Hitler lo devolvió a Italia, pero ya como fantoche, un pelele que respondía a las órdenes de la Gestapo. Organizó en el norte Italia lo que llamó República Social Italiana o también conocida como Republica de Saló, porque era en ese pequeño pueblo que estaba la sede del gobierno. Corriendo fue Claretta a encontrarse con su amado.
La familia Petacci, que tenía una posición económica muy holgada y no necesitaba favoritismos de un personaje tan influyente, sí supo beneficiarse de las ventajas de tener a Claretta en tan encumbrados niveles. Los italianos veían con desagrado esta familia involucrada en corrupción y nepotismo. Todas las simpatías que tuvo Benito entre el pueblo habían diezmado por las numerosas guerras en las que había hecho participar a Italia con la pérdida de casi medio millón de jóvenes. Todos los italianos veían como Alemania cada vez tenía menos posibilidades de ganar la guerra y las simpatías iban cada vez más hacia los Aliados. Ante el avance de los aliados procedentes del sur, era obvio que la República Social Italiana o República de Saló no tenía ningún futuro. Mussolini, en compañía de su Claretta y de algunos miembros de su gobierno, se escondieron en camiones militares alemanes y huyeron al norte, con la intención de llegar a la frontera suiza y poder refugiarse allí. Desafortunadamente para ellos, a 20 km de la frontera los partisanos, que es así como se les llamaba a los guerrilleros italianos que luchaban contra el fascismo y la ocupación alemana, lograron detener el convoy y fácilmente reconocieron a Mussolini entre los jóvenes soldados alemanes. Hubo un juicio sumario y todos fueron condenados a morir. Desde Radio Milán Libre se daba la noticia que había sido capturado el dictador y que merecía “morir como un perro rabioso”. A partir de aquí hay dos historias.
Dos bandos diferentes de los partisanos se adjudican el ajusticiamiento de Mussolini y los suyos. En una de estas versiones, Claretta no iba a ser fusilada. Sin embargo, ella pidió estar al lado de su hombre y correr su misma suerte. La otra versión dice que desde un comienzo Claretta había sido condenada a muerte. Lo que sí es real es que, a la tarde del día siguiente, la pareja junto con los otros miembros del gabinete de Benito, incluso un hermano de Claretta, fueron entregados ya en estado de cadáver al pueblo de Milán en la Piazzale Loreto. Aquí los cuerpos fueron salvajemente ultrajados, al punto de no ser reconocidos. Golpes, blasfemias, escupitajos, patadas, hasta orine recibieron los cuerpos. La Piazzale Loreto fue escogida porque, tiempo antes, había sido el escenario del fusilamiento de un grupo de partisanos comunistas y era una forma de redimir su memoria.
Tanto daño el pueblo les infringió a los cuerpos, que los organizadores decidieron colgarlos de los pies del techo de una gasolinera Esso que allí se encontraba para que ya no los pudieran lastimar más. La falda de Claretta, por acción de la gravedad, había caído y mostraba sus prendas interiores. Algunas mujeres allí presentes, quizás por simpatía de género, pidieron que se le amarrarse la falda a las piernas con un cable y así no mostrar más sus interioridades. Finalmente, los cuerpos fueron llevados a una fosa común del cementerio Mayor de Milán y enterrados en secreto para evitar que sirvieran de culto. A los pocos días, el cuerpo de Mussolini fue rescatado por un grupo de fascistas, la policía logró recuperar y ocultar el cuerpo del dictador hasta que ya en los años ochenta fue devuelto a su familia y reposa en la cripta familiar del pueblo de Predappio, de donde son originarios los Mussolini. Esa tumba aún hoy en día es visitada por neofascistas simpatizantes de las nefastas ideas de Benito.
En cuanto a Claretta, en lo personal creo que ella fue únicamente culpable de amar al hombre equivocado, al que se le entregó hasta el último momento, del que soportó infidelidades y saber que nunca sería su esposa legítima, que tuvo la valentía de morir a su lado mientras su legítima esposa huía al extranjero con sus hijos. Cierto que su familia se supo aprovechar de la situación y que ella tuvo una vida espléndidamente holgada dentro de las necesidades que pasaba el pueblo italiano en periodo de guerra. Cada cual es juez.
