SILVIO (y los otros)

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Carlos Hidalgo Villalba

[…]Paolo Sorrentino, el director de “Il Divo”, “La gran belleza” y “La juventud” firma un largometraje donde dibuja su particular retrato de “Il Cavaliere” (Silvio Berlusconi) y de una Italia corrupta y mitómana. Una particularidad del film es que en Italia se ha estrenado en dos partes de 104 (“Loro”) y 100 (“Loro 2”) minutos respectivamente, mientras que en el resto del mundo se ha hecho en una sola cinta de 157 minutos de duración. El director napolitano sigue con su gusto por lo barroco con una puesta en escena plagada de cuidados y minuciosos detalles, con múltiples ocurrencias visuales, personajes esperpénticos y situaciones sórdidas.

Sorrentino apuesta con un particular “biopic” en el que el protagonista no aparece hasta bien entrada la película, sino a través del pronombre “El”, como si de una divinidad se tratara. El subtítulo “los otros” hace referencia a todas las personas que merodean sin escrúpulos alrededor de un sujeto tan poderoso como Silvio Berlusconi (Toni Servillo) buscando entrar por la vía rápida en la red de favores políticos.

Entre otros cargos Berlusconi es empresario, político, inversor y magnate de medios de comunicación destacando sobre todo como fundador y presidente de la poderosa corporación de telecomunicaciones Mediaset. Uno de “los otros” es Sergio Morra (Ricardo Scamarcio), un empresario caradura que pretende escalar socialmente usando sus contactos y tentando a Berlusconi con lo que en su día se llamó las bunga-bunga (fiestas, repletas de prostitutas y chicas atractivas, algunas menores de edad, donde no faltaban diversos tipos de droga). Con este fin, Morra alquila una mansión frente al palacete vacacional del político, montando una fiesta de esas características.

El director también intenta dar un matiz más íntimo y personal cuando describe el empeño de Berlusconi en reavivar el amor por su esposa Verónica Lario (Elena Sofia Ricci), a quien se le presenta como una mujer elegante, cultivada, profunda y resignada a convivir con un hombre que, a pesar de sus infinitos deslices extramaritales, parece seguir enamorado de ella. Amante de la belleza, del arte, de la música y del disfrute, quizá el punto que más resalta de la personalidad de El Caimán (con ese sobrenombre se le conoce en Italia) es su capacidad de persuasión.

Un ejemplo lo encontramos en la conversación que tiene con su nieto en el jardín de su villa en Cerdeña (texto con el que comenzamos el análisis) cuando le convence para cambiar la opinión sobre algo que ha presenciado el niño en primera persona. O también cuando elige al azar un número de teléfono para vender una vivienda inexistente. Y lo consigue. Para él, la verdad es el resultado del tono y la convicción con la que se dicen las cosas.

Ese poder de convencimiento lo llevo a la cima de la política italiana en tres ocasiones. Pero como le ocurrió a muchos otros políticos (Chamberlain, Hitler, Thatcher, George Bush o Tony
Blair…) al cabo de un tiempo en el al cargo anida en ellos una exagerada confianza en sí mismos, un desprecio por los consejos de quienes les rodean y un alejamiento progresivo de la realidad.

Todo esto se conoce como síndrome de Hubris. El problema es antiguo, aunque ha evolucionado con el tiempo. Fueron los griegos los primeros que utilizaron la palabra Hubris para definir esta sintomatología en mención al héroe que lograba la gloria y, borracho de éxito, se empezaba a comportar como un Dios, sentimiento que le llevaba a cometer un error tras otro.

Esto parece tener base científica pues las presiones y la responsabilidad que conlleva el poder termina afectando a la mente. Llega un momento en que quienes gobiernan dejan de escuchar, se vuelven imprudentes y toman decisiones por su cuenta, sin consultar, porque piensan que sus ideas son las correctas. Aunque con el tiempo se demuestre que las decisiones fueron erróneas, nunca reconocerán la equivocación y seguirán pensando en su
buen hacer. Como castigo al Hubris está la Némesis, que devuelve a la persona a la realidad a través de un fracaso, en este caso perder las elecciones.

Con Silvio (y los otros) Paolo Sorrentino da una nueva clase magistral sobre cómo utilizar el medio cinematográfico como herramienta crítica y reivindicativa, atacando con dureza a parte de la sociedad y clase política en general. Por lo demás, la película es Sorrentino en estado puro, tanto en lo artístico como en el argumento.

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