Paramnesia

Imagen: Yuri Shwedoff

Berenice Morales Castillo

Oscuridad y soledad, eso era lo único que podía percibir y el único lugar en donde podía estar.

Hacía tiempo que me sentía perdido y por más que intentara nunca lograba identificar el punto en el que se acabó todo. Una mezcla de eventos desafortunados sin duda son la primer respuesta y la más lógica, pero recuerdo que aún estando en medio de los mismos mantenía un poco de mí. La mezcla de todo eso, aunado al remo•lino de pensamientos que generalmente solía cargar, se desataron en una hecatombe sin precedentes de la cual fui el causante y la víctima. Así pues, me encontraba al borde de la locura y desesperanza. No sólo me aislé mentalmente sino también del mundo en general. Pasaba mis días en aquel cuarto alejado de todo, no quería tener contacto con nadie más, ¿cómo podría? Ni siquiera lograba entenderme a mí o escuchar con claridad mis pensamientos, mucho menos tendría la capacidad de hacerlo con alguien más.

Así fue entonces como el holocausto ocurrió sin que lo notara.

Supongo que los gritos y el estruendo general del pánico de la gente sólo podían ser igualados, inclusive acallados por los que tenía en mi propia cabeza en aquellos momentos, no sé con exactitud en realidad, sólo sé que no percibí o escuché nada; estaba tan absorto en mi propio holocausto que perdí el de los demás.

Dicen que fue provocado por una droga en experimentación y que la misma tenía en las personas efectos extraños e incontenibles. Perdían la noción de sí mismos y también olvidaron el cansancio y el dolor. Sólo se transformaban en esas criaturas desprovistas de consciencia y ávidas de carne.

Zombies, como suelen denominarse en los libros o películas, claro que en la realidad no es tan sencillo como en las mismas el lidiar o inclusive asimilar tal cosa.

Lo que si pasaba era la rapidez de la infección, las personas eran mordidas y contagiadas instantáneamente. Claro que el proceso de conversión variaba de persona a persona, pero generalmente en menos de un día, lo que hubieras conocido como tu hermano, pare•ja, amigo, vecino o simple ser humano, dejaba de existir para darle la bienvenida a la transformación y nuevo ser. Naturalmente, las personas no se resignan a perder a sus conocidos o seres queridos y se niegan a ver la realidad. Y esa es la razón por la cual el virus se propagó más rápido pues los zombies infectaban a sus familias, las que a su vez infectaban a todos los que tuvieran alrededor y así sucesivamente. Como podrán imaginar, fue una cadena infinita de personas infectadas por medio de otras. Algunos entendieron muy rápido la situación y en lugar de quedarse en las ciudades empezaron a correr hacia el bosque o las zonas que consideraban seguras o al menos en las que no había tanta gente propensa a convertirse.

Así fue como una pareja llegó un día a la cabaña en donde estaba. Como siempre me encontraba tirado en la cama sin hacer caso a los ruidos de alrededor, pero sospeché por la sencilla razón de que éstos parecían tan ajenos a mi mundo que algo de los mismos no me cuadraba del todo. Uno se acostumbra inclusive a su locura así que sabe diferenciar los sonidos que crea su cabeza. Decidí entonces que no pertenecían a la misma y planeaba salir para ver qué era lo que ocurría realmente cuando una pareja entró a mi cuarto. No podía definir bien lo que les había pasado, estaban completamente cubiertos de sangre pero parecía que no era la suya. No creo tampoco que hubieran matado a alguien puesto que no se les veía a ninguno de los dos la menor pinta de asesinos o al menos que tuvieran el coraje suficiente para hacerlo. Ambos temblaban y sollozaban, trataban de articular palabras pero no lograban hacerlo, entonces concluí que habían tenido un accidente.

Salí entonces de mis queridas sombras y traté de calmarlos. Como es natural, su primer reacción fue gritar y tratar de golpearme, pero les dije que no les haría daño y que eran bienvenidos en mi cabaña; aunque no había mucho en ella que pudiera ofrecerles más que la opción de un baño caliente y quizá algo de ropa.

La chica comenzó a llorar y su novio trataba de consolarla.

La verdad era una situación muy desconcertante para mí, imagino que así como se veía ella de desconsolada, lo había hecho yo en su momento, pero a fin de no cansar a las personas que trataran de consolarme o estar conmigo, preferí el asilamiento total, que en general, siempre me he entendido mejor con mi cabeza y viceversa, simplemente se me hace más fácil hablar con ella y las personalidades que ahí habitan que con la gente real.

Entonces agradecí de cierta manera la inesperada visita de aquellos dos visitantes; hacía tiempo que no veía a nadie y supongo que comenzaba a faltarme un poco de contacto humano.

Cuando se calmaron lo suficiente como para hablar, me preguntaron primero si no me había enterado de nada, a lo que respondí que no.