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Me encuentra como “Franck Fernández Historia”.
No es necesario presentar la marca de neumáticos Michelin. No es necesario tener un coche, una motocicleta, ni siquiera una bicicleta para reconocer esta célebre marca de neumáticos francesa. Todos hemos visto a un personaje regordete y blanco formado por neumáticos que lleva el nombre de Bibendum, parecido a un muñeco de nieve. Esta empresa data de la primera mitad del siglo XIX y se dedicaba, después de un fracaso inicial, a la venta de maquinaria agrícola. Sus establecimientos se encuentran en la ciudad de Saint-Etienne, al este de Lyon, en Francia. Así estuvieron las cosas hasta que un buen día, un ciclista inglés que recorría Francia en bicicleta tuvo un fallo de su medio de transporte en la ciudad y los vecinos lo llevaron a la fábrica dirigida por los hermanos André y Édouard Michelin para ver si lo podían ayudar. Ahí Édouard tuvo la idea de que los neumáticos podían ser una forma de diversificar su negocio.
Pronto se especializaron en los neumáticos para ruedas de carruajes a base de caucho que, hasta ese momento, eran de madera y muy ruidosas. Pocos años después comenzó el desarrollo exponencial del automóvil, lo que generó un gran aumento de su producción.
Entendieron los hermanos Michelin que a los viajeros se les podía incitar a salir de casa a recorrer las rutas de Francia si se les editaba una guía. En definitiva, mientras más viajaran más neumáticos gastarían y con mayor frecuencia vendrían a comprar nuevos neumáticos. La historia que les quiero narrar hoy comenzó en el año 1900. Con el advenimiento de un nuevo siglo, que se quería prometedor en desarrollo industrial y científico, un siglo de paz, Francia organizó una gran Exposición Universal en la que naturalmente participó la empresa Michelin que ya era una empresa sólida para estas fechas. Con motivo de esta exposición se publicó la primera Guía Michelin. En aquella época se regalaba la Guía con cada compra de neumáticos. Se editó a 35000 ejemplares cuando en realidad en Francia solo había 2400 conductores. Esta Guía estaba dedicada tanto a los automovilistas como a ciclistas o motociclistas que recorrían las carreteras de Francia, todas en bastante mal estado.
En la primera edición se publicaban informaciones muy importantes como la lista de médicos del país, planos de algunas ciudades, la lista de mecánicos que pudieran reparar bicicletas o coches, así como la lista de las muy raras estaciones de gasolina. Fue en la edición de 1904 que se publicó por primera vez la lista de los hoteles con su precio. El año 1920 fue muy importante para esta Guía. En primer lugar, dejó de ser gratuita, porque un día en una gasolinera, André Michelin vio cómo utilizaban una guía para calzar la pata coja de una mesa. Fue también en ese año que comienzan a publicar la lista de restaurantes.
Fue en la edición de 1926 que comenzaron a darse estrellas para designar a los mejores restaurantes. En un principio era por indicación de los clientes que catalogaban a un chef o a un restaurante, pero más adelante desde la dirección de Michelin comenzaron a enviar inspectores anónimos que tenían que tener, como mínimo, 5 años de experiencia en el mundo de la gastronomía para ser contratados. Serían estos inspectores los encargados de adjudicar estrellas. El significado de las estrellas es el siguiente: una estrella es un buen restaurante dentro de su categoría, dos estrellas significa que es una cocina de primera clase para su tipo de comida y tres estrellas son los establecimientos con una cocina excepcional que hace que se justifique venir a visitar este restaurante.
