A IMAGEN DEL CREADOR

Mira por la reducida rendija de la ventana. Amanece y el cielo es la misma masa densa y gris de siempre. Se incorpora con dificultad, tropezando con las chanclas que dejó a un lado del reclinable y que había olvidado calzarse para no agarrar el frío de las baldosas de porcelana gris. Vuelve al único sillón que aún conserva, se acomoda la manta sobre las piernas y mira a su alrededor: las ventanas tapiadas, el refuerzo de caucho colocado al metro treinta en las paredes, los estantes de acero inoxidable con paja y diversas provisiones sintéticas en lo alto, los platos del mismo material llenos de agua y dispersos por el piso, en la que antes era una elegante mansión; donde encumbrados personajes departían con él. Una de tantas edificaciones con lo último de la arquitectura electro-dinámica, recubierta con una fachada de piel de dióxido de titanio que desprende los radicales libres para convertirlos en un nitrato inocuo auto-limpiante con el agua de lluvia y el material anti-radioactivo que estuvo de moda hace algunos años. Entrecierra los ojos, como si fuera a recordar algo, como si ese telón de delgada piel y que ahora lo ciega fuera a conectarlo con el pasado. En la habitación en la que se halla, al igual que en las demás de su hogar —que hoy puede llamar guarida— decenas de hologramas tapizan los plafones, testimonio de su ser físico, del que en la actualidad es un hombre de cien años. Éstas son evidencias de que él es él y nadie más, una prueba que dejará como constancia de sus múltiples rostros; también es el registro de algo que a menudo le sucede y que lo hará recordar, por si vuelve a nublársele la razón. De no tener dicho récord en el scroll, tampoco podría dejar evidencia de sus hallazgos. Tiempo atrás llegó a pensar que eran alucinaciones, una jugarreta de su imaginación, hoy sabe la verdad. Desde joven fue el más inquieto, siempre dispuesto a ir más allá, investigarlo todo. Esa misma curiosidad lo llevó a estudiar genética, una forma de entender desde adentro cómo funciona cualquier organismo, de qué está hecho, cuáles sustancias le dan vida, forma y lo hacen ser lo que es. Anhelaba ser reconocido, premiado; fue cuando comenzó investigaciones para la universidad, quería probar su teoría, la que sustentaba al secuenciar el genoma en tiempo real, permitiendo detectar, al instante, la mutación de un microbio, descubrir cómo se multiplica y detener su desarrollo antes de que sucediera una epidemia. Él había sido el precursor de la vacuna contra las adicciones, que producía anticuerpos para destruir las moléculas de la droga antes de que llegaran a alojarse en el cerebro. Años atrás, las nanopartículas crearon pequeñas dosis de cisplatino y docetaxel, que iban directamente a las células cancerosas para reducir el dolor y los efectos secundarios de la quimioterapia. La ciencia estaba a un paso de controlar la terrible enfermedad. De igual manera, los transgénicos habían revolucionado las cosechas y ayudado en el abastecimiento para miles de personas que de otro modo nunca hubieran podido tener acceso a una alimentación adecuada, al menos eso se pensó en el momento. Luego, los fallecimientos por intoxicación se contaron por millares. Hace algún tiempo que no puede confiar en el espejo; esa superficie ahora le causa terror. Ésa fue una de las razones por las que Vilmek se deshizo de todos los que aún conservaba de la antigua decoración. Si no quitó el del baño fue solamente porque era indispensable, aunque le costara admitirlo, y la única manera de verificar si debía echar doble cerrojo a la puerta de entrada antes de que fuera demasiado tarde. Él era joven cuando los avances en la terapia neuronal salieron a la luz, igual que varias otras nociones que invadirían el mercado consumista. Su propuesta, también innovadora, daría la posibilidad al ser humano de transmutar aquella parte en el ácido desoxirribonucleico que presentara una deformación o patrón no conveniente en la información que sería transmitida al siguiente producto, con la salvedad de que la “corrección” y modificación de las moléculas podría hacerse in situ, y el sujeto en cuestión tendría la facultad de variar aquello con lo que estaba insatisfecho. La instrucción en el ADN dejaría de ser parte de la herencia legada a la generación siguiente. Cambiando el código, el ser humano podría tener la capacidad de ser tan perfecto como deseara; según la propuesta de Vilmek su teoría facilitaba una salud a prueba de todo. Varias décadas habían transcurrido desde el éxito obtenido al duplicar a un ser vivo a partir de una célula; de igual manera, bastante tiempo atrás los experimentos con las células madre para prevenir enfermedades mortales fueron perfeccionados y cualquiera podía tener acceso a esa