¿Por qué nos gustan tanto los zombies?

Lourdes Castañón

© Moan Lisa

¿Por qué nos gustan tanto los zombies? ¿Será una cuestión que va más allá de la exposición de vísceras y sangre? ¿Será que nos gusta ver la verdadera naturaleza de una fachada para reírnos de ella? En ese caso, podemos solamente mirar películas de asesinos seriales o cualquier otro filme gore para satisfacer esa necesidad apremiante de mirar tripas y ojos salidos. ¿Qué puede tener de diferente un asesino serial de un zombie? Según Gian Paolo Ceserani, el autómata es más fuerte que las enfermedades y la muerte, no tiene sentimientos, pasiones ni dolor, algo de los que muchos de nosotros quisiéramos substraernos para no sufrir la pérdida de un ser querido o una desilusión amorosa. En ese sentido, el zombie vive la muerte, eso que aún no acabamos de comprender y que representa un misterio para nosotros los que aún respiramos. Algo similar nos dice el pensador francés Maurice Blanchot pero él va más allá: el zombie representa el no instante, el no lugar, el silencio perpetuo, lo desconocido personificado pero también lo relaciona con la no razón. Ahí establece una ruptura.

Otra cuestión que fascina del muerto viviente es que basta con que un solo zombie haga un movimiento o se percate de carne fresca a su alcance para hacer que todos los demás a su alrededor lo sigan. En ese sentido, actúa como si fuese un ser social, como uno más de la manada, sin jerarquías ni liderazgos, ya que todos en la horda de zombies, son iguales. Pero el zombie no es consciente de ello porque no reconoce a los otros zombies, no se reconoce en una comunidad como tal, es un ser asocial capaz de generar masas o uniones con otros seres no sociales, una contradicción o paradoja que sólo el zombie puede crear.

El zombie también es desacralización, es dejar de poner en un altar un cuerpo hermoso y perfecto, es romper con lo políticamente correcto y mostrar lo marginado, lo que no entra en las instituciones; representa quebrantar reglas, preceptos, discursos y leyes. Pero no se queda en la mera ruptura de lo establecido, ya que también transgrede, propone cambios, reformula y cuestiona. Eso sucede cuando en una invasión zombie, los sobrevivientes tienen que replantearse sus hábitos, sus formas de vida, ahora tendrán que fijarse nuevas metas pero sobretodo, se preguntarán ahora qué sentido tienen sus vidas: ¿será posible que con estas cuestiones se revalorice la vida?, ¿se revalorice la humanidad?, ¿el humano podrá así establecer nuevos valores que antes no tenía? Es muy posible.

Pero en el zombie no todo es obscenidad y ruptura, hay también un sesgo de fiesta porque representa el exceso ligado al baile, a lo carnavalesco, a los instintos, quizá por eso también el zombie es cómico y motivo de risa, apela a la mera observación donde no existen las palabras. No hay lenguaje, no tiene códigos, pero esta misma ausencia puede dar origen nuevamente al habla. Esto nos lleva a completar el eterno ciclo, el eterno retorno. Entonces, el zombie nos habla también de ello, del ciclo natural de las cosas, del hombre, de la naturaleza.

Pues sí, todo esto es el zombie, porque no solamente se trata de una metáfora sobre el capitalismo que pretender arrasar con todo o el consumismo que nos devora día con día. ¿Cuántos zombies no vemos todos los días al salir a la calle que son esclavos de sus celulares?: en la calle, en el metro o en cualquier transporte público. Sí, la carne fresca se sustituye por la tecnología. Hablaba hace un momento del mero acto de contemplación, donde las palabras desaparecen. Pues eso mismo sucede con esa tecnología que nos acapara como muertos vivientes. Podemos presenciar un accidente, un incendio, una balacera, a un perro o cualquier otro animalito siendo golpeado, a un chico cayéndose de una trajinera y todo pasa frente a nuestros ojos y a la lente de nuestro celular y ahí están  todos, sólo viendo, no sólo el que graba sino los que comparten esos videos en redes sociales y se viralizan. Sin embargo, quienes están ahí son incapaces de apagar el celular y ayudar al que está en esos aprietos, darle la mano, procurarle algún recurso para que no salga lastimado. Absolutamente nada de esto pasa. Somos zombies que simplemente contemplamos, incapaces de tomar consciencia y por consiguiente, cambiar de acciones, como si fuésemos seres faltos de humanidad.

El zombie, por otro lado, paralelamente en su andar por el cine y la televisión ha tenido una amplia presencia en la literatura, principalmente en novelas y antologías. Entre las últimas, las más conocidas son la serie antologada por John Joseph Adams y publicada en español por Minotauro. Y en español, tenemos muchas otras como la de Festín de Muertos que reúne a autores mexicanos. Y en esta entrega que hace Endora, Cartopirata y Ediciones Lulú, el zombie protagoniza 32 historias en las que hay más que tripas y entrañas expuestas. Son 32 visiones de lo que puede ofrecer el reanimado dejando de lado, a veces, los clichés; otras veces, los retoma y reinterpreta, en algunos otros hay incluso propuesta narrativa ¿quién imaginaría que un relato de zombies podía ser contado desde el punto de vista de un perro?, ¿o de un conductor de tv que se ofrece voluntariamente como carnada para una mujer zombie que viene de la época prehispánica y cuyo ritual será presenciado por los televidentes? Pero no todo sucede en este hermoso y bello planeta tierra. Podemos encontrar autómatas en otros lugares del universo, como planetas verdes. En sí, Zombie II es un conjunto de cuentos y relatos donde se pueden contar historias con personajes que se palpan reales, en algunos otros podemos leer bosquejos, impresiones, como si entrásemos a un cuadro y esos personajes plasmados cobraran vida de pronto para hablarnos de épocas pasadas, como Jean Casstel, un explorador francés del siglo XIX que llega a una tierra borrada de los mapas y en donde descubrirá un gran horror respecto a los habitantes de ese lugar. O Baphometo, deidad presente entre los templarios, los rosacruces y otras sociedades secretas o sectas a lo largo del tiempo.  Incluso, podemos encontrar zombies en altamar, en un barco que va a la deriva y que es rescatado por Ramta, un sujeto que conseguirá hacer de esos zombies sus nuevos esclavos. Estos son sólo algunos ejemplos de lo que el lector encontrará en las páginas de Zombie II: resignificaciones, reinterpretaciones de un tema que no es nuevo y que ya tiene algún tiempo merodeando en cuentos, historias y leyendas, principalmente de las islas antillanas, y que ahora, se han esparcido por el mundo.

El lector encontrará en esta antología historias originales de autores hispanoamericanos (es decir, de España y Latinoamérica) que logran zafarse de esa literatura cursi y puramente autorrefencial para meterse en los zapatos de otros y construir realidades. Porque un buen escritor de terror es eso, el que evoluciona y deja de lado sus arranques románticos plasmados en versos que hablan sobre la luna y la tristeza para contar otras situaciones que muchas veces le son ajenas pero que constituyen un paso adelante para la literatura de terror en México y concretamente, la que tiene que ver con muertos vivientes. El zombie hace, pues, gala de sus cualidades en esta antología.

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