Sin embargo, para que un restaurante tenga estrellas no es necesario que sea un lugar elegante. En cuanto al establecimiento, lo que se pide es evidentemente que sea un lugar limpio y que elementos ajenos no molesten la degustación y el olor de los platos, por ejemplo, aires acondicionados muy fuertes o un baño cerca con olores desagradables. Sin embargo, la ingeniosidad, la presentación, un servicio esmerado y la calidad de los ingredientes son elementos fundamentales para que se otorguen estas estrellas. Y una cosa debemos tener muy clara: las estrellas se dan y se quitan. No son de por vida. Tenemos el caso de un importante chef suizo, Bernard Violier, a quien en 2016 se le quitó una estrella a su Restaurant de l’Hôtel de Ville, en la pequeña comarca de Crissier, en el cantón de Vaud en Suiza. A la mañana siguiente se le encontró sin vida en su casa, no pudo soportar la pérdida de una estrella.
La Guía Michelin ha tenido un lugar importante en la historia de Francia. Como todas las carreteras estaban tan bien indicadas en esta Guía, al invadir Francia en 1940, los alemanes traían en sus bolsillos una Guía Michelin para poder circular mejor dentro del territorio ocupado. Esto lo entendieron muy bien los alemanes y prohibieron la publicación de las Guías Michelín mientras ocuparon Francia. Sin embargo, con el acuerdo secreto de Maurice Michelin, heredero de la empresa familiar, en Washington se hizo una edición especial de la edición de 1939 y cada oficial aliado que participó en el desembarco en Normandía en 1944 también traía en su bolsillo una guía Michelin. Y fue buena idea. Los alemanes habían destruido todas las señalizaciones de las carreteras de Francia.
Desde sus comienzos, la empresa Michelin fue una empresa paternalista. Los hermanos Michelin eran del tipo de empresarios que considera que el mejor empleado es el empleado bien alimentado, con buena salud y contento con el trabajo que realizaba. Cerca de su fábrica principal de Clermont-Ferrand construyeron casas muy confortables que incluían, cosa rara para la fecha en Francia, cuarto de baño con calentador de agua. También crearon escuelas, centros hospitalarios, centros deportivos, pensión en caso de enfermedad y ayuda a las viudas en caso de fallecimiento de un empleado. Con la invasión de Francia, los alemanes ocuparon las plantas y los obligaron a trabajar para equipar con neumáticos los vehículos del ejército alemán. Maurice inventó un caucho que se desmoronaba cuando la temperatura bajaba a 0 °C. Podemos imaginar el resultado durante la invasión a Rusia con el crudo invierno de ese país. Los alemanes entendieron que se habían burlado de ellos. Maurice fue llevado al campo de concentración de Buchenwald, donde falleció en 1945.
La Guía Michelin se encuentra presente en muchos países y las estrellas se conceden a establecimientos de diferentes lugares, siendo Tokio la ciudad que más establecimientos tiene con estrellas. Si bien en México no hay restaurantes con estrellas Michelin, porque no existe esta clasificación en este país, existen restaurantes de comida mexicana en el extranjero o restaurantes abiertos por mexicanos que sí tienen estrellas Michelin, lejos del trillado Tex Mex, el taco y el burrito.
Las estrellas Michelin son una gran responsabilidad para el chef o el restaurante que las ostenta. Es un trabajo inmenso que los obliga a redoblar esfuerzos para mantener todos los criterios por los que un inspector anónimo lo propuso para 1, 2 o 3 estrellas. Un restaurante o el restaurante donde trabaja un chef con estrellas tiene la garantía de que las reservas para venir a degustar sus platos aumenta considerablemente, llegando a formarse una larga lista de espera. Los precios deben subir porque se deben incrementar los gastos en la compra de ingredientes de la mejor calidad. La atención al público debe ser tan esmerada que se debe aumentar la cantidad de empleados dentro del restaurante, haciendo también que el renglón de salarios y cargas sociales aumente. No pocos han sido los restaurantes o chefs que voluntariamente han devuelto las estrellas ante la enorme responsabilidad que ello conlleva.
De todas formas, con o sin estrellas, barato o caro, modesto o elegante, un restaurante siempre es bien apreciado por la calidad de su comida.
