Dos cubanitos del jet-set, 1961

Horacio Toledo

Despues de visitar al director del Monopolio del Tabaco en Roma, quien tuvo la gentileza de pagarme una cuenta en dólares, decidí hospedarme en el hotel Bernini situado frente a la bellísima Plaza Barberini. El hotel, la plaza, Roma en sí son unicos, propios para los ricos del jet-set. “Oye, me dice mi esposa, “debes haber cobrado una buena cantidad al  Monopoli di Stato” y me da un beso. “Podemos botar la casa por la ventana y bien vale Roma una misa según Napoleón.  Te invito a conocer a Alfredo y comernos un fettucini Alfredo”.


Tres cubanos muy amigos míos habían participado en los juegos Olímpicos de Roma y me habían recomendado el famoso restaurante Alfredo. Según ellos, decidieron mortificar al “pomposo” Alfredo y después de ordenar su inigualable fettucini, los tres pidieron en voz alta “Ketchup, per favore”.  Según ellos, Alfredo dio un salto, puso cara de disgusto y salió disparado para la cocina. Alfredo estaba acostumbrado a recibir elogios de celebridades como Audry Hepburn, Brigitte Bardot, Zsa Zsa Gabor, Gary Cooper, etc. y no burlas como la de mis amigos.


Fuimos a conocer la Capilla Sixtina, obra maestra de Miguel Ángel. La belleza que vimos en la bóveda nos produjo a los dos lágrimas. Vimos al Papa Juan XXIII saludando desde su balcón. Nuestro hotel tenía una localización perfecta, prácticamante al lado de la Via Beneto de modo que valía la pena caminar lo más posible y así llegamos a la Fontana di Trevi. Cumplimos con la tradición de tirar monedas de espaldas a la fuente con la mano derecha cruzando al hombro izquierdo. La fuente es una belleza arquitectónica pero debo confesar que lo que más me impresionó fue ¡la enorme cantidad de monedas que el público había tirado al agua!


Quise variar un poco de la dolce vita y le pedí al ujier del hotel que me recomendara un restaurante no de lujo donde los empleados de oficinas y no los turistas frecuentaban. LLamó a un taxi, le dio un nombre y salimos a la velocidad que acostumbran los choferes de Roma.  Tal parece que todos quieren imitar al Marques de Portago o a Juan Fangio.


Para entrar en el restaurante había que bajar por unas escaleras estrechas y algo oscuras. El guía nos dijo: “van a visitar el lugar donde el emperador Julio César fue asesinado”. Lo miré para ver si se estaba sonriendo de su propio chiste pero no, lo había dicho en serio. Presentí inmediatamente que habíamos caído en una trampa de turistas.


Y sí, ¡estaba lleno de turistas americanos! Para colmo, el cantinero se puso a coquetear con mi esposa. Nos largamos rápidamente del lugar y al día siguiente tomamos el avión para Madrid, donde continuamos la vida del jet-set. 

Arrivederci Roma.

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