La obsolescencia programada del ser virtual

Héctor Iván Gil Curry *

La primera vez que la obsolescencia programada vino a mi ordenador, como un tema de referencia académica y asociada con aquellos utensilios que empleamos en la cotidianeidad de nuestras vidas y de cómo, supuestamente, son desde su origen concebidos, diseñados y elaborados para deteriorarse, perecer o simplemente dejar de ser útiles en un lapso preconcebido, me resultó ampliamente cuestionable, tanto desde la perspectiva social como ética, pues esto condujo mis pensamientos a sugerir que aquellas creaciones e innovaciones que supuestamente debieran contribuir a la mejora de la calidad del ser humano, a su crecimiento integral como individuos, como sociedad y como humanidad en su sentido más amplio, en el trasfondo su objeto es, en realidad, acrecentar la riqueza de aquellos individuos quienes ostentan y concentran la mayor de los recursos económicos y de poder, a costa de explotar continua y reiteradamente a una sociedad cada vez más numerosa y, dicho sea de paso, también cada vez más limitada en su posibilidad de aspirar a una mejora de vida, a la vez de conducir a un consumismo cada vez más acelerado, sea por sustituir aquello que ha dejado de ser útil o, quizá más interesante de análisis, por el deseo, anhelo y aspiración a pretender acceder a algún bien más reciente, aun cuando el que sustituirá sea aún funcional.
¿No es así como en nuestra sociedad moderna, los bienes se tornan cada vez más en materia sujeta a ser desechada, para ser sustituida a un ritmo acelerado, por otros bienes que prometen mejoras y beneficios, cuando en realidad esos beneficios si los comparamos contra el efecto real del individuo, le terminan siendo de poca contribución, por no decir que, en algún momento incluso perjudiciales, en detrimento de, entre otros aspectos, de la dinámica de sus relaciones interpersonales?
Profundizaré en mi cuestionamiento anterior. En el creciente y acelerado desarrollo y evolución tecnológica, comenzamos a observar desde finales del milenio pasado, la popularización de dos elementos que, en su momento y época, dieron nacimiento al proceso de transformación de las relaciones interpersonales, y modificación fundamental en la concepción de convivencia entre individuos y sus interacciones sociales. Los teléfonos móviles (que a alguien ocurrente vino a llamar “teléfonos inteligentes”) trascendieron de representar un sueño inalcanzable salvo para la élite de nuestra sociedad, y lograron convertirse, poco a poco y casi sin percatarnos, en casi una extensión de nuestros propios cuerpos y mentes, aunque en sentido pragmático, los existen ya grandes cantidades de individuos quienes han depositado una significativa cantidad de su objeto de placer en dichos dispositivos, a muestra, basta observar el nivel de estrés causado por quien olvida su teléfono, lo extravía, le es hurtado o, incluso, su batería se agota; pareciese entrar en un estado de ansiedad digno de proceso de duelo. Si bien en los noventas un teléfono móvil se concebía como una aspiración para un individuo, hoy es para muchos, una terrible pesadilla el imaginarse en salir de casa sin él; pareciese como si se hubiese implantado como una prótesis vital para la vida en sociedad.
Por otro lado, el internet, o “La Internet” como muchos prefieren nombrarle, fue sigilosamente pasando a ser de un elemento propio de oficinas, empresas, universidades y gobiernos, a ser un miembro más de nuestras familias en nuestros hogares. Hoy es una sombra y un espectro que se busca en todo lugar donde un individuo se encuentre, como si fuere un aura que lo envuelve y le brinda oxígeno vital para su existencia.
Ahora bien, cada uno de los elementos, por sí mismo, han logrado infiltrarse como agentes necesarios para la vida en sociedad, pero ha sido la fusión de ambos, aquello que forjado un ente poder de interiorización en los individuos que, en la cotidianeidad de la existencia, pareciese en muchos casos una fuente vital de existencia, sin la cual, resultase inverosímil concebir una vida social sin su presencia.
De forma paralela al desarrollo de teléfonos móviles e internet, concebimos una figura que comenzó a gestionarse, a partir de diversas formas, plataformas y propuestas, que prometían con conducir a la humanidad a inconcebibles posibilidades de interacción: las Redes Sociales; en inicio, partamos del principio que las “Redes Sociales” han existido desde que la humanidad fue erigiéndose como ente social, creando grupos cada vez más numerosos que, si bien no es objeto del presente documento realizar un estudio antropológico al respecto, sí lo es la acepción de que el término en sí mismo, corresponde a un efecto existente.
Así entonces, en ámbito tecnológico, vislumbro a las “Redes Sociales” como aquellos programas informáticos que promueven  la afiliación de los individuos quienes, atraídos por lo que en teoría Maslowiana en su pirámide de necesidades, podríamos catalogar en el nivel de Afiliación, toda vez que aquellos quienes se suscriben, en su inconsciente, sienten la imperiosa necesidad por formar parte de una comunidad, de un grupo quien le integre. En este sentido, me atrevo a pensar, más allá del sentido de pertenencia, en qué necesidades posee cada persona al pretender entrar al grupo, ¿fines perversos, crear una identidad paralela a su realidad frustrante como un universo paralelo que lo aleje de su angustia, crear quizá una personalidad que satisfaga las necesidades insatisfechas de todo aquello que en sus círculos “reales” no se atreve, o no tiene los medios para consolidar, quizá
