El asesinato I

© William D.Higginson

Manel Costa

“[…] antes de antes, mucho antes del principio, las mentiras eran innecesarias porque la verdad no existía. El hecho y la palabra eran la misma cosa, y por lo tanto el camino falso de crear el hecho por la palabra no era concebible. Todo era, sin más, lo que era.

La cascarilla que cae al limpiar los pensamientos de razonamientos impuros, sirve, generalmente, para hacer germinar espejismos nefastos que conducen al individuo a la derrota interna. Mas este aniquilamiento no incide en el individuo como tal, sino en el individuo como masa, como clase, como especie, y lo más cómico del asunto es que no se da cuenta del proceso que le llevará a su desaparición final, total, tanto como ente individual como ente de grupo”.

Dicho esto, el conferenciante se igualó su bigote desmedido, carraspeó un par de veces, y mirando despectivamente a la concurrencia indicó que a continuación iba a pasar a responder a las preguntas de aquellos espectadores que tuvieran ciertas dudas o, al menos, quisieran expresar sus opiniones respecto a lo que él había dicho. Del mismo modo, señaló —y esto fue lo que más me llamó la atención—, que aquellos que no estuvieran interesados ​​o creyeran que debían irse, lo hicieran con presteza y silencio. Yo, verdaderamente, no tenía nada que hacer y opté por esperar al diálogo.

Poco a poco, fueron desfilando la mayoría de los asistentes. Finalmente, tan sólo unos cuanto quedamos en la sala. Nadie se atrevía a romper el silencio, nadie, parecía ser, tenía ninguna duda sobre lo que habíamos escuchado. Yo, al menos, no es que tuviera muchas dudas, lo que pasaba era que, sinceramente, no me interesaba en absoluto lo que el pulcro conferenciante había dicho, tan sólo, repito, buscaba pasar un tiempo que yo ya creía pasado.

Entonces ocurrió lo que únicamente se puede pensar cuando ya ha pasado (dado que la mente es impotente para llegar a ciertos puntos de la imaginación). Uno de los pocos asistentes que habían decidido quedarse, se levantó lentamente y cerró la puerta de salida. Una vez hecho esto, todos los individuos presentes, incluso el conferenciante, dejaron caer la rudeza de su mirada sobre mí. Yo, sinceramente, me sobresalté, no esperaba esta reacción, esa es la verdad. Un sexto sentido me puso alerta. Algo, efectivamente, no seguía los caudales normales. Sin decir nada, todos, conferenciante y el resto del público, fueron acercándose a mí, con una seguridad sigilosa. Yo me levanté de un salto y, percibiendo un gran peligro, corrí desesperadamente hacia la puerta. Intenté, con una impotencia de antemano ya temida, abrir la puerta, pero el esfuerzo fue inútil. Gritar y gritar sin ser escuchado, y pronto sus golpes me derribaron. Fui salvajemente apaleado por todos aquellos hombres. Mi cuerpo resultó tremendamente desfigurado. Soporté terribles sufrimientos. Sólo oí, como entre tinieblas: “otro más, y van[…]”.

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