Me dijeron entonces que ellos estaban con su grupo de amigos, regresaban de un campamento que habían hecho y al acercarse a la carretera empezaron a notar que algo no marchaba bien. Se veían columnas de humo por todos lados y había coches abandonados, manchas de sangre y conforme avanzaban más, las escenas se tornaban cada vez más agonizantes y desalentadoras. Había cuerpos, partes humanas por doquier, desesperación y gente corriendo y gritando cosas que no podíamos entender. Su amigo detuvo el coche en seco, horrorizado por lo que sus ojos contemplaban y su mente se negaba a aceptar.

Fue ese instante de error en el que todo salió mal. Repentinamente un ser se acercó al coche y sacó a su amigo empezando a devorarlo mientras lo hacía; no había una razón o explicación, nunca habían visto nada parecido más que en películas o en los sueños evocados por su imaginación. Todo pasó muy rápido, se acercaron más de esos seres y rodearon el coche, tiraron el parabrisas y sacaban a todos. Pensaron que era su fin y que terminarían como sus amigos, pero de pronto vieron las estacas que llevaban para asegurar las casas de campaña, tomaron las que pudieron y salieron por el parabrisas. Corrieron lo más que pudieron, clavando las estacas en donde sentían, ni siquiera se detenían a mirar si daban en algún punto certero o no, de cualquier manera: ¿cuál sería un punto certero en éstos casos? Regresaron por la carretera y se internaron en el bosque, así fue como divisaron mi cabaña a lo lejos y trataron de buscar refugio en la misma.

Todo el tiempo escuché su historia con atención. Me parecía fas•cinante e increíble todo eso. Por fin el mundo se estaba yendo al demonio –o más bien el infierno estaba saliendo— y no podía dejar de contemplar aquellas imágenes.

Quise salir de la cabaña inmediatamente, ver lo que pasaba y con•templar los zombies en el camino, no importaba inclusive si alguno de ellos decidía atacarme; al contrario, quizá fuera ésta una manera poética de morir y terminar con el tormento que me azolaba desde hace mucho.

Sospecho que algo en mi mirada inquietó a mi nuevo amigo ya que de repente lo noté inquieto y tratando de detenerme. Supongo que adivinó mi pensamiento porque me gritó: —¡Espera, no salgas!

No hice caso de lo gritos, corrí lo más que pude, no quería aguardar ni un segundo más para contemplar con mis propios ojos la promesa de aquellas escenas tan impactantes como las habían descrito.

Corrí lo más que pude y no tardé mucho en llegar a la carretera y destrucción que m habían mencionado. En efecto, había manchas y rastros de sangre por doquier y ya no se escuchaban más los gritos, quizá terminaron con todas las personas que había alrededor. Empecé a frustrarme un poco pues temí no ver a ningún zombie cuando de repente, tras una camioneta salió ese hermoso ser caminando dificultosamente, arrastrando lo que le quedaba de un pie mientras la carne hecha jirones se desperdigaba por el piso en que caminaba. Su cara tenía severas laceraciones pero no parecía importarle o sentir dolor, sólo por algún motivo tenía ese impulso de caminar, de seguir.

Pensé que no me había visto porque no hizo ningún esfuerzo para voltearme a ver siquiera, mucho menos abalanzarse sobre mí para comerme.

Poco a poco empezaron a salir más de ellos, todos destrozados y sangrantes de maneras tan fascinantes como irreales, pero por alguna razón, ninguno de ellos parecía notarme, pasaban junto a mí pero ni siquiera volteaban. Los tocaba o trataba de parar su caminata pero no lo hacían, siempre con ese impulso de seguir. Grité desesperado, pero no hubo cambio alguno así que sólo me quedó tirarme en el pavimento y tratar de pensar en lo que pasaba.

—¿No lo entiendes aún verdad? –dijo una voz por encima de mi hombro e inmediatamente después de que de sus labios salieran, los zombies voltearon sobre su eje y comenzaron a caminar hacia él.

Certeramente les propiciaba tiros en sus cabezas y los zombies caían y no se movían más. No entendía lo que pasaba.

—¿Por qué sí intentaron acudir a tu encuentro y devorarte tal vez?

—Porque yo estoy vivo, me respondió.

—¡Cómo! ¡Yo también lo estoy! —exclamé mientras me levantaba del suelo y él me apuntaba con el rifle que había obtenido de mi chimenea.

—No, tú no estás vivo, hace años que estás muerto, no eres distinto de ellos, eres sólo un muerto en vida que no sabe apreciar la misma. Tanto tiempo pasaste auto compadeciéndote y encerrándote en tu cabeza que perdiste no sólo la percepción del tiempo, sino lo más importante que tenías; tu lado humano, tu razón de vivir. Tú no tienes ese impulso como ellos, no tienes algo que te haga caminar o seguir adelante, no hay ni una chispa de vida en ti. Al final, eres mucho peor y peligroso que ellos y de los primeros que debían de morir.

Ni bien terminó de decir esa ultima palabra cuando su dedo ya había jalado el gatillo.

Mi cerebro salió y salpicó el pavimento, terminando de decorar la escena que había ahí, el recuerdo de una batalla perdida en contra de la humanidad.

 

Tomado de: Antología Zombie, Endora Ediciones, México, 2012, p.98

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