C o br a d e ar t e

Kobda Rocha

La primera vez que el diablo subió al mundo lo hizo en forma de reptil. En ese entonces, él y Dios todavía no eran enemigos. Sí, ya estaba desterrado por haberlo desafiado hacía milenios, pero el odio (como tal) aún no engordaba en sendos corazones. De hecho, para Dios, el diablo era un tipo anodino y debilucho, incapaz de comparársele siquiera —eso había quedado demostrado cuando, por tozudo, lo arrojó al abismo del leteo—; y, a su vez, el diablo aún se concebía como un subordinado de Dios, aún lo consideraba su jefe, aún le temía y lo respetaba, aún no se conocía a sí mismo. Por aquellos tiempos, la inicial de uno era capital mientras la del otro seguía minúscula; allí se notaba la diferencia de poder.

La primera vez que el diablo subió al mundo lo hizo sin malicia. En ese entonces, no existía el pecado… no es porque no existiera en sí —pues, de hecho, el pecado, igual que todo lo demás, ha existido siempre—, sino porque Adán aún no era capaz de distinguir entre la concupiscencia y la virtud. Por aquellos tiempos, no existía un código ético maniqueísta al cual debieran apegarse las criaturas del Edén. Por lo tanto, a nadie (ni siquiera a Dios) le extrañaba que Adán anduviese haciendo amistad con los elápidos.

La primera vez que el diablo subió al mundo lo hizo arrastrándose. En el camino, mudó cuatro veces de piel, sus colmillos se afilaron, sus escamas se engrosaron, sus anillos se coloraron de un sensual verdoso, su cuerpo se agigantó cuatro, cinco, seis metros. Cuando finalmente arribó a donde Adán, trepó los árboles cercanos a su morada para verlo mejor, pues es imposible apreciar la belleza humana estando a ras del suelo. Enroscado entre las ramas primaverales de tan frondosa arboleda, sintióse nuevamente en las alturas: era lo más cercano al cielo que había llegado en años. Así que, soberbio, mordió el fruto colgante del manzano sobre el cual se encontraba arrellanado. En un instante, su mente comprendió el universo entero, la verdad se posó sobre sus ojos y con total naturalidad develó la complejidad cosmogónica de dios, el dios que ahora se escribía con minúscula. Perdió su postura amorrada, irguió su cuerpo por primera vez, levantó la frente e inventó la primer blasfemia en la historia al deslizar con seña burlona su insolente lengua por entre sus labios.

Dios, ahora ya atemorizado, amenazado por primera vez, lo expulsó del Edén igual que lo había expulsado del paraíso tiempo atrás. El diablo, ahora ya astuto, sabio, regresaría por Adán. Por eso, la segunda vez que el diablo subió al mundo lo hizo en forma de mujer.

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