Hambre

© Arkadiusz Kania

Leonardo González Vidal

Tengo hambre, se me antojó un filete asado. Últimamente tengo hambre a toda hora, y es que desde que pasó el accidente, hace quince días, no he podido comer ni tomar agua. También tengo sed.

Ayer salí a pasear a un camellón que está por mi edificio. En agosto el sol es muy tenue aquí en la ciudad; aún así me lastimó los ojos. Bueno, los ojos, el cerebro, lo que sea. Es evidente que no he ido a trabajar en dos semanas, ya no tengo por qué. Trabajaba a unos 30 km de la ciudad, tenía que manejar en carretera y me gastaba casi 2 000 pesos al mes en eso. Por esa parte, está bien ya no ir. El último día que fui, choqué a unos 500 metros de la planta. Me quedé dormido, no tengo justificación: era lunes. Había estado borracho todo el fin de semana, así que inicié la semana muy cansado. Todo el trayecto hacia la chamba se me cerraban los ojos. Recuerdo que quería llegar lo antes posible para dormirme diez minutos en el estacionamiento y, justo a punto de llegar, cerré los ojos. Lo siguiente que recuerdo es el sonido de un golpe, creo que del carro contra una piedra. No vi nada, no tengo ninguna imagen, sólo el sonido, seco, fuerte. Eso fue hace 15 días y, desde entonces, no he comido nada.

No recuerdo bien algunos lapsos de tiempo después del accidente. Sé unos que tres días después me dolía mucho la cabeza. Estaba en mi cuarto —no sé en qué momento ni cómo llegué allí— y fui a ver a mi madre para que me regalara una aspirina. Ella lloraba junto a la cama. Cuando traté de pedirle la pastilla mi voz sonó ronca, como un gemido. No pude articular las palabras.

Es gracioso porque desde el choque no puedo hablar, aunque piense las cosas de forma coherente. Esto, por ejemplo, lo estoy pensando. No se lo puedo contar a nadie; no me sale la voz. Fue por eso, creo, que mi mamá salió corriendo del cuarto cuando me vio; gritaba como si la fueran a matar. En ese momento decidí que lo mejor sería irme a vivir solo. Siempre quise independencia y, más ahora que veo que no pasa la gran cosa si no como, y puedo tener la libertad sin trabajar. Aquí estoy, en este edificio abandonado que apesta a orines y a humedad. Al menos no molesto a nadie ni ellos a mí.

El departamento en el que estoy no tiene muebles, y las ventanas están bloqueadas. Ni siquiera una cama, no importa. ¿Mencioné que tampoco he dormido desde aquel día? Me recuesto a veces, claro. Es la costumbre. También me siento cansado, mucho. Pero no puedo dormir… Una cosa que sí tenía el departamento es un espejo. Digo tenía porque cuando me vi en él, lo deshice a golpes. Ya entiendo por qué la gente no se me acercaba en la calle, camino acá. Por qué mi madre salió gritando. Por qué no tengo hambre.

No quiero hacerle daño a nadie, pero mi aspecto dice lo contrario. La verdad es que me veo de la chingada. Ni la peor cruda del mundo te deja la cara así; estoy pálido, con la piel casi azul. Tengo una venda en la cabeza, pero se llenó de sangre; no me la quiero quitar. Tengo miedo de lo que pueda haber debajo.

Cuando rompí el espejo me corté las manos, y me duele, creo. No sé si es dolor o es costumbre. Estoy casi seguro de lo primero. Porque eso sí, no puedo comer, ni tomar, ni nada, pero sí me corto, sí sangro, aunque cada vez menos, y cada vez huele peor. Me estoy empezando a infectar.

Comprendo que, dada mi situación, no puedo esperar la muerte. El día de lo del espejo me desesperé tanto que utilicé los vidrios para cortarme las muñecas, y así poder descansar… No lo recomiendo. Solamente me mareé y me dolió mucho. Y mucho significa mucho. Ni siquiera me desmayé. Sin embargo, las marcas allí quedaron. Cada vez parezco más un cadáver de la facultad de medicina, y me•nos un ser humano. Lo chistoso es que esa apariencia la provoqué yo con lo de las muñecas, y el espejo, y con que a veces me tropiezo sin razón o me golpeo contra las paredes. Soy muy torpe ahora.

Ayer encontré una Biblia en uno de los cuartos; no la pude leer. Es como si hubiera jeroglíficos y no palabras. Sé que es una Biblia por como huele, por el color de las hojas, por el material de la portada. Y porque es el único libro que siempre incluye un listón separador de color rojo o verde. Cuando me di cuenta que tampoco puedo leer, lloré como nunca, pero sólo gemía. No tengo lágrimas para soltar…

¡Esto ya es el colmo! ¡Ya no resisto más! A partir del accidente no he podido hacer nada. No estoy en un limbo; estoy en el mismo mundo de siempre, pero inutilizado. Quiero morirme. No sé qué va a suceder. No puedo meterme una bala en la cabeza porque sólo me causaría dolor; no la muerte. Espero que esto pase pronto.

Son 15 días ya. Dos semanas en las que estoy y no estoy; me siento agotado. No sé qué hacer o a quién acudir. Mi única esperanza es una uña que se me cayó en la mañana. Simplemente se desprendió, sin dolor. Espero que, de la misma forma, poco a poco me empiece a desquebrajar hasta que deje de existir. Que así sea, para poder dormir como deseaba desde antes del accidente. Espero que la uña se haya caído sola pues, ahora que recuerdo, en la noche choqué contra la pared y un clavo me rasgó esa mano. Según recuerdo no me cortó todos los dedos, no sé cuáles me lastimé. Ojalá no haya sido el meñique.

 

Tomado de: Antología Zombie, Endora Ediciones, México, 2012, p.79

También te podría gustar...