Cosas que…

Débora Hadaza

Salir del cine, tomar una mano, no otra, caminar en silencio, ver al otro en absoluto silencio, adivinar la sonrisa que no se ve, los pensamientos que no se dicen, el calor que no se siente.

Salir del cine, de la biblioteca, de la cafetería, de la casa, completamente sólo, con un silencio no de plenitud sino de vacío; no con una mano llena sino incompleta, como si le faltaran otros dedos que nunca tuvo, otra piel que jamás fue suya. Salir y pensar sobre sonrisas, pensamientos, frases que ya no puedes adivinar.

Comer sonriendo, comer peleando, comer jugando, no comer, no tener comida pero tener personas, persona. Comer, así, a secas, a mojadas, a como sea, sin nadie, sin los que están enfrente, a los lados, en paz, pero no en paz que late, sino en paz de sepulcro, de carroña, de huesos hechos polvo.

Caminar, caminar ansiosamente, furiosamente, porque ya no te cabe la vida en el cuerpo, porque las ideas te están comiendo la cabeza, porque las palabras te sobrepasan y hace falta asentarlas, mecerlas, cernirlas. Caminar, como cargando una pecera hasta sin agua, o una jaula hasta sin aire, un cuerpo hasta sin alma. Y aunque no tiene nada se siente más pesado.

¿Qué son los verbos cuando los verbos no llevan nada? ¿Qué los momentos cuando los vive un fantasma? ¿Qué son las cosas sino ceniza y desecho? Y el humanito se levanta, y sale, y come, y camina, se mueve, con todo y sin nada, y nada es nada, y todo no existe, pero no importa, el humanito sabe que la nada le pesa y el todo lo abraza, el humanito más que de filosofía sabe de frío o de calor, de vivir o rutinar, de que cada cosa vale lo que vale el momento. El humanito sobrevive cada día porque al día siguiente todo puede volver, o irse, plenuliarte o abandonarte, porque sólo viviendo verbos es que sigue.

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