Franck Fernández
El año 1812 fue un año muy importante para el mundo. Fue en ese año que el noble pueblo ruso, al lado de su ejército dirigido por el General Kutúzov y, a la cabeza de todos, al zar Alejandro I, demostró al mundo que el ejército napoleónico no era invencible. Tardó mucho Napoleón en darse cuenta de que no podía doblegar a esta gran nación y cobardemente huyó de un Moscú incendiado abandonando a su triste destino a los miles de soldados que ciegamente lo siguieron. Las grandes estepas rusas, un frío particularmente crudo ese año y las incesantes incursiones de los campesinos y soldados hicieron que el invasor francés pagara con su vida tamaña osadía.
El 25 de diciembre de ese año, Alejandro I manifestó que quería construir una iglesia en honor a todos aquellos que murieron en esta guerra. La iglesia estaría dedicada al Cristo Salvador por haber salvado a la tierra rusa de la invasión francesa. En el manifiesto dice textualmente: – …expresar nuestra gratitud a la Providencia divina por salvar a Rusia del desastre que se cernía sobre ella… Primero se hizo un diseño a cargo del arquitecto Witberg en un estilo neoclásico.
Los trabajos comenzaron en lo que en esa época eran las afueras de Moscú, en un lugar conocido como Colina de los Gorriones y donde ya había un monasterio de monjes ortodoxos. En 1837 los trabajos se paralizaron porque el subsuelo no era el más adecuado para la iglesia que se quería construir. A Alejandro I lo sucedió Nicolás I, quien pidió que se cambiara el proyecto inicial que no era de su agrado encargándole un nuevo proyecto al famoso arquitecto peterburgués Konstantín Ton, pero en un estilo neobizantino, inspirado en la iglesia entre todas las iglesias, Santa Sofía de Constantinopla.
Según los lineamientos de Nicolás I, la construcción duró 44 años a partir 1839, año en que este zar colocó la primera piedra. Los trabajos terminaron y se consagró la iglesia en presencia de Alejandro III el 26 de mayo de 1883. Todos los que llegaban a este magnífico edificio quedaban maravillados por las inmensas paredes de mármol blanco de las fachadas, las hermosas cúpulas en forma de cebolla típicas de la arquitectura rusa y que necesitaron 400 kg de oro para dorarlas. El interior era una inmensa profusión de granitos, mármoles y todo tipo de piedras de diferentes colores. El piso, todo de mármol y granito, recordaba un inmenso tapiz oriental y en las paredes había una gran diversidad de pinturas con escenas bíblicas, escena de las batallas en las que los rusos se enfrentaron a las tropas napoleónicas, retratos de príncipes rusos que en el pasado lucharon por su país y los nombres de todos los valientes que murieron durante esta guerra.
En el año 1917, con la llegada de los bolcheviques al poder, solo en la ciudad de Moscú se destruyeron 2200 monumentos arquitectónicos, fundamentalmente religiosos. Sacerdotes y monjas por miles fueron fusilados por los bolcheviques. Evidentemente, la iglesia de Cristo Redentor, la mayor de las iglesias ortodoxas del mundo, era el templo a destruir. Y su día llegó en el verano de 1931. La iglesia fue dinamitada hasta en sus cimientos por orden de Joseph Stalin. La excusa… baladí: –Me obstruye la vista de la ciudad.
En su lugar quería construir el rascacielos más grande del mundo, de 415 metros de altura, coronado con una estatua de Lenin apuntando con su índice derecho al horizonte. La estatua del fundador del gobierno soviético mediría ella sola 100 metros suplementarios. El índice derecho de Lenin mediría la bagatela de 6 metros. Una gran obra a la gloria de la Unión Soviética. Se comenzaron los trabajos de movimiento de tierra que pronto se detuvieron por dos razones principales: la primera fue la misma que había dificultado la construcción del Cristo Redentor en sus inicios, ríos subterráneos tributarios del cercano río Moscova, y la segunda fue una nueva invasión de la tierra rusa, esta vez por las hordas nazis. Hitler no había entendido la lección que le había dejado Napoleón. A la muerte del asesino dictador georgiano, le reemplazó en el poder el ucraniano Nikita Krushchev, a quién poco le interesaba aquel edificio. De todas formas, considerando que en Moscú las nubes son bajas y grises durante casi siete meses al año, de aquella monumental estatua de Lenin solo se hubieran podido ver los pies. Sin embargo, algo sí se construyó en Moscú y modeló el horizonte de la ciudad. En el mismo estilo del Palacio de los Soviets que nunca se construyó salieron de tierra otros 7 proyectos, todos en el mismo estilo art decó estalinista. Aún siguen en pie. Se les conoce como “Las Siete Hermanas”. Algunos de estos proyectos son la Universidad Lomonósov, el hotel Leningrado, el hotel Ucrania y el Ministerio de Exteriores.
