Ernest Hemingway y el Floridita

© Loui Jover

Horacio Toledo

Fundado en 1817 el bar que fue famoso mundialmente y se conocia por el Floridita fue donde me divertí un buen rato con Ernest Hemingway. Tuve la buena suerte de ser muy amigo de Victor (Dindy) Arellano, joven más o menos de mi edad el que nos introdujo. Hemingway tenía dos bares favoritos que visitaba frecuentemente en La Habana y los hizo famosos: el Bodegón, por sus mojitos, y el Floridita por sus daiquiris, ambas bebidas hechas con el ron Barcardí.

Dindy estaba casado con la nieta del  que fue jefe de la empresa Barcardí por tres decadas, Jose M. Bosch.  La empresa tuvo, creo yo, la habilidad de hacer buena amistad con Ernest Hemingway y yo tuve la buena suerte de ser muy amigo del esposo de la Bosch, Dindy Arellano.  Era un grupo de millonarios, muy agradables e inteligentes. Pero ahi no paran las cosas del destino.

Unas semanas antes estuve en el Central Santa Marta, ingenio azucarero, con Mario Garcia Menocal, cazando patos salvajes. Del grupo yo era el peor cazador y como tal me pusieron el primero de la fila sabiendo que yo iba a fallar muchos patos y así permitir que los otros a mi derecha tuvieran la oportunidad de cazar los que yo habia fallado. Efectivamente, fallé un gran numero de ellos. Pero no así el último cazador de la fila, Ernest Hemingway.

Era ya casi de noche y no fue posible conocerlo. Hubiese querido felicitarlo por su habilidad extraordinaria en lo que realmente fue: un estupendo cazador. Dindy se levantó tan pronto lo vio entrar en el bar el Floridita para darle un abrazo. Noté cómo el camarero inmediatamente le sirvió no un daiquiri sino un vaso repleto de ginebra, ¡sin soda ni hielo! ¡Esa era la verdadera bebida que Hemingway hacía meses venía tomando!

Algo raro estaba pasando según me enteré días despues por Dindy Arellano. Inicié la conversación con Hemingway diciéndole que lo felicitaba. Quise no ser muy formal y se me ocurrió preguntarle cuántos patos había logrado él cazar aquel día en la central Santa Marta. Me dijo “varios” pero con cara de pícaro modesto. ¡Y ahí mismo él me cayo requete bien! Era alto, de aproximadamente 1.8 metros, y pesaba fácilmente 200 libras. Se sonreía y exhibía buena dentadura. Su barba era ya blanca, elegantemente cortada. 

Se me ocurrió preguntarle por qué usaba barba en un país caluroso como Cuba, si lo hacía para lucir diferente. Soltó una carcajada y me contestó: “buena pregunta pero no…. tengo la piel muy sensible y cada vez que me afeito me irrito la cara”.  Le agradó saber que yo habia leído todos sus libros famosos y que El viejo y el mar era  mi preferido.  También le conté que él, en su yacht pintado de negro, y yo, acompañando a Benito Bello en el “Pitusa”, nos habíamos cruzado de noche patrullando la costa de La Habana en la época de los ataques submarinos nazis.

Creo que lo más que le gustó oír fue cuando le dije que admiraba mucho su manera de crear diálagos. Se viró hacia Dindy diciéndole: “I like him“. No sé si en aquellos días él era alcohólico o no. Su hijo, Patrick, me dijo que probablemente sí, pues ya padecía los dolores por su accidente en una avioneta en África. Siempre logró ser pintoresco incluso en momentos trágicos: en esa ocasión, cuando lo rescataron estaba recostado a un árbol, bien borracho y rodeado de varias botellas vacias de…. ¡ginebra!

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