El quesito de María Bonita

© Bridget Bate Tichenor

Horacio Toledo

Estaba hospedado en el Hotel Ixtapan de la Sal recreándome y disfrutando de sus aguas termales cuando la vi entrando en el bar. La impresión que me causo fue eso mismo, algo más que impresionable. La reconocí inmediatamente. ¡María Félix! ¡Qué mujer tan bella, qué ojos, qué labios, qué pelo, qué cuerpo!

¡Y qué suerte la mía! había solamente dos personas en el bar, el cantinero y yo. Vino caminando despacio y… ¡Se sentó a mi lado! ¡Sí, a mi lado! Pidió un trago (creo que era un vermouth) y vi que el cantinero le servía un queso. Se vira ella hacia mí y me dice: “quisiera usted compartir mi quesito?”

Me imagino que yo ya me había tomado dos o tres tragos y contesté: “Pos claro que quiero compartir su quesito”! El cantinero se dobló de risa.

Pero mi euforia duró poco. Entró un señor alto y fornido que era el esposo, me miró muy serio, extendió la mano y sentí que los huesos de mi mano crujían. Aún recuerdo su nombre: un francés de apellido Berger.

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