Krushchev decide construir en aquel inmenso lugar donde había estado la iglesia una gran piscina, la más grande del mundo, de 129 metros de diámetro, siempre dentro de la desmesura comunista. Esta piscina mantenía una temperatura constante de 27 °C hasta que el peso de la inestabilidad económica y de lo indebido de este régimen llevaron a su estrepitosa caída de la Unión Soviética, como todos podremos recordar.
En 1994, el clamor de que se construyera una nueva iglesia y el apoyo del presidente Boris Yeltsin y de Yuri Luzhkov, alcalde de Moscú, fueron propicios para la reconstrucción de una nueva iglesia del Cristo Redentor. El pliego de condiciones era claro: si bien se podrían utilizar técnicas y materiales contemporáneos de construcción, la iglesia tenía que ser lo más cercana posible a la que había destruido Stalin.
Gracias a algunos planos que aún quedaban, a las fotografías y a un gran estudio de investigación, se logró hacer esta nueva iglesia de Cristo Redentor, casi idéntica a la perdida. La nueva cuenta con todas las técnicas contemporáneas posibles: parqueo subterráneo, uso de la electrónica más moderna, rápidos elevadores y adecuada iluminación. Hoy una vez más, como antaño, la iglesia del Cristo Redentor es la iglesia ortodoxa más grande del mundo y, una vez más, está adornada por una inmensa profusión de mármol blanco, granito rojo, gris, negro y todo tipo de piedras multicolores. También una vez más hay grandes cuadros murales que representan escenas de la biblia y la epopeya de 1812. La iglesia fue consagrada por segunda vez después de 5 años construcción el 19 de agosto de 2000 por el patriarca ruso Alexis II con motivo del día de la Transfiguración de Cristo. De los 300 millones de dólares que costó su reconstrucción, 200 los aportó el estado ruso y la diferencia con pequeñas o grandes donaciones de casi un millón de moscovitas que querían recuperar su antigua iglesia. En su calidad de lugar de culto ortodoxo, allí se celebraron los funerales de estado de Boris Yeltzin en el año 2007, como lo fueran los de Alejandro III en 1894.
Que lo entiendan los gobernantes que, en vez de promover el bien y las tradiciones de su pueblo y preservar su historia, se dedican a la destrucción. El pueblo siempre termina victorioso.
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Franck Fernández
Cada cual tiene algo de qué arrepentirse. Hay cosas que hicimos mal y de las que ni queremos hablar, porque solo pensar en el eventual daño que causamos nos da profunda vergüenza. Los católicos tienen el poder del perdón de la confesión o incluso un acto de contrición, pero las naciones no. Algunos personajes de la política han tenido la valentía de pedir perdón por algo de lo que ellos personalmente no son responsables, pero sí cargan con la culpa general del daño que hicieron sus antepasados. Pienso en algo de lo que Gran Bretaña no puede estar orgullosa… es la guerra del opio de la que ya no se habla mucho. Hagamos un poco de historia.
Estoy hablando de hechos que comenzaron a gestarse a finales del siglo XVIII, que se desarrollaron ya en el siglo XIX y que, como casi siempre, fueron motivados por el dinero. China es una nación con una cultura milenaria, de muy refinadas costumbres, aunque con innumerables actos de extrema crueldad en su historia. Eso que vemos en los chinos de hoy que solo quieren exportar sus productos e importar poco de los demás países no es nada nuevo. Lo llevan en la sangre. Fue esta forma de proceder lo que llevó a los acontecimientos de los que les quiero hablar hoy.
