Miguel Covarrubias: Humor joven y limpio

Luis Eduardo Alcántara

La fascinación por los primeros festivales de Blues en México, celebrados a partir del año 1978, contó con diversos elementos particulares, además claro, del aspecto netamente musical con la participación de artistas y bandas considerados leyendas vivientes. Uno de esos elementos adicionales fueron los carteles, los cuales estuvieron diseñados seguramente por Raúl de la Rosa, quien además, tengo entendido, trazo el famoso logotipo, por todos conocido. En el segundo y tercer festivales (1979-1980), los carteles mostraban en el centro, una serie de caricaturas artísticas de gran atractivo.

En ellos se aprecian dos escenas que muestran a músicos afroamericanos en el momento justo de la interpretación, en el primero, de 1979, una vocalista eleva su rostro al cielo, al mismo tiempo en que levanta sus brazos en señal de alabanza. En el otro, un año después, un grupo de tres elementos (vistos casi desde la cabeza) se alista para empezar a tocar y cantar, por lo menos eso se intuye ya que uno de ellos porta un banjo. Los dibujos adquieren mayor realce por el gran logotipo con la palabra BLUES, dinámico y garigoleado, plasmado en la parte superior.

Años después me enteré que el dibujante de ambas viñetas, es nada menos que el maestro Miguel Covarrubias (1901-1957), un hombre de vastas aportaciones en el terreno artístico de nuestro país. Covarrubias fue lo que justamente puede llamarse un humanista, sincera y apasionadamente entregado al estudio de la cultura, no sólo de México, sino también de otras latitudes: Estados Unidos, Centro y Sudamérica, China, Bali, etcétera. En nuestro medio artístico y científico, su actuación fue decisiva: la antropología, la arqueología, la pintura, el dibujo, la danza, la museografía florecieron a partir de su ejemplo y de su labor promocional. La importancia de Miguel Covarrubias reside en la riqueza de su misma obra. Como caricaturista, sus dibujos marcaron una época y un estilo en revistas como Vanity Fair y Vogue. Personajes famosos fueron retratados crítica y humorísticamente por Miguel Covarrubias, y de paso, revelaron sus grandes dotes de dibujante. 

Destacar lo positivo

El chamaco, como lo llamaba el escultor Luis Hidalgo, por ser el más joven entre los artistas e intelectuales que se reunían en el restaurante Los Monotes, aseguraba que “caricaturizar es exagerar el carácter de la persona con intención satírica”. Sin embargo, su obra no resultaba ofensiva, sino que buscaba exaltar la dignidad de cada personaje. Lo que hacía a Covarrubias diferente de los demás caricaturistas de su época “era su manera de destacar lo positivo”.

Miguel Covarrubias es entonces la quintaesencia de la caricatura nacional. Así lo considera nuestro caricaturista El Fisgón, en gran medida por su extraordinaria capacidad para sintetizar los rasgos de una persona en el menor número de trazos posible. Sus estudios e ilustraciones sobre las culturas precolombinas de Norte, Centro y Sudamérica son fuentes clave para su conocimiento. La gente y las costumbres del sur de México -el Istmo de Tehuantepec- fueron objeto de una magistral investigación. 

El pueblo de Bali le está eternamente agradecido por la proyección internacional y el rescate socio-antropológico que hizo en el insuperable libro Island of Bali (La isla de Bali). Numerosos dibujos y pinturas muestran la aproximación plástica a esas regiones geográficamente separadas, pero estéticamente reunidas en la visión de este hombre universal. Varias colecciones arqueológicas, de México y del extranjero, se organizaron siguiendo los sabios consejos de Covarrubias. La danza mexicana conoció una época dorada cuando él asumió la jefatura del Departamento de Danza del INBA, donde hizo sus aportaciones estimulando a los bailarines y coreógrafos que entonces daban sus primeros pasos en los escenarios, surgiendo ideas coreográficas y diseñando escenografías y vestuarios. La obra Zapata clásica del ballet en México, basta para mostrar la trascendencia de Covarrubias en este campo.

Sus mapas y otras obras murales contienen un cúmulo de información sobre etnología de distintos pueblos, al mismo tiempo que muestran su concepción estética. La música y los bailes de los negros norteamericanos -básicamente el jazz- están plasmados en su serie de los Negros Drawings, en los cuales la síntesis formal y la sensualidad del movimiento alcanzan una máxima interpretación. (Fuente: Por Roberto Littman en “Miguel Covarrubias”, Centro Cultural Arte Contemporáneo A.C., 1987)

Fue, en muchos campos, precursor y descubridor. Poseía unas antenas de delicada sensibilidad con las que percibía el valor de las cosas antes que el mundo en general se diera cuenta siquiera de su existencia. Para citar sólo uno de innumerables ejemplos: cuando la música africana empezó a enloquecer a los públicos “cultos”, Miguel Covarrubias ya tenía sobre ella una fabulosa discoteca y una amplísima documentación. Miguel Covarrubias tenía sólo 19 años cuando llegó a Nueva York en 1923, durante uno de los más deslumbrantes períodos de la historia de las artes en América del Norte. Era el jazz age, la época de speakeasies, donde se bebía bath-tub gin, de canciones como “Let’s all get excited and make WHOOPEE”, de las fleppers (muchachas emancipadas) con el pelo revuelto, bailando frenéticamente el Charleston. En esta Babilonia del Hudson, el joven Miguel Covarrubias, ya un artista consumado, formado en la gran tradición mexicana, se convirtió rápidamente en una celebridad. Su producción fue increíblemente dinámica y abundante. 

Publicó varios libros, ilustró otros, diseñó vestuario y escenografía para ballets y obras de teatro, hizo cientos de caricaturas para las grandes revistas, especialmente para la prestigiosa Vanity Fair. Sus caricaturas constituyen un comentario social penetrante (y también irresistiblemente gracioso) de los años ’20 y ’30, llevado a cabo sin pretensión, sin moralizar. Esencialmente artista, Miguel Covarrubias no era predicador santurrón que denunciara los males de su tiempo. Sin embargo, si el aspecto superficial de su obra refleja todo su placer en la comedia de la vida, el fondo esconde la tragedia que acompaña inevitablemente a la comedia. Una de las mejores definiciones para su obra la dijo Diego Rivera: “En su arte, no hay crueldad viciosa; es todo ironía no corrompida por la malicia, un humor joven y limpio”.

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