La despedida del Poetor

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La despedida del Poetor

10.04.18

Miguel Mouriño

Hace tiempo, cuando apenas tenía diecinueve años, iba caminando a través del Jardín Hidalgo, en el centro de Coyoacán, con rumbo a La Puerta del Sol, una popular cervecería que estaba en la calle Caballo Calco y cuando pasaba junto al quiosco, un peculiar personaje me interceptó, era un tipo flaco, de mediana estatura, tez blanca y una barba café obscuro, larga como la de un rabino, portaba una gorra tipo Mao negra, y vestía de jeans, playera y un colorido chaleco de esos que tejen las mujeres indígenas e impostando la voz, que era ronca y profunda, me dijo

-Hola, me llamo Mario, ¿te gusta la poesía?

-Sí -contesté y entonces me alargó la mano ofreciéndome un cuadernillo de poemas que el mismo había escrito, ilustrado y editado, según me contó…

-Cómprame uno -dijo con su peculiar tono de voz.

-No tengo dinero -le dije.

-Ni yo tampoco -contestó.

No pude menos que soltar una sonora carcajada, y terminé invitándole un par de cervezas en La Puerta del Sol, donde pasamos aquella tarde rodeados de un ecléctico grupo de personajes que poco a poco se fueron juntando, y entre anécdotas y todo tipo de historias, comenzamos una amistad que duró treinta años.

Mario Giraud, murió el domingo 8 de abril de 2018, a las nueve y media de la mañana.

Su partida ha dejado un hueco en mi corazón, no menor que el que deja en el corazón Coyoacán, donde nació, creció y vivió durante cincuenta y ocho años, en una casa estilo Art Noveau, que se encuentra en la esquina de las calles de Ortega y Tres Cruces, a una cuadra del centro de Coyoacán.

En ese sitio, hoy en ruinas, sucedieron infinidad de historias y pasaron por ahí cientos de personajes, pintores, escritores, políticos, músicos y todo tipo de personas, pues siempre las puertas estuvieron abiertas a quien deseaba pasar un rato agradable, discutiendo sobre cómo arreglar el mundo, a la vera de una cerveza y algo más, en un ambiente bohemio, la mayor parte de las veces jovial, y siempre en libertad, total y absoluta libertad.

En esa casa, Mario, que se definía a sí mismo como un “poetor” (poeta-pintor), estableció su taller, donde escribía, pintaba y departía con sus amigos y visitantes.

Ahí fundó una cooperativa que se llamó El Coyote Ilustrado, en la que participamos artistas de todas las disciplinas habidas y por haber, y muchos artesanos, a quienes permitía guardar durante la semana, en el espacio de los patios y sótanos de su casa, sus mercancía y sus puestos desarmables, para que los sábados y domingos pudieran trabajar en la plaza central de Coyoacán.

Yo pisé esa casa por primera vez, a una semana de haber conocido a Mario. Su madre aún vivía, era una señora algo extraña, de carácter fuerte y que mantenía serias diferencias con él, razón por la cual Mario habitaba en el sótano. Cuando yo iba de visita, su mamá me interceptaba y hacía el intento de convencerme de no estar ahí, argumentado que podría convertirme en un vago y adquirir malas costumbres. Debo decir aquí, que la señora tenía mucha razón, y que yo obviamente no le hice el menor caso, pese a que me invitaba a comer cada vez que me veía, y yo disfrutaba de sus deliciosos guisos, en especial de un rollo de carne molida con especias y verduras, que ella llamaba carne de trapo, y que acompañaba con arroz blanco y pan. Después de comer, me mandaba a la tienda a comprarle una botellita de anís y unos delicados, y cuando regresaba con el mandado, venía el discurso sobre los vagos que visitaban a Mario y demá. Luego me dejaba seguir y yo fingía irme, pero en realidad bajaba al sótano a beber cerveza y departir con Mario y sus amigos, que pronto fueron mis amigos también, muchos de ellos de los mejores que he tenido en la vida, como es el caso de Hugo Gálvez, un músico genial, Mauricio Chalons, un gran fotógrafo y Cristina León, quien en aquel entonces era estudiante de preparatoria y hoy es una excelente chef.

De Mario aprendí algunas malas costumbres, la peor de todas fue la de pensar y actuar libremente; aprendí también a vivir de acuerdo a lo que uno cree, a tener convicciones y a hacerlas valer, a no temerle a la vida, a desgastarse, a disfrutar del tiempo sin medirlo y a no escatimar un sólo segundo de esta existencia; así vivía él, siempre y en todo momento.