Para los años 1800, Inglaterra comenzó un importante desarrollo de su industria sobre la base de toda una serie de descubrimientos. Es lo que la historia llama “la revolución industrial”. Inglaterra, vencedora frente Napoleón, aumentó grandemente su poderío naval, lo que ayudó a la creación de industrias que aumentaron la producción de productos manufacturados. Por otra parte, Inglaterra importaba de China grandes cantidades de té, de porcelana y de seda. En contrapartida, China, que había vivido durante siglos cerrada al mundo, era perfectamente sustentable con los productos que en su territorio se producían. Por demás, China quería que los productos que exportaba al extranjero fueran pagados exclusivamente con barras de oro o plata. Eran ellos los que imponían el precio, sin ningún tipo de negociación. La balanza comercial en este comercio era terriblemente desfavorable para los ingleses que, no queriendo pagar con oro y plata, querían también exportar sus productos. Hasta ahí todo suena lógico. El detalle es que Inglaterra encontró una oprobiosa solución para cambiar el curso de las cosas.
El opio es una sustancia que, desde la más remota antigüedad, es utilizada por el ser humano tanto para calmar dolores como para drogarse. Ya en Sumeria se consumía opio. También en Egipto. Los chinos no eran ajenos a este consumo y no solo producían la amapola de la que se extrae esta sustancia, sino que también la importaban de Sumatra. En 1773, los ingleses logran hacerse del monopolio de la exportación de opio a China. Nunca ningún monopolio ha sido bueno, ni el púbico ni el privado. El terrible problema del opio es que es una droga altamente adictiva y el drogadicto tiene enormes trastornos si desea alejarse de ella, lo que llaman la desintoxicación o destete.
El sistema de diferencias sociales y las divisiones en China era frustrante para las clases bajas, que deban riendas sueltas a su malestar consumiendo opio. El daño a la población era elevado. Muchos dejaban de trabajar y abandonaban sus obligaciones y familia debido al vicio. Por primera vez un gobierno se vio en la disyuntiva de legalizar el uso de la sustancia o declararle la guerra y erradicarla. El emperador Daoguand, de la dinastía Qing, optó por la solución de su prohibición y erradicación cansado de ver el dolor y decadencia de sus súbditos. Para esta época, los ingleses solo tenían el derecho de comerciar en la ciudad de Cantón. Esta centralización del comercio en Cantón había dado lugar a trastornos sociales, aumento de la prostitución y una galopante corrupción entre los dignatarios chinos de la ciudad. Desde Cantón, el opio se expandía por todo el país. Allí se dirigió uno de los generales del emperador para destruir las reservas de opio y cerrar el negocio de los ingleses. El stock era de más de 1000 toneladas de opio que fue quemado o tirado al mar. La mercancía estaba valorada en 2 millones de libras esterlinas de aquella época.
Ante esta pérdida, los ingleses furiosos mandaron su armada para hacerle la guerra a China y hacer que se les compensara. La guerra tenía un objetivo oculto: imponerle a China aceptar los productos ingleses y abrir nuevos puertos y ciudades al comercio. Los ingleses no lograron tomar el puerto de Cantón, pero sí se ampararon de otros puertos, entre ellos el de Hong Kong. Ante la superioridad del ejército inglés y debido a lo mal preparados y armados que estaban los soldados chinos, los ingleses ganaron con facilidad la guerra y le impusieron a China un muy desigual tratado de paz, el Tratado de Nankín. Fue con este tratado que China se vio en la obligación de abrir 5 puertos al comercio internacional e Inglaterra obtenía el usufructo de la isla de Hong Kong durante 150 años. Esta guerra duró de 1849 a 1852 con muchas pérdidas del lado chino y unos pocos heridos del lado inglés.