conocida práctica. También en el pasado quedaban los lentes de contacto con visión nocturna, los respirocitos: glóbulos rojos robóticos con doscientas veces más oxígeno para estar bajo el agua durante minutos interminable, así como el método para crear órganos de manera artificial con el fin de cubrir la necesidad de los trasplantes, y ni qué decir de la técnica de los chips insertados en el estómago para controlar la dieta y mantenerse siempre delgado. Todo ello proporcionó a la humanidad una mejor calidad de vida y, además, la posibilidad de alargar la existencia. Personas de ochenta años dejaron de ser llamadas “de la tercera edad” para convertirse en adultos jóvenes, ya que la mayoría llega ahora sin dificultad a los ciento cincuenta años. Todo habitante de la Tierra pudo ser el perfecto prototipo del ideal físico: 1.95 cm de altura para los hombres y 1.85 cm para las mujeres; extremidades musculosas sin llegar a la exageración, un torso largo, caderas estrechas para ambos sexos y oídos pequeños, casi imperceptibles. Desde luego, el cabello se usa al rape siempre, de modo que su crecimiento fue controlado para no tener que recurrir a las tijeras. La piel, en su totalidad, está desprovista de cualquier vellosidad y el color dejó de representar un problema, porque cada quien se tiñe según su gusto. Lo único que realmente distingue a los hombres de las mujeres consiste en la estatura, por lo demás tanto la vestimenta como el arreglo personal es el mismo. Ahora abre los ojos y fija la mirada en lo alto, donde los hologramas muestran extraños seres: un cerdo con patas de conejo, un oso hormiguero con pezuñas de caballo, un chimpancé lampiño, algo parecido a un felino, una liebre, un pecarí, un lémur de pelaje indefinido… Algo en su interior se agita y de nuevo siente las punzadas en las sienes. Si sólo pudiera olvidarlo todo, que la metamorfosis fuera un mal sueño, mientras encaja la aguja con el potente somnífero en el antebrazo. Pese al avance en la tecnología y en la ciencia, él es un fenómeno que debe esconderse si no desea ser parte de los especímenes que conforman las salas de las “fallas médicas”, como designaron a los errores cometidos en aras de conseguir más ventajas para la humanidad. Así, llegaron a ese compendio de monstruosidades algunos animales de laboratorio de los científicos que probaban alcanzar la inmortalidad para el ser humano; otros, igualmente notorios, agregaron a ese sumario criaturas deformes con las que experimentaron la vibración de las moléculas de las células para lograr el traslado simultáneo de cuerpos de un lugar a otro en cuestión de segundos. Las deformidades sufridas por esos seres martirizados les habían logrado un lugar “destacado” en el Museo de Tecnologías Extintas. Vilmek, quieto como un molusco, comienza a sentir los estertores del cambio. Sigue con los ojos cerrados y teme abrirlos. Con los últimos rasgos humanos trata de recordar si dejó en buen sitio y prendida la reproductora holográfica. En el momento en que su conciencia empieza a desvanecerse, siente los latidos del corazón en sus articulaciones, como el deshielo corriendo debajo de montañas. Se mueve en el sillón, roza la tela con su rugosa piel verde olivo, y sus movimientos convulsos dejan algunas membranas adheridas al mueble conforme se desliza hacia el piso. Cuando recobra la razón, horas o quizá varios días después —¿quién puede decirlo?—, sale del túnel negro donde cree haber permanecido, luego siente las arcadas del vómito y corre al baño. Ve con asco los restos de lo que parecen ser arañas, moscas y otros insectos que ha arrojado junto con un líquido viscoso. Siente las articulaciones doloridas y aún con manos temblorosas checa el aparato que le confirmará en qué se ha convertido esta vez. Después, la impresión tomará lugar con las decenas de sus transmutaciones, una más para la colección en las paredes. Piensa cuál habrá sido su transfiguración y si ya se diluyó el ADN del huésped efímero, ¿qué animal lo habitó en esta ocasión? Sigue esperando a recobrar por completo su cuerpo, pero las horas pasan y nada sucede. Al fin se levanta. ¿Y si no pudiera recobrarme del todo? Busca frenético, con manos temblorosas, el arma escondida entre los paneles metálicos del cuarto de baño, ésa que pondrá fin a su existencia… en caso necesario. ¿Se atreverá a mirarse al espejo? Con dificultad ante tanta claridad, abre los ojos. La repulsión que lo acomete lo hace retirarse momentáneamente unos pasos. ¡No es posible, esto no, por Dios! Pronto se da cuenta de la alteración permanente en su anatomía: de sus axilas cuelgan varios centímetros de piel, tres de las uñas de sus pies son garras filosas y, al mirarse, con sus ojos diminutos como cabezas de alfiler, logra ver su rostro de murciélago.