¿Desde dónde la vida?

Mario Z Puglisi

Algunos poetas, con toda su magnificencia literaria,

seguirán conformándose con meter la cabeza en el cielo

 para enriquecer su poesía. Otros, más avezados e imaginativos,

se atreverán a inundar de cielo su cabeza, sin importarles

en cuántos colores termine descompuesta.

G. K. Chesterton

En la historia de todo lo escrito, desde las tradiciones celtas, chinas, mesoamericanas o hebreas, hasta el nacimiento de la gran literatura moderna y sus tantas vertientes encontramos siempre, de forma cíclica y casi aritmética el intento del ser humano por explicarse la vida; por saber de dónde viene y con ello anticipar hacia dónde se dirige. Aún no lo sabemos de forma satisfactoria y por eso seguimos intentando. Lo que sí sabemos (o más bien, sospechamos) es que se requiere de la vida para poder reflexionarla. Desde un clarísimo y descartiano je pense donc je suis, pensamos y después existimos; y para poder pensar se precisa estar vivos.

            El poeta Miguel Orozco Rico reflexiona sobre ello en este libro y con su poesía, su forma de construir el verso y manejar el lenguaje, nos ayuda a comprender algo que desde hace mucho intuimos calladamente: que la vida comienza desde aquí, desde el resumen de lo que somos y contenemos al momento de pensarla y tratar de explicárnosla.  Para él, aquello a lo que llamamos Vida, con todos sus ángulos y esquinas, con sus escondites y sus umbrías, sus juicios y prejuicios, sus supersticiones y vicios, sus alegrías, sus constantes, sus tristezas, sus fugacidades, su amor, odio, cercanía, desprecio &c. no son sino expresiones del mismísimo acto de pensarla, dudarla y descubrirla (en el sentido más estricto de la palabra, ese de quitarle lo que la cubre). Pensar el vivir es a su vez vivir para llevar lo vivido al pensamiento, como un puente que, para llegar al otro lado a tirar los soportes de su estructura se va construyendo y decorando a sí mismo por sobre el vacío. Y de esta paradoja nace la complejidad de su poesía. Nos dice, por ejemplo:

A sal sabe la voz,

a ser de piedra se parece la vida

a grano de azar se me figura

y, así, parece un reflejo extraño

en un espejo de llamas quizás

y veo en él sólo mi aliento

en un verso que dicta:

me veo, soy piedra, grano y sal.

            Miguel Orozco Rico es un poeta que ha estado bastante cerca de los mecanismos de la ciencia. Está familiarizado con términos, métodos, sistemas y análisis que hacen de su poesía un entramado de relaciones que sorprenden hasta al lector más experimentado. Desde su quehacer como médico ha enfrentado de cerca verdaderos momentos de vida o muerte. Sabe que la vida decae, que nos abraza la entropía, que nuestro único enemigo es el tiempo. Y sobre el tiempo escribe a lo largo de este libro:

siento que en el siguiente punto

o en la siguiente coma moriré

por comer sobre la boca

de la muerte y de las hojas,

sobre mi hambre,

sobre mi ruina,

sobre mi caída levantada en el papel.

En versos como estos, que habitan este poemario, Miguel Orozco Rico detiene en el vuelo la flecha del tiempo, que va en una sola e inequívoca dirección pero con la perturbadora sensación de que aún no ha sido lanzada o de que la flecha ya llegó a su meta mientras esta sigue suspendida en el aire. Presente, pasado y futuro en un solo bloque atemporal que aún no sabemos cómo sentir o interpretar.

En la poesía de Orozco Rico predomina la tensión esencial entre dos realidades que no tendrían relación en apariencia, la del vivir científico y la del proceso artístico. Y en su ejercicio poético estas realidades se apaciguan y conversan como quienes no se han visto en largo tiempo y deben ponerse al corriente de lo acontecido. Al leerlo, es normal asociar nuestros años a los hemistiquios de la poesía, y, normal también, sentir temor por la cesura de los cambios que producen nuestras decisiones. Leemos: “muerte a la vuelta de la caricia; / guerra conquistada con la espalda del soldado; sonido de más, silencio de menos (…)”. O:

Porque las calles no tienen marquesinas

y mucho menos techos,

es por esa razón que se oyen las gotas caer,

y en cada golpe que dan al suelo un fonema

y en cada fonema un signo

que cantando se transforma y se nos va.

En cada verso, la relación que guardan sus elementos es tratada con el tacto de un biólogo que observa y manipula una célula con respeto y pasión desmedidas, pues sabe que el trato violento y errado de estas podría matarlas y dejarle sin su objeto de estudio, sin aquello que le da sentido a su vida entera. Y no sólo las palabras-células son manejadas con exquisito cuidado; también a las sílabas-átomos, a las letras-protones, a los fonemas-quarks se les trata con un principio de certidumbre que crea en el verso infinidad de significados y significantes, multitud de relaciones, dependencias y codependencias únicas e irrepetibles que tejen tramas y redes neuronales que culminan por darle una vida propia a cada poema. Según Octavio Paz “el pensamiento teje y desteje la trama”; no es la trama la que se desteje a sí misma, ni siquiera es la vida la que realiza esta labor: es el pensamiento, y para pensar, insisto en este Perogrullo, se precisa vivir.

Se valen las relecturas de este poemario pues en cada una, algo nuevo surge ante nuestros ojos, una interpretación distinta y fascinante. La forma en la que Miguel Orozco dota de vida a su poesía representa una proclama, una declaración en el mismo sentido al que se dirige su poemario: la respuesta a la cuestión ¿desde dónde emana la vida? Es sencillamente desde aquí. Desde aquí la vida.

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