Hubo una segunda guerra del opio que los historiadores consideran la continuación de la primera. Esta guerra se desarrolló entre los años 1856 y 1860. El pretexto fue que los soldados chinos tomaron prisioneros a unos marinos ingleses, siempre por causa del opio. Una vez más, la armada inglesa se presentó en son de guerra ante las costas de China, pero esta vez no venían solos. El pastel era grande y había para todos. Junto a los ingleses vinieron los franceses. No tardaron en unirse, como en pandilla, los rusos y los norteamericanos. Los invasores llegaron hasta Pekín y destruyeron el Palacio de verano del Emperador. Cada una de las potencias obtuvo su pedazo de la China vencida. Los ingleses ampliaron su posición de Hong Kong hacia la vecina península de Kowloon. Los rusos obtuvieron territorios que le permitieron extender sus dominios hasta el Océano Pacífico a expensas de Manchuria. Allí fundaron la ciudad de Vladivostok y también Port Arthur que después perdieron en guerra contra los japoneses en 1905.
Todos estos acontecimientos fueron un fuerte golpe a la ya decadente dinastía Qing, de origen manchú, proclamándose no mucho más tarde una república que, después de la invasión de China por los japoneses y la Segunda Guerra Mundial, llevó a la proclamación de una república comunista al mando de Mao Zedong. Este régimen de Mao causó gran dolor, hambrunas y mucha muerte y desgracia al país. Así estuvieron las cosas hasta la muerte del asesino dictador comunista y la llegada al poder de Deng Xiaoping que poco a poco llevó a China a la situación en la que la encontramos hoy.
Fue el 1 de junio de 1997 que el príncipe Carlos, en representación de la Gran Bretaña y después de 150 años de presencia británica en Hong Kong, retrocedió a los chinos la posición que habían tenido. A pesar de que Hong Kong hasta el día de hoy tiene un estatuto especial y no todas las leyes de la República comunista tienen allí validez, China ha querido paulatinamente eliminar las libertades especiales de la isla. Es necesario decir que hasta 1997, a pesar de que Hong Kong era colonia británica, sus habitantes vivían en democracia.
A finales de 2019, los habitantes de Hong Kong se lanzaron en masa a las calles, todos a una, para defender su libertad en protestas que, muy oportunamente para los chinos, fueron detenidas por la llegada del coronavirus. No olvidemos lo que dice el viejo refrán: más vale malo conocido que bueno por conocer. Y créanme, esto se aplica en todos los niveles de la vida… en particular en política.
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El hombre está esperando en el sillón individual que forma parte de esta sala fuera de lugar en el café, donde la mayoría de las mesas son normales, rodeadas de sillas; no como estos dos sillones con espacio para dos personas, que con el individual y esta mesita de centro, conforman el mobiliario formal de una sala de estar en una de las esquinas del lugar. La sala está cerca de la puerta. Desde aquí el hombre ve una de las paredes del pasillo de entra- da. La luz solar de la tarde invernal es reflejada por los cristales de los coches que circulan por la calle, proyectan sombras alargadas de los transeúntes sobre el muro, siluetas magnificadas en las que intenta reconocer, antes de que aparezcan, las personas que espera. Quizá se pregunten: ¿cómo sabe el narrador eso?, ¿será que él mismo protagoniza o protagonizó este suceso?, ¿ese hombre designado en tercera persona no será una primera persona disfrazada? Tal vez sea así, aunque también es probable que sólo una parte del hecho haya ocurrido de esta manera, un acontecer imaginado en forma paralela al que en realidad se verificó, donde al final sí asistieron sus amigos, no como en este relato en el que transcurren los minutos y las horas, y en el que, al parecer, ninguno de ellos cumple con la cita. Aunque ya les dije el final, o parte del final de esta historia que no es mi historia, o que puede ser- lo en forma parcial, espero sean comprensivos, pacientes y generosos y que continúen leyendo hasta el término de la narración, pretendido cuento que les cuento. El hombre está sentado en ese sillón individual, chupa un cigarrillo, la