N i c o n t o d o e l l o r o d e l m u n d o

© Howard Pyle

 

Kobda Rocha

Ésta es la historia de un pirata —nuestro pirata—, quien navegaba en solitud por los anchos mares del desconsuelo. Pata de palo, mano de garfio, parche en el ojo y barba enmarañada; siempre decadente, turbulento como las olas e infinito como los distintos azules de la tristeza. No hay marinero en toda la poesía española que iguale su valentía y ferocidad; el viento sopla para que él cante y el mar se aquieta sólo para que él tome su siesta.

Claro que no siempre fue un pirata; como todo el mundo, tuvo una infancia común bajo el arrullo de un hogar maternal. Creció amado y amante de una doncella fantástica, única en su clase. Vivió firme con los pies en la tierra. Pero un día lo perdió todo. Hogar, trabajo, mujer y esperanzas se le escurrieron por entre los dedos cual si fueran agua.

Desventurado y con el alma desvencijada, arrojó su cuerpo al abismo.

Despertó en un barco pirata abandonado a mitad del océano con un loro parlante como única compañía. Timonel sin sentido, sin brújula, sin amada aguardando en tierra firme, nuestro pirata escucha ausente las palabras de su amigo loro —palabras más sombrías que las pronunciadas por cualquier cuervo bostoniano. “¡Busca el tesoro! ¡Busca el tesoro!” repite el ave mientras funesto bajel se pierde en la melancolía del inmenso ponto añil.

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