La última oportunidad

Vladimir Rodríguez Martínez

Mamá murió hace cuatro días. No le reclamo que por los cuidados tan meticulosos que ella necesitaba, hoy sea un solterón de 44 años; tampoco le reclamo las injurias contra mi persona por parecerme a mi padre, ni las exigencias absurdas a la hora de la comida, y mu•cho menos los extraños accidentes que me ocurrieron durante mi infancia. Ya lo he superado, el día de hoy, no le guardo rencor; eso para mí ya no importa, he aprendido a perdonarla; lo que le reclamo, es que no me haya dado tiempo, el que se me haya adelantado, el que se haya muerto.

Dejé las flores en el suelo, encendí un cigarrillo; miré durante unos instantes la lápida. Entre el humo del cigarro y el aire seco del cementerio comencé a percibir un olor extraño, sentí un hueco en el estómago, un mareo ligero y una gran resequedad en la boca.

Miré a lo lejos y no pude distinguir algo extraño en los alrededores, sólo una neblina verde y un sujeto encorvado a lo lejos, no le tomé importancia y seguí fumando mi cigarrillo.

Después de un rato el sujeto se acercó un poco más y pude ver su aspecto desaliñado, su ropa roída, la expresión rígida y pálida en su rostro lleno de tierra, su cabello seco y deteriorado. Al momento no pude entender lo que estaba pasando, hasta que cuerpos putrefactos comenzaron a emerger de las demás tumbas. Corrí hacia mi camioneta lleno de horror y excitación. Al llegar, saqué mi escopeta, revisé la recámara y confirmé que estaba llena; así atiborré mis bolsillos con algunos cartuchos y regresé rápidamente al cementerio pues sabía que los muertos estaban vivos, que se habían levantado de sus tumbas y que ésta era mi última oportunidad de dispararle a mi madre.

Tomado de: Antología Zombie, Endora Ediciones, México, 2012, p.31

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