brasa destella de cuando en cuando, así que en realidad, ¿ya ven?, no soy yo, que no fumo. Aunque el hombre por lo general odia la música y las televisiones en sitios públicos, ahora maldice el ocio, se ha olvidado de traer un libro. No tomó en cuenta la impuntualidad de sus compañeros. Pensó que conversaría todo el tiempo, que al menos escucharía la plática, pues él no es un buen interlocutor; sin embargo, le encanta escuchar diálogos interesantes. Observa su entorno y registra por vez primera que se trata del patio techado de un edificio colonial. Al menos así se aprecian las columnas hasta la segunda planta. Recarga la nuca contra el respaldo del sillón, se siente cómodo, descansa el cuello y descubre que le fueron agregados a la construcción original un tercero y cuarto pisos, cuyos soportes parecen art nouveau. De nuevo con la mirada en la planta baja, observa los cuadros expuestos alrededor del perímetro del patio donde está el café. Le recuerdan los dibujos de algún segmento de animación de la película The Wall de Alan Parker, aunque hay quien dice que no es suya, o que su coautor es Roger Waters, el alucinado miembro de Pink Floyd a quien se le ocurrió la historia. En mi muy modesta y particular opinión, y en la de mi personaje, que a fin de cuentas bien pudiera ser yo, la película es de Parker, pues reconozco constantes de estilo en todos sus filmes. Pero basta con la digresión, me quedé en que el hombre está observando los cuadros, tienen figuras antropomorfas, sin rasgos distintivos, seres sugeridos en ambientes oscuros, un poco como la atmósfera del mismo café, que se va haciendo más sombría a medida que transcurre la tarde. Algunos de los cuadros carecen de marco. Ahora se percata de un detalle: las pinturas se salen de sus márgenes y siguen su camino por las caras laterales de los bastidores y desde ahí invaden la superficie de las columnas y paredes donde están colgados. Fondos negros mezclándose con la oscuridad silenciosa del ambiente. Quizá este texto, que se quiere cuento, está inspirado por esos cuadros, pues de la misma manera en que estos trascienden el área donde se plasma la imagen, esta narración pretende salir del plano del texto, mostrar lo que se supone no debe, pues destruye la ilusión de universo independiente que debe respetar todo cuento que se respete… una especie de kunderazo donde el autor nos platica de donde proceden sus personajes, historias y ambientes, y como los va armando. En fin, la verdad es que esto se me ocurrió antes de ver los cuadros, antes de que el hombre viera los cuadros. Las otras mesas están un tanto alejadas, ni siquiera puede escuchar la conversación de otras personas, hablan casi susurrando, como en una iglesia, cuchichean. El hombre se ensimisma, sigue esperando mientras fuma y alarga el consumo de su taza de café, ahora frío. La mesera le dirige miradas furtivas de reprobación pues él solo ocupa una sección para cinco personas. En el muro las sombras se confunden unas con otras, dando por momentos la apariencia de se- res monstruosos, luchando o haciendo el amor. Se fusionan.
La mesera se decide y trae la cuenta. No la vio venir, de pronto se encuentra a su lado. —¿Le puedo dejar…? —¡No, no me puede dejar nada! ¿Acaso se la pedí? Estoy esperando a unas personas… La mujer medio se disculpa entre dientes y se aleja. Algunos comensales voltearon a ver la escena. El silencio se apropia del lugar. El tiempo parece detenerse. El hombre sigue apoltronado en el sillón individual, el cenicero está lleno, la cajetilla vacía, el café está frío, la mesera intenta fulminarlo a distancia, sus amigos no llegan. En ese momento detecta la sombra sobre la pared, una nueva silueta. Perfecto recorte móvil contra el muro, una figura que no desaparece ante el recorrido de los autos de afuera; por el contrario, crece, se corporiza, adquiere un volumen intangible, avanza, traspone el umbral y se dirige hacia él, se magnifica, va colmando todo el recinto, envuelve al hombre de frío y de oscuridad, mas nunca de miedo. Al último queda el silencio, sólo el maldito silencio. El sillón individual está vacío, la mesera maldice a media voz.
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