varias de las anteriores? A quien ahora llamaré “el internauta”, es un ente ávido de pertenecer a un grupo, o incluso varios, envestido de un velo de anonimato quien oculta su ser más profundo; ahí puede crear la personalidad, o personalidades que guste, puede sufrir metamorfosis inmediata según el interlocutor con quien se encuentre, puede vivir en su carne tantas realidades y personalidades como sus deseos conscientes e inconscientes le demanden, pero, en este mismo sentido, de igual forma, se ve condenado a que, una vez que se aleje del ordenador, que cierre sesión, dichas personalidades alternas, morirán en ese mismo mundo virtual en que incursionó.
Con sustento de la reflexión anterior, pensemos ahora, ¿qué relación encontramos entre la obsolescencia programada, con los teléfonos inteligentes, internet y redes sociales?, en la premisa de que todo aquello que el hombre desarrolla, se concibe envestido de forma secreta y silenciosa, quizá hasta sin premeditación explícita, con una fecha de caducidad, en la cual habrá de perecer y necesariamente ser renovado por algo nuevo que lo sustituya, así igual aquellos dispositivos “teléfonos inteligentes”, lo mismo vemos sucediendo con las Redes Sociales; el reiterado nacimiento de una Red nueva que llega a un clímax en algún punto. El individuo moderno, contemporáneo e informatizado, ha logrado tal simbiosis con su mundo virtual, de teléfonos inteligentes, internet y redes sociales, que se ha fusionado con ellos, los internautas y afables adictos a Redes Sociales han, en su colectividad, sufrido la alienación donde su personalidad básica y fundamental, se ha extraviado en los confines de espacios electrónicos, donde se pierden de sí mismos, de su yo fundamental, de los aspectos caracterológicos que les otorgan su identidad en el mundo de lo real, y se transforman atemporalmente, en lugares que, en el plano de lo real, no existen.
Vale cobremos consciencia histórica de la evolución de Redes Sociales, pues un error sería ignorar la constancia en el nacer y morir de ellas, ¿pudiésemos aún recordar espacios como hi5, MySpace, Metroflog, entre otras?, su nacimiento y existencia, efímera, corta y breve, brindó y prometió enlazar vidas de internautas (y por seguro así pudo haber sucedido para algunos); empero, la obsolescencia programada acaeció por sobre ellas, y las cubrió en un velo de extinción, y fueron sustituidas por otras redes, al igual que todo en la tecnología sucede.
Pero, ¿y los internautas, y aquellos perfiles creados, con verdad, falsedad, o quizá verdad a medias, donde invirtieron no sólo su tiempo, sin volcaron su imaginación, pensamientos, deseos, anhelos, incluso quizá sus frustraciones y añoranzas?, muy probablemente se perdieron, se extraviaron y dejaron de existir, y fue así como vino la extinción de seres virtuales quienes ocuparon alguna vez ese espacio y, todos en su conjunto, perecieron, se
hicieron obsoletos. Sin embargo, este fin súbito y no previsto por muchos, no es sino parte de un plan, una tendencia, un destino orquestado por la humanidad, por aquellos quienes, su mente, su visión, se  encuentra hacer perecer lo que alguna vez nació, se creó, con previsión de hacerlo dejar de existir, para renovarlo con algo distinto. Y aquellos quienes se   aventuran a debilitar su sentido de raciocinio, quienes observan con más atractivo la propuesta de un nuevo “feature”, de una cámara más poderosa para las “selfies”, de mayor capacidad de almacenamiento (probablemente para saturar con fotografías, videos, canciones y memes), por sobre la profunda incógnita de cuestionar el posible bienestar, o de menos, la homeostasis que le brindaría, y con todo ello se ensimisman y funden en los confines del espacio virtual, para nuevamente alejarse de su mundo real, y renacer, más “poderosos”, más “innovadores”, en aquellos espacios materiales y virtuales que le son ofrecidos.
La humanidad, entre más poder enviste en sus artefactos tecnológicos, mientras más “inteligencia artificial” (valga el término) embebe en sus Redes Sociales, en sus “Apps”, mientras más logra interconectar todo, a fin de “conocer más al usuario” (por no decir, invadir más la intimidad de ellos), más logra la alienación de ellos, indefensas por desconocimiento, por omisión de pensamiento, o por mero sentido de aceptación, de idealización, de sentirse pertenecientes y poseedores de “lo más nuevo”, y así, se va despreciando en temporalidad cada vez más corta, los bienes que, no hacía mucho, fueron objeto de deseo… ya no lo son más, y los que ahora son la pasión en el deseo, mañana lo dejarán de ser.
La espiral de vida y muerte, de nacimiento y de muerte de la tecnología, de redes sociales, del ente quien se adentra y fusiona en ellas, es cada vez más estrecha, ¿cuánto logrará la humanidad sostener el ritmo, acelerarlo?, no me aventuro por ahora tratar de vislumbrar y predecir este futuro, lo que es cierto, es que por seguro no ha de ser eterno e infinito pues, el destino y naturaleza, en su sabiduría de estabilidad y equilibrio, creo que por seguro en algún momento habrá de hacer suceder una disrupción tal, que  debamos re-escribir este incierto camino. Y es así como el ser virtual, atado y esclavo de su mundo virtual, se mira condenado a perecer una y otra vez en su concepción informatizada, ante cada instancia presente que, por obsolescencia programada de su creadores, se vea extinto y para ofrecer un nuevo mundo virtual donde ese ser virtual se vea renacido, y de forma simbiótica, cada individuo en esa identidad artificial y virtual creada para esa instancia presente determinada, replicará su nacimiento y su posterior muerte virtual, y así una y otra vez.    

*Recibido vía e-mailing

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