Cuando murió mi abuelo Manuel, y estaba yo desecho y encabronado con la vida, me dijo: -Cuídate de Dios, que es un cabrón… Acuérdate que cuando da, da, pero cuando quita, ¡DA!, y de qué manera…

Unos años después, Yura Elena, mi esposa, y yo, tuvimos un hermoso hijo, Miguel Ángel, y cuando él tenía apenas tres años de edad, ella murió de cáncer. Llegué a casa de Mario destrozado, él ya sabía que Yura había muerto y sólo me alargó una cerveza. No dijo una sola palabra, se puso a dibujar y a pintar, y nos acompañamos en silencio por algunas horas hasta que otras personas comenzaron a llegar y entonces me mostró lo que había dibujado: era el rostro de una mujer rubia, que tenía un par de hermosísimos ojos verdiazules, enormes y desbordados, hecha toda en puntillismo, con cientos de puntitos de colores y un halo dorado, en su regazo había un bebé y detrás un hombre, que tenía alas de ángel y fumaba una pipa. -Ese eres tú, con tu esposa y tu hijo -dijo a media voz, y dejó salir de sus ojos un par de lágrimas. Nunca, ni años antes de eso, ni años después, lo volví a ver llorar. Ese dibujo desapareció en una ocasión, en que entraron a robar en un departamento donde viví tiempo después.

Durante todos estos años escribí nueve libros de poesía, el más conocido fue Rómpase en caso de emergencia, un poemario que resultó premiado en el 2002. Este título volví a usar después de la muerte de Claudia, mi segunda esposa quien también falleció de cáncer en agosto de 2016. Hice un compendio de mi obra, dedicado a ella de manera póstuma que me publicó a finales de 2017 la editorial Ágora, de Adrián Franco, y luego Fernando Zaragoza, editor de Cartopirata, una editorial cartonera, quien me ofreció hacer una edición especial de 50 ejemplares. Fui a visitar a Mario para darle la noticia de la publicación, y emocionado, me ofreció hacer 50 ilustraciones originales, tamaño postal, para las portadas de los libros de la cartonera. En una semana las terminó y la edición se realizó con gran éxito en diciembre de 2017.

Este fue el último trabajo que hicimos juntos y desde aquella ocasión nos vimos sólo cuatro veces más. La última fue en El Mundo del Café, una cafetería en la que solíamos encontrarnos a muy temprana hora de la mañana, para beber un americano, tostado cubano, mientras comentábamos las noticias publicadas en La Jornada. Esa vez lo vi muy desgastado, se le notaba enfermo, con mal talante, y le ofrecí llevarlo al médico. Se negó, aduciendo que estaba desvelado nada más, pues había estado trabajando en un proyecto que anhelaba: Vender su casa para irse a vivir a la playa.

Le dije: –¿Que vamos a hacer sin ti, ahora que te vayas al paraíso?

Él levantó la cara, se acomodó los lentes, me miró como si supiera que lo hacía por última vez y dijo con esa voz impostada, tan característica suya: –Pues qué otra, quedarse aquí, contándose y creyéndose ese cuento de que en este pueblo es donde deben quedarse y vivir, a hacerse pendejos hasta que se hagan viejos y toda esa basura, y ¿sabes unas cosa?, cuando cuenten cuentos, no cuenten conmigo… Yo me voy…-y terminó su café, tomó sus dibujos, y se alejó de ahí, caminando trabajosamente, como si no se quisiera ir.

Así era Mario, un tipo raro, con un alma vieja, que no lloraba, que a veces sonreía, que siempre se enojaba; que no se bañaba, ni comía; que bebía, dibujaba y escribía, siempre fumando y soñando; compartiendo displicente su tiempo con los demás, sin regatear, sin hacer compromisos, ni promesas, un hombre que le quitó a su casa todas las puertas y las ventanas, al igual que lo hizo con su corazón…

Hasta siempre hermano Poetor …

Hasta siempre, y gracias, gracias por todo…

P.D.

Por aquí dejo uno de tus poemas:

QUIZÁS MAS ADELANTE

 

Éramos ingenuos e inocentes

tratábamos de caminar en la mar

de los inciertos

de darnos amor a puños llenos

de comernos sin prisa el universo

Pero el color de los ocasos

y los gritos de la angustia

nos fueron engullendo lentamente

El verano se nos hizo invierno

y el alma se cubrió de llanto

y de silencio hasta que los hilos

inviables del fracaso

nos fueron llevando hacia la muerte

No más mirar el mar para encontrarte

y encontrarme, te has ido como las olas

a Levante: y ya sé que no podré esperarte

te has ido con las aves esta tarde

Me acordaré de ti

en cada ola que revuelva mis paisajes

en los manuscritos de poesía que a diario

te dedico con signos ilegibles

Me acordaré de ti

por el aroma que dejaste en todas partes

me acordaré de ti hasta que muera

y quizá más adelante…

Mario Giraud

(1960-2018)

 

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